Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este día, Miércoles de Ceniza, entramos en el Tiempo
litúrgico de la Cuaresma. Y ya que estamos desarrollando el ciclo de catequesis
sobre la esperanza cristiana, hoy querría presentaros la Cuaresma como camino
de esperanza.
En efecto, esta perspectiva se hace evidente enseguida si
pensamos que la Cuaresma ha sido instituida en la Iglesia como tiempo de
preparación para la Pascua, y entonces todo el sentido de este periodo de
cuarenta días toma luz del misterio pascual hacia el cual está orientado.
Podemos imaginar al Señor resucitado que nos llama para salir de nuestras
tinieblas, y nosotros nos ponemos en camino
hacia Él que es la Luz. Y la
Cuaresma es un camino hacia Jesús resucitado, es un periodo de penitencia,
incluso de mortificación, pero no fin en sí mismo, sino finalizado a hacernos
resucitar con Cristo, a renovar nuestra identidad bautismal, es decir, a
renacer nuevamente «desde lo alto», desde el amor de Dios (cf. Juan 3, 3). He
aquí por qué la Cuaresma es, por su naturaleza, tiempo de esperanza.
Para comprender mejor qué significa esto, debemos
referirnos a la esperanza fundamental del éxodo de los israelitas de Egipto,
narrada por la Biblia en el libro que lleva este nombre: Éxodo. El punto de
partida es la condición de esclavitud de Egipto, la opresión, los trabajos
forzados. Pero el Señor no ha olvidado a su pueblo y su promesa: llama a
Moisés, con brazo potente, hace salir a los israelitas de Egipto y les guía a
través del desierto hacia la Tierra de la libertad. Durante este camino de la
esclavitud a la libertad, el Señor da a los israelitas la ley, para educarles a
amarle, único Señor, y a amarse entre ellos como hermanos. La Escritura muestra
que el éxodo es largo y complicado: simbólicamente dura 40 años, es decir el
tiempo de vida de una generación. Una generación que, ante las pruebas del
camino, siempre tiene la tentación de añorar Egipto y volver atrás. También
todos nosotros conocemos la tentación de volver atrás, todos. Pero el Señor
permanece fiel y esa pobre gente, guiada por Moisés, llega a la Tierra
prometida. Todo este camino está cumplido con la esperanza: la esperanza de
alcanzar la tierra, y precisamente en este sentido es un “éxodo”, una salida de
la esclavitud a la libertad. Y estos 40 días son también para todos nosotros
una salida de la esclavitud, del pecado, a la libertad, al encuentro con el
Cristo resucitado. Cada paso, cada fatiga, cada prueba, cada caída y cada
recuperación, todo tiene sentido dentro del proyecto de salvación de Dios, que
quiere para su pueblo la vida y no la muerte, la alegría y no el dolor.
La Pascua de Jesús es su éxodo, con el cual Él nos ha
abierto la vía para alcanzar la vida plena, eterna y beata. Para abrir esta
vía, este pasaje, Jesús ha tenido que desnudarse de su gloria, humillarse,
hacerse obediente hasta la muerte y la muerte de cruz. Abrirse el camino hacia
la vida eterna le ha costado toda su sangre, y gracias a Él nosotros estamos
salvados de la esclavitud del pecado. Pero esto no quiere decir que Él ha hecho
todo y nosotros no debemos hacer nada, que Él ha pasado a través de la cruz y
nosotros “vamos al paraíso en carroza”. No es así. Nuestra salvación es
ciertamente un don suyo, pero, ya que es una historia de amor, requiere nuestro
“sí” y nuestra participación en su amor, como nos demuestra nuestra Madre María
y después de Ella todos los santos.
La Cuaresma vive de esta dinámica: Cristo nos precede con
su éxodo, y nosotros atravesamos el desierto gracias a Él y detrás de Él. Él es
tentado por nosotros, y ha vencido al tentador por nosotros, pero también
nosotros debemos con Él afrontar las tentaciones y superarlas. Él nos dona el
agua viva de su Espíritu, y a nosotros nos toca aprovechar su fuente y beber, a
través de los Sacramentos, de la oración, de la adoración; Él es la luz que
vence las tinieblas, y a nosotros se nos pide alimentar la pequeña llama que
nos ha sido encomendada el día de nuestro bautismo.
En este sentido la Cuaresma es «signo sacramental de
nuestra conversión» (Misal Romano, Oración colecta, I Domingo de Cuaresma);
quien hace el camino de la Cuaresma está siempre en el camino de la conversión.
La Cuaresma es signo sacramental de nuestro camino de la esclavitud a la
libertad, que siempre hay que renovar. Un camino arduo, como es justo que sea,
porque el amor es trabajoso, pero un camino lleno de esperanza. Es más, diría
algo más: el éxodo cuaresmal es el camino en el cual la esperanza misma se
forma. La fatiga de atravesar el desierto —todas las pruebas, las tentaciones,
las ilusiones, los espejismos...—, todo esto vale para forjar una esperanza
fuerte, sólida, sobre el modelo de la Virgen María, que en medio de las
tinieblas de la Pasión y de la muerte de su Hijo siguió creyendo y esperando en
su resurrección, en la victoria del amor de Dios.
Con el corazón abierto a este horizonte, entramos hoy en
la Cuaresma. Sintiéndonos parte del Pueblo santo de Dios, iniciamos con alegría
este camino de esperanza.
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