En el marco de una crisis más
amplia
Que la transmisión de la fe está en crisis no constituye novedad
alguna. Numerosos sociólogos de la religión y otros pensadores han indagado en
las causas y en los alcances de esta crisis. Sin embargo, cualquier observador
sin disciplina ni método puede caer en la cuenta de este fenómeno.
Son muchos y variados los signos de la crisis. Podemos encontrarlos en
el lenguaje del hombre común, en las propuestas de la publicidad, en las
estadísticas, en las quejas de los educadores, en la calle, en los colegios, en
el diario, en la televisión, en las parroquias; pero sobre todo podemos
hallarlos en las opciones... Allí donde se encuentran inteligencia y voluntad
para adherir a la verdad y al bien o para rechazarlos porque la deliberación
humana se ha visto arrastrada y sofocada por la avalancha de propuestas
distintas, que vienen de todos lados y que dejan casi adormecida la conciencia.
La crisis de la transmisión de la fe es un caso particular de un
fenómeno más amplio: la crisis religiosa que viene gestándose desde los
comienzos de la Modernidad. Entre las diversas causas de la crisis religiosa
podemos mencionar la falta de credibilidad de los distintos elementos del
fenómeno religioso, especialmente de sus instituciones.
Hoy todas las transmisiones están en crisis. Hay una crisis de la
transmisión de la cultura, los valores y las convicciones en las sociedades
occidentales. Hay una crisis de la comunicación y el diálogo entre las
generaciones en esas mismas sociedades.
Los ancianos son separados de la sociedad. Se los aparta y no se les
reconoce un bagaje a transmitir. Hay entre nosotros lo que algunos autores
llaman "una cierta situación de amnesia". Nos configuramos como
sociedades amnésicas, sin memoria, en las que impera una impotencia creciente
por hacer vivir una memoria colectiva del sentido presente y de las
orientaciones para el futuro.
En este marco la secularización se constituye en una causa primordial
de la crisis. La religión ha dejado de ser el factor determinante de la
organización del conjunto de la vida social y personal. La socialización
ocurre, por lo tanto, al margen de la religión, produciéndose la disociación
entre socialización cultural y socialización religiosa.
Como consecuencia y como causa de todo esto, la autoridad tradicional
también está en crisis. Autoridad e instituciones aparecen, en nuestros relatos
cotidianos, como entidades cuestionadas. Se desconfía de ellas y no se las
considera capaces de la verdad y de la justicia.
La modernidad psicológica
Ha sido reconocida, por los especialistas, como la característica
fundamental de la transmodernidad o de la alta modernidad o de lo que, hasta
hace poco, designábamos como posmodernidad. La modernidad psicológica es el
predominio de la autonomía de la persona. Es la importancia atribuida a su
realización personal, más allá de cualquier otra exigencia o solicitud proveniente
de las diversas autoridades, de los principios o de las instituciones.
Esto conduce a una desregulación generalizada de las creencias y de las
prácticas religiosas. No importa lo que siempre se ha hecho, ahora importa si
eso que siempre se ha hecho y si aquello en lo que siempre se ha creído es
bueno y posible para la persona concreta. Y, si no lo es, se descarta... Porque
en la modernidad psicológica importa, sobre todas las demás cuestiones, la
realización de la persona, como satisfacción y como alcance de un estado de
armonía, con la menor cantidad posible de exigencias y de requerimientos que
puedan conducirla a algún tipo de frustración.
La familia en la crisis de la
transmisión
Frente a la familia tradicional, orientada a la reproducción de la vida
y a la transmisión de un patrimonio biológico, material y simbólico, aparecen y
se instalan los nuevos modelos de familia. De ellos se espera que aseguren la
felicidad presente de sus miembros, sin pretensiones de estabilidad ni de
continuidad. Muy por el contrario, si la realización personal de alguno de sus
integrantes se ve afectada por el condicionamiento de la continuidad, se rompe
el vínculo para evitar la frustración.
La modernidad psicológica alcanza aquí una expresión clarísima. La
organización familiar está siempre supeditada a la realización personal de sus
miembros. Aunque en el discurso es todavía posible encontrar rasgos de la
familia tradicional, en los hechos y en las opciones aparecen con mucha fuerza
estos nuevos modelos de familia con los cuales las instituciones tradicionales
no han aprendido todavía a dialogar.
¿En este panorama es posible
trasmitir la fe?
Para que pueda transmitirse la fe son necesarias unas relaciones
basadas en vínculos interpersonales fuertes y duraderos, más allá de las
relaciones meramente funcionales. Esta afirmación de Martín Velasco tiene plena
sintonía con lo que expresa Paola Del Bosco cuando dice... "En la cultura
posmoderna la clausura metafísica y la superación del sujeto dejan al hombre
des - fundamentado y apoyado en el abismo, el caos y la nada. En esta situación
de vacío y sin sentido, él tiene la necesidad de una experiencia intensa de los
valores. Aquí es posible reconocer la nostalgia de la realidad consistente, y
el único medio para recobrar el arraigo en la realidad reside en la
intensificación de auténticas y vigorosas relaciones interpersonales, como las
que se producen en el ámbito de la familia, la amistad, el amor y la fe."
