viernes, 15 de febrero de 2013

4. El Canon de la Biblia




Una regla de fe para determinar si una cosa es verdadera o falsa.

I. INTRODUCCIÓN
La palabra “canon” viene de la lengua griega y corresponde a la expresión “una caña recta que sirve para sostener derecha alguna cosa”. Para nosotros, es como una regla de fe para determinar si una cosa es verdadera o falsa; es el criterio de la verdad de una afirmación, es la medida, la norma o regla de algo.

Hay cuatro cánones o listas oficiales de libros de la Biblia:

El canon de los judíos: ellos sólo aceptan 39 libros del Antiguo Testamento. No aceptan ningún libro del Nuevo Testamento.

El canon de los protestantes: ellos aceptan 39 libros del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo. Total: 66 libros.

El canon de los católicos: aceptamos los 46 libros del Antiguo Testamento y los 27 libros del Nuevo Testamento. En total: 73.

El canon de los ortodoxos (o sea los 200 millones de cristianos del Oriente Medio): aceptan, como los católicos, todos los 73 libros de la Biblia.

Cabe preguntarnos: ¿por qué las iglesias cristianas evangélicas no aceptan todos los libros que están en la Biblia católica?

La fijación del canon bíblico constituyó una necesidad para la Iglesia. Era necesario hacerlo por la universalidad de la única Iglesia. Para mantener una misma regla de fe en todas las iglesias esparcidas por la tierra era indispensable disponer de un mismo canon. Frente a los herejes que recurrían con frecuencia a libros “secretos” (apócrifos) era de todo punto necesario delimitar claramente los libros normativos de la fe,
distinguiéndolos de cualquier otro, fuera apócrifo o no.

II. OBJETIVO DOCTRINAL Comprender el significado de Canonicidad.

III. OBJETIVO VIVENCIAL Valorar el magisterio autorizado de la Iglesia.

IV. TESIS
El Canon de la Biblia es el catálogo o lista de los libros que la Iglesia considera inspirados por Dios, llamados, por lo mismo, libros canónicos. Son 73 libros; 46 del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo Testamento. El canon se aplica a toda la Sagrada Escritura, no sólo a unas partes. Es competencia de la Iglesia determinar cuáles son los libros inspirados y cuáles no, porque tiene la autoridad recibida de Cristo con la asistencia del Espíritu Santo. Además determina cuáles son, porque es ella quien los ha escrito a lo largo de los años. La Iglesia no lleva a cabo esta operación de modo arbitrario, sino mediante la aplicación de unos criterios tanto internos como externos, a través de los cuales le es permitido discernir y descubrir la regla de la fe y de la verdad en un determinado libro, como en un espejo.


V. EXPLICACIÓN DE LA TESIS
1. La Iglesia y el Canon
Es interesante saber que los 73 libros de la Biblia que tenemos entre manos son fruto de un discernimiento, inspirado por Dios, que hizo la Iglesia, declarando cuáles libros son canónicos y cuáles apócrifos (secretos, no inspirados).

La pregunta que salta a la vista es saber quién tiene la autoridad o la capacidad para decidir si un libro pertenece o no a la Biblia. La Iglesia lo único que hace es atestiguar que ese libro existente ha sido inspirado por Dios; no es la Iglesia quien inventa los libros.

¿Por qué corresponde a la Iglesia discernir que ese libro es inspirado por Dios? Por dos motivos:

a) Porque la Biblia, Palabra de Dios escrita, es fruto de la predicación de la Iglesia misma: fue la primera comunidad cristiana quien empezó a poner por escrito su predicación sobre la vida y doctrina de Jesús. Entonces sólo a ella pertenece la justa interpretación de lo que escribió; como pertenece sólo al autor de un libro interpretar rectamente lo que escribió en su libro.

b) Porque Jesús entregó a Pedro “las llaves” de su Reino, es decir de su Iglesia, y sólo él, unido a los apóstoles, por mandato de Jesús, tiene el poder del Espíritu Santo de discernir la verdad. También los obispos (siempre en comunión con el Papa) son sujetos de magisterio auténtico y son asistidos por el Espíritu de Cristo para explicar y aplicar la Escritura (LG 25). Todo cristiano tiene, sin duda, este Espíritu de Dios al recibir el bautismo; pero el cristiano, como individuo y particular, no tiene la función el interpretar la Biblia. Nos dice el concilio Vaticano II: “El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado únicamente al Magisterio de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo. Pero el Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído” (Dei Verbum, 10).

De aquí concluimos lo siguiente: la Biblia tiene que considerarse una expresión de la fe de la Iglesia apostólica. San Agustín afirmaba: “No creería en el Evangelio, si no fuera por la autoridad de la Iglesia católica que me lo ordena...”. Y los primeros obispos de la Iglesia llamaban a la Biblia: “El libro de la Iglesia”.

