domingo, 26 de julio de 2015

Comentario al Evangelio del Domingo XVII (Tiempo Ordinario, ciclo B)

Julio César Rioja, cmf

Queridos hermanos:
Se interrumpe en este domingo la lectura de Marcos y se inicia la del capítulo sexto de Juan, que durará cinco domingos. Es importante leer todo, en el contexto del discurso de Jesús sobre el Pan de Vida, que recorre todos estos días. El relato de hoy sobre la multiplicación de los panes y los peces, sirve de introducción. La intención de Juan no es hablarnos sólo del pan material, (es curioso en este relato no aparece la expresión: “Dadles vosotros de comer” Marcos 6,37), sino también del hambre de Dios.

“Lo seguía mucha gente porque habían visto los signos que hacía con los enfermos”. Jesús decide intervenir a su manera, parece querer probar la fe de sus discípulos  y la de todo ese gentío, saber si lo buscan a Él o le siguen por otras motivaciones. Por eso pregunta a Felipe, dónde comprar pan para toda esa gente, y dice el evangelista: “Lo decía para tantearlo, pues bien sabia él lo que iba a hacer”.
Felipe y Andrés cuentan lo mucho que les falta: “doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo”, “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?”, están en la lógica del no podemos hacer nada, pero Jesús quiere contar con lo poco que tienen.

Sin duda este texto da para muchas interpretaciones, pero dada la necesidad de brevedad quiero resaltar hoy cuatro aspectos:
El primero: El gesto subraya la generosidad de Dios, se da de comer a más de cinco mil hombres, con cinco panes y dos peces, sobran doce canastos de pan y el pueblo se sacia. El mensaje es claro, se desbordan todos los cálculos humanos, trasciende toda lógica, todo esquema mental.  Lo grande y actual de este relato, es que todo esto es posible realizarlo hoy en nuestro mundo. Nunca como es este tiempo, tenemos la posibilidad de alimentar a las multitudes hambrientas, somos la primera generación que podemos acabar con el hambre en el mundo, este es un pecado grave, por el que seremos seriamente juzgados.

El segundo: el signo de Jesús, no se realiza sin la aportación pequeña pero concreta, de un muchacho, que tal vez animó a otros a la solidaridad y esto provocó el milagro. Lo comprobamos en nuestras comidas comunitarias, cuando todos ponen un poco y se comparte, suele sobrar. No ir por la vida calculando, guardando y previniendo, sino aprendiendo a compartir, a entregar, a ofrecerse, es el más asombroso de los milagros.

El tercero: Jesús distribuye los panes, con el mismo rito que aparece en la Eucaristía: “Tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió”. Juan hace referencia a que estaba cerca la Pascua. Partiendo del pan, podemos descubrir la necesidad de otro alimento, que de verdadero sentido a nuestra existencia como creyentes. Tenemos hambre de Dios, por eso es necesario que los cristianos, nos juntemos durante la semana para profundizar en el mensaje, celebrar la vida, para actuar como Jesús, rescatar nuestra vida de la prisa, del consumo, de la eficacia, para escuchar sus palabras, que son de vida y dan la vida.

El cuarto: fue tan sorprendente el signo que la gente exclamó. “Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo. Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vea a la montaña, él solo”. Nos fabricamos al profeta que necesitamos y pretendemos convertirlo a nuestro modo de pensar. Nos da una lección clara y nos hace pensar porqué le seguimos.


Como diría Martín Descalzo: “Dios ha bajado a comer la tortilla con nosotros”, desciende hasta el prado, la llanura con mucha hierba de aquel sitio, para comer junto a nosotros el pan de la vida. Purifiquemos nuestra mentalidad para que Jesús sea el centro de nuestra mesa, el objetivo de nuestras luchas y el espejo en el que mirarnos, huyendo del triunfalismo y del poder. Cuando se parte y se reparte lo que hay, siempre sobra para el futuro, eso ya le pasó a Eliseo

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