jueves, 24 de enero de 2013

Una perspectiva para observar la Catequesis Familiar: La transmisión de la fe en el tiempo actual


En el marco de una crisis más amplia
Que la transmisión de la fe está en crisis no constituye novedad alguna. Numerosos sociólogos de la religión y otros pensadores han indagado en las causas y en los alcances de esta crisis. Sin embargo, cualquier observador sin disciplina ni método puede caer en la cuenta de este fenómeno.

Son muchos y variados los signos de la crisis. Podemos encontrarlos en el lenguaje del hombre común, en las propuestas de la publicidad, en las estadísticas, en las quejas de los educadores, en la calle, en los colegios, en el diario, en la televisión, en las parroquias; pero sobre todo podemos hallarlos en las opciones... Allí donde se encuentran inteligencia y voluntad para adherir a la verdad y al bien o para rechazarlos porque la deliberación humana se ha visto arrastrada y sofocada por la avalancha de propuestas distintas, que vienen de todos lados y que dejan casi adormecida la conciencia.

La crisis de la transmisión de la fe es un caso particular de un fenómeno más amplio: la crisis religiosa que viene gestándose desde los comienzos de la Modernidad. Entre las diversas causas de la crisis religiosa podemos mencionar la falta de credibilidad de los distintos elementos del fenómeno religioso, especialmente de sus instituciones.

Hoy todas las transmisiones están en crisis. Hay una crisis de la transmisión de la cultura, los valores y las convicciones en las sociedades occidentales. Hay una crisis de la comunicación y el diálogo entre las generaciones en esas mismas sociedades.


Los ancianos son separados de la sociedad. Se los aparta y no se les reconoce un bagaje a transmitir. Hay entre nosotros lo que algunos autores llaman "una cierta situación de amnesia". Nos configuramos como sociedades amnésicas, sin memoria, en las que impera una impotencia creciente por hacer vivir una memoria colectiva del sentido presente y de las orientaciones para el futuro.

En este marco la secularización se constituye en una causa primordial de la crisis. La religión ha dejado de ser el factor determinante de la organización del conjunto de la vida social y personal. La socialización ocurre, por lo tanto, al margen de la religión, produciéndose la disociación entre socialización cultural y socialización religiosa.

Como consecuencia y como causa de todo esto, la autoridad tradicional también está en crisis. Autoridad e instituciones aparecen, en nuestros relatos cotidianos, como entidades cuestionadas. Se desconfía de ellas y no se las considera capaces de la verdad y de la justicia.

La modernidad psicológica
Ha sido reconocida, por los especialistas, como la característica fundamental de la transmodernidad o de la alta modernidad o de lo que, hasta hace poco, designábamos como posmodernidad. La modernidad psicológica es el predominio de la autonomía de la persona. Es la importancia atribuida a su realización personal, más allá de cualquier otra exigencia o solicitud proveniente de las diversas autoridades, de los principios o de las instituciones.

Esto conduce a una desregulación generalizada de las creencias y de las prácticas religiosas. No importa lo que siempre se ha hecho, ahora importa si eso que siempre se ha hecho y si aquello en lo que siempre se ha creído es bueno y posible para la persona concreta. Y, si no lo es, se descarta... Porque en la modernidad psicológica importa, sobre todas las demás cuestiones, la realización de la persona, como satisfacción y como alcance de un estado de armonía, con la menor cantidad posible de exigencias y de requerimientos que puedan conducirla a algún tipo de frustración.

La familia en la crisis de la transmisión
Frente a la familia tradicional, orientada a la reproducción de la vida y a la transmisión de un patrimonio biológico, material y simbólico, aparecen y se instalan los nuevos modelos de familia. De ellos se espera que aseguren la felicidad presente de sus miembros, sin pretensiones de estabilidad ni de continuidad. Muy por el contrario, si la realización personal de alguno de sus integrantes se ve afectada por el condicionamiento de la continuidad, se rompe el vínculo para evitar la frustración.

La modernidad psicológica alcanza aquí una expresión clarísima. La organización familiar está siempre supeditada a la realización personal de sus miembros. Aunque en el discurso es todavía posible encontrar rasgos de la familia tradicional, en los hechos y en las opciones aparecen con mucha fuerza estos nuevos modelos de familia con los cuales las instituciones tradicionales no han aprendido todavía a dialogar.

¿En este panorama es posible trasmitir la fe?
Para que pueda transmitirse la fe son necesarias unas relaciones basadas en vínculos interpersonales fuertes y duraderos, más allá de las relaciones meramente funcionales. Esta afirmación de Martín Velasco tiene plena sintonía con lo que expresa Paola Del Bosco cuando dice... "En la cultura posmoderna la clausura metafísica y la superación del sujeto dejan al hombre des - fundamentado y apoyado en el abismo, el caos y la nada. En esta situación de vacío y sin sentido, él tiene la necesidad de una experiencia intensa de los valores. Aquí es posible reconocer la nostalgia de la realidad consistente, y el único medio para recobrar el arraigo en la realidad reside en la intensificación de auténticas y vigorosas relaciones interpersonales, como las que se producen en el ámbito de la familia, la amistad, el amor y la fe."

