Contamos los años
desde el nacimiento de Cristo, y celebramos la Navidad el 25 de diciembre. Sin
embargo, ninguno de los Evangelios nos da la fecha del nacimiento del Señor, y
entre los escritos más antiguos no encontramos ninguna referencia que pueda
justificar estas indicaciones del calendario.
Fue en el siglo VI,
que un monje llamado Dionisio, después de hacer complicados cálculos indicó
cuál era el año del nacimiento de Cristo y señaló el año 1 a partir del cual
debíamos seguir contando como lo hacemos hasta ahora. Pero se le deslizó un
error: según los cálculos de Dionisio, Jesús habría nacido 4 años después de la
muerte del rey Herodes, mientras que por el Evangelio de san Mateo (2,1)
sabemos que este rey todavía gobernaba cuando Jesús nació. Por lo que se puede
asegurar que nuestro calendario está equivocado, y que la fecha del nacimiento
de Jesús debe ser colocada unos 5 o 6, o tal vez 7 años antes.
En cuanto al día
exacto, tampoco sabemos nada. Ni el Evangelio, ni los escritores antiguos dan
datos como para que se deba preferir un día en lugar de otro.
Desde muy antiguo
en Oriente se celebraba el día 6 de enero una fiesta que era llamada “de la
Epifanía” ( o sea “de la Manifestación”). En esta fiesta se conmemoraban las diversas manifestaciones de la Palabra de
Dios entre los hombres: nacimiento, manifestación ante los magos, en el
bautismo del Jordán y ante sus discípulos en las Bodas de Caná. Se discute sobre
las razones que han existido para elegir esa fecha. Posiblemente ha tenido algo
que ver el hecho de que en ese día finalizaba para los paganos de ciertas
regiones el ciclo de fiestas del “sol de invierno”, o tal vez porque en esa
misma fecha se celebraba una fiesta
en honor del dios Dionisio, relacionada con un cambio del agua en vino.
en honor del dios Dionisio, relacionada con un cambio del agua en vino.
En la liturgia del
día 6 de enero quedan rastros del antiguo sentido de esta fiesta, ya que
decimos:
“ Hoy la Iglesia se ha unido a su celestial esposo,
porque el el Jordán Cristo la purificóde sus pecados; los Magos acuden con
regalos a la Boda del rey, y los invitados se alegran por el agua convertida en
vino ¡Aleluya!”. (Oficio de Laudes; Antífona para el Bendictus)
Dentro de
todas estas conmemoraciones, la del Nacimiento del Señor no era la más importante. El nacimiento del
Señor se celebraba en la víspera, porque según consta las antiguas narraciones,
el día 5 de diciembre todos los fieles de Jerusalén, junto con el Obispo y el
clero, se trasladaban a Belén y allí celebraban una vigilia para retornar a
medianoche, en procesión y cantando el oficio de Laudes.
Constantino,
una vez convertido al cristianismo, se
preocupó por construir iglesias en los lugares de mayor trascendencia para los
fieles. Por eso hizo elevar una magnífica basílica sobre la gruta de Belén que
era tradicionalmente señalada como la del nacimiento del Salvador. En esta
construcción intervino de manera muy especial Santa Elena, madre del emperador.
A mediados
del siglo IV se menciona en Roma una fiesta de la Navidad el día 25 de
diciembre, por lo que se puede suponer que originalmente había dos
celebraciones del nacimiento: el 6 de enero en Oriente y el 25 de diciembre en
Occidente. Pero hasta el siglo VI la gente de Jerusalén siguió celebrando el nacimiento
del Señor el día 6 de enero.
Según las
opiniones mejor fundadas, la fiesta occidental fue introducida después de la
conversión de Constantino y con una doble finalidad: en primer lugar por el
piadoso deseo de festejar el nacimiento del Salvador, hecho recordado por los
Evangelios pero que el los primeros siglos no se había conmemorado en Roma,
mientras que Pascua y Pentecostés ya contaban con una respetable antigüedad
enraizada en el Antiguo Testamento.
En segundo
lugar, por el deseo de sofocar una de las fiestas más notables del paganismo
condenado a desaparecer después de la conversión de Constantino al
cristianismo. La noche del 24 de diciembre coincide en el hemisferio norte con
la noche más larga del año; es el momento en que a los hombres les parece que
el sol desaparece de la vista por más tiempo. Los paganos celebraban este
acontecimiento velando durante toda la noche con luces encendidas. Se esperaba
la reaparición del sol, o como se dice en latín: “Natalis solis invicti” (el
nacimiento del sol que no es vencido). Para hacer desaparecer esta fiesta
pagana, se la suplantó por otra fiesta cristiana: el nacimiento del Sol que es
Cristo, también con una vigilia con luces encendidas. De esta manera, por
una feliz coincidencia, se encontraba una
fecha para celebrar el nacimiento del Señor.
