Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En esta tercera catequesis sobre los sacramentos nos
detenemos en la Confirmación, que se entiende en continuidad con el Bautismo,
al cual está vinculado de modo inseparable. Estos dos sacramentos, juntamente
con la Eucaristía, forman un único evento salvífico, que se llama —«iniciación
cristiana»—, en el que somos introducidos en Jesucristo muerto y resucitado, y
nos convertimos en nuevas creaturas y miembros de la Iglesia. He aquí por qué
en los orígenes estos tres sacramentos se celebraban en un único momento, al
término del camino catecumenal, normalmente en la Vigilia pascual. Así se
sellaba el itinerario de formación y de inserción gradual en la comunidad
cristiana que podía durar incluso algunos años. Se hacía paso a paso para
llegar al Bautismo, luego a la Confirmación y a la Eucaristía.
Comúnmente [en italiano] se habla de sacramento de la
«Cresima», palabra que significa «unción». Y, en efecto, a través del óleo
llamado «sagrado Crisma» somos conformados, con el poder del Espíritu, a
Jesucristo, quien es el único auténtico «ungido», el «Mesías», el Santo de
Dios. El término «Confirmación» nos recuerda luego que este sacramento aporta
un crecimiento de la gracia bautismal: nos une más firmemente a Cristo; conduce
a su realización nuestro vínculo con la Iglesia; nos concede una fuerza
especial