Uno de los dramas del hombre de hoy es su falta de ligazón a la realidad. No tiene dónde apoyarse... Sólo el caos y el abismo parecen abrazarlo. En esta situación de absoluta soledad y falta de consistencia, necesita desesperadamente situarse, asirse, reencontrarse, trascender de él mismo para ir al encuentro de los otros.

Sólo esas relaciones profundas, estables, sólidas y confiables pueden llegar a producir procesos personales de identificación como los que se realizan en el encuentro con personas concretas que tratan de llevar, sinceramente, a la práctica el cristianismo a su vida y están dispuestos a hablar de ello con los demás y a darles testimonio.

Cuando las relaciones se dan fuera de la familia, es preciso allí también la existencia de grupos capaces de hacer circular los valores cristianos entre sus miembros. Es difícil que esto ocurra en las grandes instituciones en las que el anonimato, las jerarquías y la falta de comunicación dificultan las relaciones a las que hacíamos referencia. Será preciso la existencia de grupos vitales y abarcables en los cuales puedan surgir y afianzarse tales relaciones.

En un lenguaje más pastoral diríamos que esas relaciones se darán en el seno de las comunidades. Será preciso el surgimiento de nuevas formas de comunidad, pequeñas, de talla humana. Para hacer en la Iglesia la experiencia mistagógica de la presencia de Jesús en medio de todos y para hacer que ella sea una auténtica fraternidad, donde la igualdad y la común dignidad de todos los miembros ( LG 32) supere la distinción de cargos y ministerios. De este modo, prevalecerá el acontecimiento y la convocatoria por medio de la fe y el aspecto institucional no sofocará ni dañará el despliegue auténtico de la comunión y de la misión.

Será necesario crecer en una espiritualidad de comunión, gestada y fecundada en la vida, la Palabra, la fiesta, la oración y la misión. Fruto del Espíritu y expresión de la unidad y del amor trinitarios.

Un sociólogo suizo de la religión, Campiche, dice que los vectores religiosos de la transmisión (familia, escuela y organizaciones religiosas) no están obsoletos, sino que cambiaron su rol y su estatus. ¿Cómo hacer de esos "vectores sociales" comunidades capaces de transmitir la fe?

Del discurso a la experiencia personal
Cuando de transmisión se trata, en el tiempo actual, el discurso ha sido sustituido por la experiencia personal. Ella se ha convertido en la norma predominante de toda elección ética. Ya hace varios años Emilio Komar nos proponía la encarnación de los valores como propuesta pedagógica para la educación moral (4). No imponer los valores desde afuera, a través del discurso doctrinario y de una encarnación que podríamos llamar "estampa". Proponerlos a través de la vida. Dejarlos circular en la comunidad para que, en toda ella, vibre un ambiente educativo que favorezca la experiencia personal de los que la integran. El valor que es apreciado, gustado, juzgado como útil, es finalmente encarnado con toda libertad.

Se acabó el tiempo del deber ser. La fe no se transmite con el discurso. Sólo la fe vivida, anunciada y celebrada en el seno de una comunidad puede transmitirse a sus miembros vinculados por relaciones duraderas y confiables.

El resultado más importante de este nuevo modelo de transmisión es el paso de la reproducción de la religiosidad de los padres y maestros a la pluralidad de identidades religiosas entre los destinatarios.

Algunas preguntas para el final

            ¿Dónde están y cuáles son aquellas comunidades capaces de transmitir la fe?
            ¿Hay vectores religiosos obsoletos o se trata, simplemente, de la necesidad de reformular su rol y su estatus?
            ¿Cómo se operativiza el pasaje del discurso a la experiencia personal en la transmisión de la fe?
            ¿Es posible pensar en la existencia de verdaderas comunidades virtuales, en las cuales sean posibles los vínculos sólidos y duraderos que permitan la experiencia personal como condición para transmitir la fe? Si nuestra respuesta es afirmativa, ¿cómo lo haríamos? Si nuestra respuesta es negativa, ¿cuáles son los impedimentos o contradicciones que podemos señalar?
            ¿Estamos dispuestos a asumir, comprender y evangelizar el paso del modelo de reproducción de la religiosidad a la pluralidad de identidades religiosas de los destinatarios de la transmisión de la fe?
            ¿Tenemos en cuenta esta crisis de la transmisión de la fe cuando observamos la Catequesis Familiar?
           
¿Puede ser ella misma agente de cambios positivos a lo largo de esta crisis o se ve afectada y arrastrada por la crisis?


Equipo del Observatorio Catequístico

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