Cierta mañana de la Fiesta de Todos los Santos, una
periodista llamó por teléfono a un cura de parroquia. Quería solicitarle
algunos datos, en previsión de una intervención que le tocaba hacer por la
radio, acerca del sentido de la fiesta que hoy celebramos, a la que ella
llamaba, la Fiesta de los Difuntos. Esta periodista quedó desconcertada cuando
el cura le explicó que, para los cristianos, la Fiesta de Todos los Santos no
era la de los difuntos, sino la de los vivos para siempre.
La Fiesta de Todos los santos no es la fiesta de la
tristeza, sino la de la dicha, de la vida; una de las grandes festividades de
la esperanza, junto con Navidad, Pascua y Pentecostés.
Esta mañana, al invitarles a celebrar la felicidad de los
Santos, quisiera recordarles que ser santo es ser dichoso. Esta es la santidad
a la que Cristo nos llama, porque quiere que seamos felices y que lo seamos
eternamente. . Ahora bien: ¿cómo llegar a ser santo, cómo andar en busca de
esta felicidad en el mundo actual? ¿Cómo acoger a Dios en nuestras vidas,
cuando, en nuestro alrededor, más y más personas, amigos y allegados, viven
como si Dios no existiera o, al menos, como si hubiese perdido toda
importancia?