Otra conclusión: todo libro inspirado es canónico y no al revés, es decir, la canonicidad es efecto de la inspiración. La Iglesia no causa la inspiración, sino que la reconoce al hacerlo canónico. Es necesario fijar el Canon para que la fe en toda la Iglesia universal sea “una” y tenga un único criterio. De lo contrario, en vez de Pentecostés, tendríamos una torre de Babel (como pasa entre algunos protestantes).

Una cita del concilio Vaticano II aclara el papel de la Iglesia: “La Iglesia, guiada por el Espíritu Santo y por el magisterio de sus Pastores, es la depositaria y guardiana del tesoro de la revelación y la única intérprete de la Biblia. El Papa y los demás obispos son maestros auténticos del Evangelio” (LG 25); es decir, lo explican, lo interpretan y lo aplican a la vida de los hombres con la autoridad de Cristo Cabeza.


2. ¿Cuándo fue establecido el Canon de la Biblia?
Desde los primeros tiempos del cristianismo la Iglesia católica consideraba algunos escritos como “canónicos” (o inspirados) y otros los rechazó. A éstos últimos los llamó apócrifos.

La palabra canónico se utilizó por primera vez en el concilio de Laodicea de Frigia (360). En el canon 59 se establece que “en la asamblea no se deben recitar salmos privados o libros no canónicos, sino solamente los libros canónicos del Nuevo y del Antiguo Testamento”. Libros canónicos, por consiguiente, vendría a equivaler al conjunto de libros que norman la fe de la Iglesia.

Las primeras decisiones de la Iglesia en relación al Canon de la Biblia se dieron en el Concilio de Hipona (África) en el año 393. La última definición fue en el Concilio de Trento en 1546.


3. ¿Cuáles son los criterios de Canonicidad?
Responderemos a esta pregunta: ¿Qué criterios tuvo la Iglesia para saber que un libro es inspirado?

Podemos establecer los siguientes criterios:

Primero, criterios para el Antiguo Testamento:
a) La Biblia de los Sesenta (LXX). Es innegable que, al abrirse el cristianismo a la gentilidad y a la cultura helenística, la Escritura judía utilizada por los primeros cristianos fue el texto de los LXX. Pues bien, en la Biblia de los LXX están incluidos tanto los libros protocanónicos y los deúterocanónicos del Antiguo Testamento.

b) Uso en el culto: Parece ser que en la liturgia sinagogal se leían cíclicamente, cada tres años, los libros de la Torah y de los Profetas. Con el tiempo la lectura se extendió también a los Escritos. El uso cúltico de un libro significa un reconocimiento al menos implícito de su carácter sagrado. Por otra parte la iglesia primitiva utilizó la Biblia judía en el propio culto dominical. Aun colocándonos en un terreno hipotético, es de suponer que los judíos en diáspora usarían para su culto todos los libros incluidos como sagrados en la Biblia de los LXX.

c) Uso en los escritos del Nuevo Testamento. Es verdad que no todos los libros del Antiguo Testamento se encuentran citados en el Nuevo, aunque del hecho de no estar expresamente citados no se deduce que no hayan sido usados y tenidos en cuenta en la redacción neotestamentaria


Segundo, para el Nuevo Testamento, tenemos estos criterios:
a) El origen apostólico es decir, que un libro tenga como autor seguro a un apóstol o alguno de sus discípulos. Los apóstoles, considerados depositarios de la revelación histórica de Jesús, eran el canon vivo, intérpretes autorizados del mensaje y del acontecimiento salvífico de Jesús. Durante la segunda mitad del primer siglo, las iglesias destinatarias de algún escrito apostólico lo conservaron celosamente y lo fueron difundiendo e intercambiando con escritos apostólicos de otras iglesias. Poco a poco el canon vivo se convirtió en canon escrito.

b) El uso litúrgico que hizo la Iglesia primitiva de ciertos libros; es decir, los libros que fueron usados por los apóstoles y las primeras comunidades cristianas, seguramente son Canónicos.

c) La coherencia, es decir, que la enseñanza de un libro sea coherente con el resto de la Escritura.

d) La ortodoxia: Ningún libro podía ser auténtico se contenía una interpretación del misterio de Jesús contraria a la ortodoxa, que se había formados con la tradición viva de los apóstoles.

e) Listas antiguas del canon: La formación de una lista implica la aceptación de los libros enlistados como libros de carácter peculiar. En la carta escrita por Atanasio para la pascua del 367 ya se enumeran sin vacilación todos los libros del Nuevo Testamento. Este catálogo, dieciocho años más tarde, el año 385, será aceptado por san Jerónimo y divulgado por él en occidente a través de su traducción oficial latina, llamada Vulgata.

Una vez presentados los criterios, está claro que ninguno aisladamente ha bastado a la Iglesia para determinar la canonicidad o no de un escrito. Ha sido la conjunción de algunos de ellos o de todos la que ha dado a la Iglesia la certeza, bajo la asistencia y guía del Espíritu Santo, de estar ante un libro sagrado y por lo tanto de deber reconocerlo como tal.


