domingo, 30 de diciembre de 2012

EL ORIGEN DE LA FIESTA DE NAVIDAD


Contamos los años desde el nacimiento de Cristo, y celebramos la Navidad el 25 de diciembre. Sin embargo, ninguno de los Evangelios nos da la fecha del nacimiento del Señor, y entre los escritos más antiguos no encontramos ninguna referencia que pueda justificar estas indicaciones del calendario.

Fue en el siglo VI, que un monje llamado Dionisio, después de hacer complicados cálculos indicó cuál era el año del nacimiento de Cristo y señaló el año 1 a partir del cual debíamos seguir contando como lo hacemos hasta ahora. Pero se le deslizó un error: según los cálculos de Dionisio, Jesús habría nacido 4 años después de la muerte del rey Herodes, mientras que por el Evangelio de san Mateo (2,1) sabemos que este rey todavía gobernaba cuando Jesús nació. Por lo que se puede asegurar que nuestro calendario está equivocado, y que la fecha del nacimiento de Jesús debe ser colocada unos 5 o 6, o tal vez 7 años antes.

En cuanto al día exacto, tampoco sabemos nada. Ni el Evangelio, ni los escritores antiguos dan datos como para que se deba preferir un día en lugar de otro.

Desde muy antiguo en Oriente se celebraba el día 6 de enero una fiesta que era llamada “de la Epifanía” ( o sea “de la Manifestación”). En esta fiesta se conmemoraban  las diversas manifestaciones de la Palabra de Dios entre los hombres: nacimiento, manifestación ante los magos, en el bautismo del Jordán y ante sus discípulos en las Bodas de Caná. Se discute sobre las razones que han existido para elegir esa fecha. Posiblemente ha tenido algo que ver el hecho de que en ese día finalizaba para los paganos de ciertas regiones el ciclo de fiestas del “sol de invierno”, o tal vez porque en esa misma fecha se celebraba una fiesta
en honor del dios Dionisio, relacionada con un cambio del agua en vino.
En la liturgia del día 6 de enero quedan rastros del antiguo sentido de esta fiesta, ya que decimos:

“ Hoy la Iglesia se ha unido a su celestial esposo, porque el el Jordán Cristo la purificóde sus pecados; los Magos acuden con regalos a la Boda del rey, y los invitados se alegran por el agua convertida en vino ¡Aleluya!”. (Oficio de Laudes; Antífona para el Bendictus)

Dentro de todas estas conmemoraciones, la del Nacimiento del Señor  no era la más importante. El nacimiento del Señor se celebraba en la víspera, porque según consta las antiguas narraciones, el día 5 de diciembre todos los fieles de Jerusalén, junto con el Obispo y el clero, se trasladaban a Belén y allí celebraban una vigilia para retornar a medianoche, en procesión y cantando el oficio de Laudes.

Constantino, una  vez convertido al cristianismo, se preocupó por construir iglesias en los lugares de mayor trascendencia para los fieles. Por eso hizo elevar una magnífica basílica sobre la gruta de Belén que era tradicionalmente señalada como la del nacimiento del Salvador. En esta construcción intervino de manera muy especial Santa Elena, madre del emperador.

A mediados del siglo IV se menciona en Roma una fiesta de la Navidad el día 25 de diciembre, por lo que se puede suponer que originalmente había dos celebraciones del nacimiento: el 6 de enero en Oriente y el 25 de diciembre en Occidente. Pero hasta el siglo VI la gente de Jerusalén siguió celebrando el nacimiento del Señor el día 6 de enero.

Según las opiniones mejor fundadas, la fiesta occidental fue introducida después de la conversión de Constantino y con una doble finalidad: en primer lugar por el piadoso deseo de festejar el nacimiento del Salvador, hecho recordado por los Evangelios pero que el los primeros siglos no se había conmemorado en Roma, mientras que Pascua y Pentecostés ya contaban con una respetable antigüedad enraizada en el Antiguo Testamento.

En segundo lugar, por el deseo de sofocar una de las fiestas más notables del paganismo condenado a desaparecer después de la conversión de Constantino al cristianismo. La noche del 24 de diciembre coincide en el hemisferio norte con la noche más larga del año; es el momento en que a los hombres les parece que el sol desaparece de la vista por más tiempo. Los paganos celebraban este acontecimiento velando durante toda la noche con luces encendidas. Se esperaba la reaparición del sol, o como se dice en latín: “Natalis solis invicti” (el nacimiento del sol que no es vencido). Para hacer desaparecer esta fiesta pagana, se la suplantó por otra fiesta cristiana: el nacimiento del Sol que es Cristo, también con una vigilia con luces encendidas. De esta manera, por una  feliz coincidencia, se encontraba una fecha para celebrar el nacimiento del Señor.

