BAUTISMO DEL ESPÍRITU Y EL FUEGO.- Las
aguas del Jordán exultaron dichosas al sumergirse en ellas el cuerpo de Jesús.
El santo por excelencia, el único que realmente lo es, el Señor pasó por uno de
tantos, por un pecador más, y se sometió al bautismo de Juan. El Precursor
percibió la incongruencia aparente de aquel gesto y se resistió a bautizar al
que traía un Bautismo infinitamente más eficaz que el suyo, el Bautismo del
Espíritu y el fuego, capaz no sólo de limpiar de raíz el pecado del hombre,
sino también de infundirle vida de un hijo de Dios.
El Verbo hecho carne, la Palabra de Dios vino para señalar el
camino de los hombres, y quiso marcarlo claramente con el rastro de sus
pisadas. Así, pues, su doctrina fue siempre viva, vibrante, precedida del
propio ejemplo. Jesús nos enseñó tanto con su vida y muerte como con sus mismas
palabras. Por esto comienza su vida pública sometiéndose al bautismo de
penitencia que Juan predicaba. De ese modo podría luego exhortarnos a la
conversión, a reconocer humildemente nuestros pecados y a limpiarnos de ellos,
mediante el Bautismo cuando nacemos; y a través de la Confesión sacramental, si
tenemos la desgracia de volver a ofender al Señor.
La fiesta del Bautismo de Cristo es, por otra parte, una
buena ocasión para recordar lo que significa sacramento que nosotros un día
recibimos, las exigencias que comporta, las promesas y las realidades que nos
ha otorgado. El Bautismo es de donde arranca nuestra vida espiritual, donde se
fundamenta y empieza nuestra filiación divina, donde se nos capacita para dar
culto a Dios en Espíritu y en verdad. De él brota nuestra vocación a la
santidad, a cooperar según nuestras posibilidades apostólicas -más de las que
creemos- a la realización del Reino de Dios sobre la tierra.
Recordemos, además, la conveniencia de bautizar a los hijos
lo antes posible. Es una grave responsabilidad. Hay que tener en cuenta también
que quienes consideran el bautismo de los niños como contrario a su libertad, y
se lo niegan, están conculcando un derecho fundamental que Dios les ha
otorgado: el de recibir los medios necesarios para poder entrar en la vida
eterna, aunque el niño no pueda entonces reclamarlo por sí mismo.
El Bautismo nos configura con Cristo, infundiéndonos las
virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad, así como nos otorga
los dones del Espíritu Santo que, asentado en el alma del bautizado, lo
convierte en templo de la Santísima Trinidad y miembro vivo del Cuerpo místico
de Cristo... Que todo esto nos estimule a valorar el Bautismo que recibimos y,
sobre todo, a vivir como hijos de Dios.
(Autor: Antonio García-Moreno)
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