Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy iniciamos
una serie de catequesis sobre los Sacramentos, y la primera se refiere al
Bautismo. Por una feliz coincidencia, el próximo domingo se celebra
precisamente la fiesta del Bautismo del Señor.
El Bautismo es
el sacramento en el cual se funda nuestra fe misma, que nos injerta como
miembros vivos en Cristo y en su Iglesia. Junto a la Eucaristía y la
Confirmación forma la así llamada «Iniciación cristiana», la cual constituye
como un único y gran acontecimiento sacramental que nos configura al Señor y
hace de nosotros un signo vivo de su presencia y de su amor.
Puede surgir
en nosotros una pregunta: ¿es verdaderamente necesario el Bautismo para vivir
como cristianos y seguir a Jesús? ¿No es en el fondo un simple rito, un acto
formal de la Iglesia para dar el nombre al niño o a la niña? Es una pregunta
que puede surgir. Y a este punto, es iluminador lo que escribe el apóstol
Pablo: «¿Es que no saben que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos
bautizados en su muerte? Por el Bautismo fuimos sepultados con Él en la muerte,
para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del
Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rm 6, 3-4). Por lo
tanto, no es
una formalidad. Es un acto que toca en profundidad nuestra
existencia. Un niño bautizado o un niño no bautizado no es lo mismo. No es lo
mismo una persona bautizada o una persona no bautizada. Nosotros, con el
Bautismo, somos inmersos en esa fuente inagotable de vida que es la muerte de
Jesús, el más grande acto de amor de toda la historia; y gracias a este amor
podemos vivir una vida nueva, no ya en poder del mal, del pecado y de la
muerte, sino en la comunión con Dios y con los hermanos.
Muchos de
nosotros no tienen el mínimo recuerdo de la celebración de este Sacramento, y
es obvio, si hemos sido bautizados poco después del nacimiento. He hecho esta
pregunta dos o tres veces, aquí, en la plaza: quien de ustedes sepa la fecha
del propio Bautismo, que levante la mano. Es importante saber el día que fui
inmerso precisamente en esa corriente de salvación de Jesús. Y me permito darles
un consejo. Pero más que un consejo, una tarea para hoy. Hoy, en casa, busquen,
pregunten la fecha del Bautismo y así sabrán bien el día tan hermoso del
Bautismo. Conocer la fecha de nuestro Bautismo es conocer una fecha feliz. El
riesgo de no conocerla es perder la memoria de lo que el Señor ha hecho con
nosotros; la memoria del don que hemos recibido. Entonces acabamos por
considerarlo sólo como un acontecimiento que tuvo lugar en el pasado —y ni
siquiera por voluntad nuestra, sino de nuestros padres—, por lo cual no tiene
ya ninguna incidencia en el presente. Debemos despertar la memoria de nuestro
Bautismo. Estamos llamados a vivir cada día nuestro Bautismo, como realidad
actual en nuestra existencia. Si logramos seguir a Jesús y permanecer en la
Iglesia, incluso con nuestros límites, con nuestras fragilidades y nuestros
pecados, es precisamente por el Sacramento en el cual hemos sido convertidos en
nuevas criaturas y hemos sido revestidos de Cristo. Es en virtud del Bautismo,
en efecto, que, liberados del pecado original, hemos sido injertados en la relación
de Jesús con Dios Padre; que somos portadores de una esperanza nueva, porque el
Bautismo nos da esta esperanza nueva: la esperanza de ir por el camino de la
salvación, toda la vida. Esta esperanza que nada ni nadie puede apagar, porque,
la esperanza no defrauda. Recuerden: la esperanza en el Señor no decepciona.
Gracias al Bautismo somos capaces de perdonar y amar incluso a quien nos ofende
y nos causa el mal; logramos reconocer en los últimos y en los pobres el rostro
del Señor que nos visita y se hace cercano. El Bautismo nos ayuda a reconocer
en el rostro de las personas necesitadas, en los que sufren, incluso de nuestro
prójimo, el rostro de Jesús. Todo esto es posible gracias a la fuerza del
Bautismo.
Un último
elemento, que es importante. Y hago una pregunta: ¿puede una persona bautizarse
por sí sola? Nadie puede bautizarse por sí mismo. Nadie. Podemos pedirlo,
desearlo, pero siempre necesitamos a alguien que nos confiera en el nombre del
Señor este Sacramento. Porque el Bautismo es un don que viene dado en un
contexto de solicitud y de compartir fraterno. En la historia, siempre uno
bautiza a otro y el otro al otro... es una cadena. Una cadena de gracia. Pero
yo no puedo bautizarme a mí mismo: debo pedir a otro el Bautismo. Es un acto de
fraternidad, un acto de filiación en la Iglesia. En la celebración del Bautismo
podemos reconocer las líneas más genuinas de la Iglesia, la cual como una madre
sigue generando nuevos hijos en Cristo, en la fecundidad del Espíritu Santo.
Pidamos
entonces de corazón al Señor poder experimentar cada vez más, en la vida de
cada día, esta gracia que hemos recibido con el Bautismo. Que al encontrarnos,
nuestros hermanos puedan hallar auténticos hijos de Dios, auténticos hermanos y
hermanas de Jesucristo, auténticos miembros de la Iglesia. Y no olviden la
tarea de hoy: buscar, preguntar la fecha del propio Bautismo. Como conozco la
fecha de mi nacimiento, debo conocer también la fecha de mi Bautismo, porque es
un día de fiesta.
Saludos
Saludo a los
peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de
España —veo la Diócesis de Cuenca, allí— de Argentina, de Bolivia, Venezuela,
México y los demás países latinoamericanos. Invito a todos a experimentar en la
vida de cada día la gracia que recibimos en el Bautismo, siendo verdaderos
hermanos, verdaderos miembros de la Iglesia. Feliz año a todos.
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