4. ¿Cómo se dividen los libros canónicos?
Los 73 libros inspirados o canónicos de la Biblia se dividen en:

a) Protocanónicos: son aquellos libros que fueron y son considerados inspirados, sea por la religión judía, sea por la católica, como también por las Iglesias protestantes. Es decir, que su inspiración no ha sido puesta en duda por ninguna Iglesia.

b) Deuterocanónicos: son aquellos libros de la Biblia de cuya inspiración se dudó algún tiempo o por alguna Iglesia en particular.

Son siete libros deuterocanónicos del Antiguo Testamento:

Tobías
Judit
Sabiduría
Eclesiastés
Baruc
1 y 2 Macabeos
algunos fragmentos de Daniel y Esther.

Los protestantes no aceptan estos libros .

También son siete deuterocanónicos del Nuevo Testamento:

Carta a los Hebreos,
Carta de Santiago
2 de Pedro,
2 y 3 de Juan;
Apocalipsis;
más algunos versículos de los evangelios: Mc 16, 9-20; Lc 22, 43; Jn 8, 1-11. 3


5. ¿Cómo se formó el Canon del Nuevo Testamento?
Todos, católicos y protestantes, aceptan como inspirados los 27 libros del Nuevo Testamento. Pero, ¿cómo se formó este Canon?

Podemos decir que fue gradualmente:

a) Los apóstoles, después de la ascensión de Jesús, cumplieron su mandato de “Id a todo el mundo” (Mc 16, 19). Entonces no había nada escrito de la vida y doctrina de Jesús. Todo era predicación oral, según el recuerdo de los apóstoles.

b) Los primeros escritos sobre la doctrina de Jesús son algunas cartas de san Pablo. Estamos en los años 40.

c) Luego se hizo necesario poner por escrito la predicación de los apóstoles, para conservar el tesoro de la buena nueva de Jesús. Nacieron así, poco a poco, todos los escritos del Nuevo Testamento. Se escribieron también otros escritos piadosos sobre Jesús, poniendo falsas firmas. La Iglesia entonces definió el Canon: como hemos dicho el primer canon del Nuevo Testamento fue aprobado en el Concilio de Hipona (393) y fue definido en el Concilio de Trento (1546).


6. ¿Qué son los libros apócrifos?
Se llaman apócrifos ciertos libros religiosos, que la Iglesia no ha aceptado como inspirados, a pesar de que su contenido sea a veces semejante al de la Biblia. La palabra apócrifo es griega y quiere decir “oculto, escondido”.

Tradicionalmente se les ha negado la inspiración y la canonicidad, porque la mayor parte de las iglesias no aceptaron su origen apostólico, porque contenían hechos exagerados e imaginarios, y porque en algunos puntos no concordaban con la regla de la fe.

Fueron escritos entre finales del siglo II y el IV, aunque algunos de tales escritos tuvieron muchísima difusión durante la Edad Media.

¿Cuáles son estos libros apócrifos?
Del Antiguo Testamento tenemos:

Libros de Enoc 4, libro de los Jubileos o “Pequeño génesis”5 , 3 y 4 de los Macabeos6 , oración de Manasés o salmo penitencial, 3 y 4 libro de Esdras7 , Salmos de Salomón.

Del Nuevo Testamento tenemos: Evangelio de Tomás, Evangelio de los Hebreos, Evangelio de Pedro, Protoevangelio de Santiago8 , La Asunción de María, Carta de Nuestro Señor a Abgar, cartas apostólicas, 3 carta de san Pablo a los Corintios.


7. ¿Cómo saber si una Biblia es católica?
Es bastante fácil distinguir una edición católica de la Biblia. Hay dos señales:

a) Por el número de libros. Si el Antiguo Testamento consta de al menos 46 libros y están incluidos los deuterocanónicos (Tobías, Judit, 1 y 2 de Macabeos, Sabiduría, Eclesiástico y Baruc), esa Biblia es casi seguro católica. Digo “casi” ya que algunas Biblias protestantes incluyen estos libros al final del Antiguo Testamento.

b) La aprobación eclesiástica. Sólo en la Biblia de edición católica se encuentra en las primeras páginas la autorización de la Iglesia, a través de un obispo, que permite la impresión y garantiza la buena traducción de la edición. El “No hay dificultad” (Nihil Obstat) y la autorización de un obispo para imprimirla (Imprimatur).



VI. CONCLUSIÓN
Compete a la Iglesia, como asistida que está por el mismo Espíritu Santo, el cual inspiró a los autores sagrados, el distinguir aquellos libros en que está consignada canónicamente la revelación traída por los profetas y los apóstoles.


VII. ORACIÓN
Señor, dame fe para aceptar tu Palabra y jamás poner en duda ningún libro de tu Sagrada Palabra. Cada libro lo quisiste tú para nuestra salvación. Aceptar tu palabra es aceptar la salvación que nos ofreces. Amén.

(Fuente: Catholic.net)

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