Uno de los dramas del hombre de hoy es su falta de ligazón a la
realidad. No tiene dónde apoyarse... Sólo el caos y el abismo parecen
abrazarlo. En esta situación de absoluta soledad y falta de consistencia,
necesita desesperadamente situarse, asirse, reencontrarse, trascender de él
mismo para ir al encuentro de los otros.
Sólo esas relaciones profundas, estables, sólidas y confiables pueden
llegar a producir procesos personales de identificación como los que se
realizan en el encuentro con personas concretas que tratan de llevar,
sinceramente, a la práctica el cristianismo a su vida y están dispuestos a
hablar de ello con los demás y a darles testimonio.
Cuando las relaciones se dan fuera de la familia, es preciso allí
también la existencia de grupos capaces de hacer circular los valores
cristianos entre sus miembros. Es difícil que esto ocurra en las grandes
instituciones en las que el anonimato, las jerarquías y la falta de
comunicación dificultan las relaciones a las que hacíamos referencia. Será
preciso la existencia de grupos vitales y abarcables en los cuales puedan
surgir y afianzarse tales relaciones.
En un lenguaje más pastoral diríamos que esas relaciones se darán en el
seno de las comunidades. Será preciso el surgimiento de nuevas formas de
comunidad, pequeñas, de talla humana. Para hacer en la Iglesia la experiencia
mistagógica de la presencia de Jesús en medio de todos y para hacer que ella
sea una auténtica fraternidad, donde la igualdad y la común dignidad de todos
los miembros ( LG 32) supere la distinción de cargos y ministerios. De este
modo, prevalecerá el acontecimiento y la convocatoria por medio de la fe y el
aspecto institucional no sofocará ni dañará el despliegue auténtico de la
comunión y de la misión.
Será necesario crecer en una espiritualidad de comunión, gestada y
fecundada en la vida, la Palabra, la fiesta, la oración y la misión. Fruto del
Espíritu y expresión de la unidad y del amor trinitarios.
Un sociólogo suizo de la religión, Campiche, dice que los vectores
religiosos de la transmisión (familia, escuela y organizaciones religiosas) no
están obsoletos, sino que cambiaron su rol y su estatus. ¿Cómo hacer de esos
"vectores sociales" comunidades capaces de transmitir la fe?
Del discurso a la experiencia
personal
Cuando de transmisión se trata, en el tiempo actual, el discurso ha
sido sustituido por la experiencia personal. Ella se ha convertido en la norma
predominante de toda elección ética. Ya hace varios años Emilio Komar nos
proponía la encarnación de los valores como propuesta pedagógica para la
educación moral (4). No imponer los valores desde afuera, a través del discurso
doctrinario y de una encarnación que podríamos llamar "estampa". Proponerlos
a través de la vida. Dejarlos circular en la comunidad para que, en toda ella,
vibre un ambiente educativo que favorezca la experiencia personal de los que la
integran. El valor que es apreciado, gustado, juzgado como útil, es finalmente
encarnado con toda libertad.
Se acabó el tiempo del deber ser. La fe no se transmite con el
discurso. Sólo la fe vivida, anunciada y celebrada en el seno de una comunidad
puede transmitirse a sus miembros vinculados por relaciones duraderas y
confiables.
El resultado más importante de este nuevo modelo de transmisión es el
paso de la reproducción de la religiosidad de los padres y maestros a la
pluralidad de identidades religiosas entre los destinatarios.
Algunas preguntas para el final
¿Dónde están y cuáles
son aquellas comunidades capaces de transmitir la fe?
¿Hay vectores
religiosos obsoletos o se trata, simplemente, de la necesidad de reformular su
rol y su estatus?
¿Cómo se operativiza
el pasaje del discurso a la experiencia personal en la transmisión de la fe?
¿Es posible pensar en
la existencia de verdaderas comunidades virtuales, en las cuales sean posibles
los vínculos sólidos y duraderos que permitan la experiencia personal como
condición para transmitir la fe? Si nuestra respuesta es afirmativa, ¿cómo lo
haríamos? Si nuestra respuesta es negativa, ¿cuáles son los impedimentos o
contradicciones que podemos señalar?
¿Estamos dispuestos a
asumir, comprender y evangelizar el paso del modelo de reproducción de la
religiosidad a la pluralidad de identidades religiosas de los destinatarios de
la transmisión de la fe?
¿Tenemos en cuenta
esta crisis de la transmisión de la fe cuando observamos la Catequesis
Familiar?
¿Puede ser ella misma agente de cambios positivos a lo largo de esta
crisis o se ve afectada y arrastrada por la crisis?
Equipo del Observatorio Catequístico
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
COMENTARIOS DE NUESTROS LECTORES