Como el 25 de diciembre cae dentro del invierno en el hemisferio norte, nos hemos acostumbrado a representar la Navidad con nieve y trineos, que no tienen ninguna relación con el nacimiento del Señor sino con la estación invernal  del hemisferio norte en esa época del año.

En los países del norte de Europa se adornan árboles en la noche de Navidad, pero el origen de esta costumbre, no está relacionada con esta fiesta sino con la mitología germánica y con la antigua celebración pagana de la noche del 24 de diciembre.

En el siglo VI se imitó en Roma la costumbre de Jerusalén: el Papa comenzó a celebrar una Misa el 24 de Diciembre a la medianoche ( a la hora en que canta el gallo) en la Basílica de Santa María la Mayor, porque según una tradición allí se conservan las reliquias del pesebre en el que nació Jesús.

Desde muy antiguo los cristianos acostumbraban representar el nacimiento del Señor con actores e imágenes. Un testimonio de este último es la capilla del Pesebre en la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma.

Pero las representaciones populares, sobre todo con actores, en algunos lugares fueron ocasión de grandes abusos y escándalos, a tal punto que el Papa Inocencio III (1198-1216) prohibió los pesebres. Se debe a San Francisco de Asís el haber obtenido del Papa la revocación de esta prohibición y la restauración de la costumbre de celebrar la Navidad con estas representaciones, al hacer preparar un pesebre con un buey y un asno, en una gruta de Grecchio, para la Misa de medianoche del 24 de Diciembre de 1223.

Los cristianos de Oriente conocieron la fiesta de la Navidad de los occidentales (25 de Diciembre), y lentamente la fueron asumiendo. También los de occidente conocieron la fiesta de la Epifanía (6 de enero) de los orientales y la adoptaron junto con la Navidad. Pero se celebra de distinta forma: en oriente se celebra casi exclusivamente el Bautismo del Señor y es una fiesta relacionada con el rito bautismal; en Occidente en cambio, quedó limitada a la conmemoración de la adoración de los Magos, la “manifestación a los paganos”, y con el correr del tiempo, a nivel popular perdió su nombre para ser llamada vulgarmente “fiesta de los Reyes”.

El Evangelio de San Mateo (2,1-12) habla de “magos”, y se entiende que son astrólogos, personas que escrutan el cielo para conocer por medio de los astros el futuro y las cosas ocultas. En Oriente eran muy tenidos en cuenta, sobre todo en los palacios reales, ya que los reyes eran los primeros interesados en tener las noticias por anticipado, y para esto recurrían a estos sabios.

El Evangelio no dice cuántos eran ni cómo se llamaban, pero la fantasía popular ha suplido: de magos han hecho reyes, en número de tres y con nombres que todos conocen, sobre todo los más chicos. En un principio se decía que eran dos, tres, cuatro, ocho, doce o quince… En el siglo VI se los llamó reyes por primera vez, y se dijo que el primero era rey de Persia, el segundo de la India, y el tercero de Arabia. También se les daba nombres: unos dijeron que se llamaban Bithisares, Melchior y Cataspa; otros que sus nombres eran: Tanisuran, Malik y Sissebá. Los nombres que se repiten actualmente se conocen a partir del siglo VIII, y en el siglo XV se comenzó a representar a uno de ellos como de raza negra. En el siglo XII llevaron desde Milán a Alemania unas reliquias que eran tenidas como pertenecientes a los “tres reyes magos”. En la catedral de Colonia se conservan hasta hoy en un magnífico relicario.

Algunos dicen que llegaron a Belén el mismo día del nacimiento de Jesús, otros que más tarde, e incluso algunas obras de arte antiguas los representan adorando a un Jesús niño ya bastante crecido, casi un adolescente.

En el frente de la antigua Basílica de la Natividad, en Belén, había un mosaico que representaba la adoración de los Magos. Estos aparecían vestidos a la usanza persa. Cuando en el año 614 los persas invadieron Palestina, los soldados quedaron tan impresionados al ver a sus compatriotas en esta imagen, que respetaron la Basílica y no la destruyeron.

Al ver reunidas en la fiesta de la Navidad tantas cosas pertenecientes a orígenes tan diversos no debemos asombrarnos ni tampoco debemos despreciarlas: en Navidad celebramos a la Palabra de Dios que se hizo carne, asumiendo todo lo humano menos el pecado. De la misma manera, en nuestra forma de festejarla reunimos todo lo que es humano: lo histórico, lo poético, lo artístico, lo legendario, lo folclórico… El hombre reúne todo lo que le pertenece para tratar de expresar su alabanza al Misterio Inexpresable.

(Luis Heriberto Rivas)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

COMENTARIOS DE NUESTROS LECTORES