¡Qué hermoso será conocer en el cielo todo lo que ocurrió en el seno de la Sagrada Familia! Cuando el Niño Jesús empezó a ser mayorcito, al ver ayunar a la Santísima Virgen, tal vez le diría: “A mí también me gustaría ayunar”. Y la Santísima Virgen le contestaría: “No, Jesusito, tú eres todavía demasiado pequeño, no tienes fuerzas”. O quizás no se atrevía a negárselo.¿Y san José? ¡Ay, cuánto los quiero! El no podía ayunar, debido a su trabajo.Lo veo acepillar, y después secarse la frente de vez en cuando. ¡Qué lástima me da de él! ¡Qué sencilla me parece que debió ser la vida de los tres!Las mujeres de la aldea irían a charlar familiarmente con la Santísima Virgen. A veces le
pedirían que dejase que el Niño Jesús miraría a la Virgen para saber si debía ir o no. Otras veces, aquellas buenas mujeres irían directamente al Niño Jesús y le dirían sin ninguna clase de ceremonias: “Ven a jugar con mi hijo”, etc.… Lo que me hace mucho bien, cuando pienso en la Sagrada Familia, es imaginármela llevando una vida totalmente ordinaria. No todo eso que nos cuenta y todo eso que se supone. Por ejemplo, que el Niño Jesús hacia pajaritos de barro y después, soplando sobre ellos, les daba la vida. No, el Niño Jesús no hacía milagros inútiles como ésos, ni siquiera para complacer a su Madre. Y si no, ¿Por qué no fueron transportados a Egipto en virtud de un milagro, que, por lo demás, habría sido tan necesario y tan fácil para Dios? En un abrir y cerrar de ojos habrían llegado. Pero no, en su vida todo discurrió como en la nuestra.¡Y cuántos sufrimientos y cuántas decepciones! ¡Cuántas veces no habrían criticado al bueno de san José! ¡Cuántas veces se habrían negado a pagarle su trabajo! ¡Qué sorprendidos quedaríamos si supiéramos todo lo que sufrieron!, etc. etc.
(“Cuaderno
Amarillo” – Ultimas Conversaciones de Santa Teresita, 14/8/1820)
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