Julio César Rioja, cmf
Queridos hermanos:
“No soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador
de higos. El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: Ve y profetiza a mi
pueblo de Israel.”. Nos lo deja claro Amós en la primera lectura, el que llama
y envía es Dios. Lo mismo nos comunica Marcos en el Evangelio: “En aquel tiempo
llamó, Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos”. Por si nos quedaban
dudas, San Pablo en la segunda lectura recuerda: “Él nos eligió en la persona de
Cristo…”. Somos llamados y enviados a ser hombres, a ser personas, a defender
la vida, seguir a Cristo, extender el Reino y a eso lo llamamos: “vocación”.
Toda vocación es envío, se llama para algo: “Predicar la
conversión, echar demonios, ungir a los enfermos” y tiene que ser
testimonio de vida: “Les encargó que llevaran para el camino…”, lo necesario
para vivir. Algo nos recuerda que los cristianos, deberíamos andar por la vida
más ligeros de equipaje, más austeros, compartiendo nuestros dineros y nuestro
tiempo con los que menos poseen, comprometidos social y políticamente con la
transformación de la realidad, siendo más militantes contra los demonios de
este mundo, (este sistema capitalista y esta economía, que en palabras de Papa
Francisco: mata y crea descartes).
Sin tantos tinglados pastorales: “Un bastón y nada más, pero
ni pan ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que
llevasen sandalias, pero no
una túnica de repuesto”. En demasiadas ocasiones parece que el medio y el
mensajero son más importantes que el mensaje. El mensaje es la Buena Noticia de
Jesús, quien ve al mensajero tiene que ser capaz de ver a Cristo, el enviado
debe ser fiel a quien le envía. Debemos relativizar las mediaciones, no
anunciamos opiniones personales por muy importantes que nos parezcan, tendremos
que despojarnos de nosotros mismos, de las ataduras que nos retienen. La
credibilidad del testigo radica en la grandeza del mensaje, más que en los
medios que utilizamos.
Cuando Jesús nos llama, nos hace cambiar ese lugar interior
que es nuestro propio yo, nos cambia nuestro modo de pensar y de vivir, para
que como dice hoy Pablo: “seamos santos e irreprochables ante él por el amor”.
Nos obliga a dar un paso hacia delante, a abandonar nuestro yo, para
identificarnos con el yo de Jesús, y representarle ante la gente. Solo quien ha
sido capaz de estar con él, de revestirse de él, tiene la posibilidad de ser
apóstol. El mensaje es Jesús, no nosotros.
“Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos
sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa”. El mensaje puede ser
rechazado, aunque a nosotros nos parezca lo más importante para nuestra vida y
nuestra sociedad. Este mensaje hoy, no sólo encuentra oposición, sino
indiferencia, también le pasó a Jesús. Se trata de pedir un cambio de vida, de
renovarse, de cambiar las estructuras humanas y sociales, de convertirse y esos
nos cuesta a todos, también a los mensajeros y por eso la importancia, como
decíamos antes, de estar ligados a Cristo. Por esta razón, debemos evitar todos
los triunfalismos o considerarnos superiores, a la vez que revisamos, si
presentamos adecuadamente el mensaje. Sacudirse el polvo de los pies puede ser
lo último, estamos llamados a no desanimarnos, siempre se puede ir a otro lado.
Mensajeros somos todos, todos somos llamados, encontrarnos
con Jesús es lo más importante que nos ha pasado, pero eso, nos invita a un
estilo de vida que nos hace testigos (Pablo), apóstoles (los Doce), profetas
(Amós). Nos invita a ser cristianos, no sólo parecerlo, a poner en tela de
juicio, todo lo que decimos necesario para vivir nuestro día a día, e incluso
para transmitir el Evangelio, (no repasen cuantos bastones, alforjas, dineros
en la faja, zapatos o sandalias, ni túnicas o corbatas…, son necesarios). Hoy
nos vendrían bien unos versos: “Y cuando llegue el día del último viaje y esté
a partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo, ligero de
equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar” (Antonio Machado). Los hijos
de la mar, llegan así, casi desnudos, últimamente a nuestras costas, ¿quién
habló de echar demonios y curar?
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