Como el 25
de diciembre cae dentro del invierno en el hemisferio norte, nos hemos
acostumbrado a representar la Navidad con nieve y trineos, que no tienen
ninguna relación con el nacimiento del Señor sino con la estación invernal del hemisferio norte en esa época del año.
En los
países del norte de Europa se adornan árboles en la noche de Navidad, pero el
origen de esta costumbre, no está relacionada con esta fiesta sino con la
mitología germánica y con la antigua celebración pagana de la noche del 24 de
diciembre.
En el siglo
VI se imitó en Roma la costumbre de Jerusalén: el Papa comenzó a celebrar una
Misa el 24 de Diciembre a la medianoche ( a la hora en que canta el gallo) en
la Basílica de Santa María la Mayor, porque según una tradición allí se
conservan las reliquias del pesebre en el que nació Jesús.
Desde muy
antiguo los cristianos acostumbraban representar el nacimiento del Señor con
actores e imágenes. Un testimonio de este último es la capilla del Pesebre en
la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma.
Pero las
representaciones populares, sobre todo con actores, en algunos lugares fueron
ocasión de grandes abusos y escándalos, a tal punto que el Papa Inocencio III
(1198-1216) prohibió los pesebres. Se debe a San Francisco de Asís el haber
obtenido del Papa la revocación de esta prohibición y la restauración de la
costumbre de celebrar la Navidad con estas representaciones, al hacer preparar
un pesebre con un buey y un asno, en una gruta de Grecchio, para la Misa de
medianoche del 24 de Diciembre de 1223.
Los
cristianos de Oriente conocieron la fiesta de la Navidad de los occidentales
(25 de Diciembre), y lentamente la fueron asumiendo. También los de occidente
conocieron la fiesta de la Epifanía (6 de enero) de los orientales y la
adoptaron junto con la Navidad. Pero se celebra de distinta forma: en oriente
se celebra casi exclusivamente el Bautismo del Señor y es una fiesta
relacionada con el rito bautismal; en Occidente en cambio, quedó limitada a la
conmemoración de la adoración de los Magos, la “manifestación a los paganos”, y
con el correr del tiempo, a nivel popular perdió su nombre para ser llamada
vulgarmente “fiesta de los Reyes”.
El Evangelio
de San Mateo (2,1-12) habla de “magos”, y se entiende que son astrólogos,
personas que escrutan el cielo para conocer por medio de los astros el futuro y
las cosas ocultas. En Oriente eran muy tenidos en cuenta, sobre todo en los
palacios reales, ya que los reyes eran los primeros interesados en tener las
noticias por anticipado, y para esto recurrían a estos sabios.
El Evangelio
no dice cuántos eran ni cómo se llamaban, pero la fantasía popular ha suplido:
de magos han hecho reyes, en número de tres y con nombres que todos conocen,
sobre todo los más chicos. En un principio se decía que eran dos, tres, cuatro,
ocho, doce o quince… En el siglo VI se los llamó reyes por primera vez, y se
dijo que el primero era rey de Persia, el segundo de la India, y el tercero de
Arabia. También se les daba nombres: unos dijeron que se llamaban Bithisares,
Melchior y Cataspa; otros que sus nombres eran: Tanisuran, Malik y Sissebá. Los
nombres que se repiten actualmente se conocen a partir del siglo VIII, y en el
siglo XV se comenzó a representar a uno de ellos como de raza negra. En el
siglo XII llevaron desde Milán a Alemania unas reliquias que eran tenidas como
pertenecientes a los “tres reyes magos”. En la catedral de Colonia se conservan
hasta hoy en un magnífico relicario.
Algunos
dicen que llegaron a Belén el mismo día del nacimiento de Jesús, otros que más
tarde, e incluso algunas obras de arte antiguas los representan adorando a un
Jesús niño ya bastante crecido, casi un adolescente.
En el frente
de la antigua Basílica de la Natividad, en Belén, había un mosaico que
representaba la adoración de los Magos. Estos aparecían vestidos a la usanza
persa. Cuando en el año 614 los persas invadieron Palestina, los soldados quedaron
tan impresionados al ver a sus compatriotas en esta imagen, que respetaron la
Basílica y no la destruyeron.
Al ver
reunidas en la fiesta de la Navidad tantas cosas pertenecientes a orígenes tan
diversos no debemos asombrarnos ni tampoco debemos despreciarlas: en Navidad
celebramos a la Palabra de Dios que se hizo carne, asumiendo todo lo humano
menos el pecado. De la misma manera, en nuestra forma de festejarla reunimos
todo lo que es humano: lo histórico, lo poético, lo artístico, lo legendario,
lo folclórico… El hombre reúne todo lo que le pertenece para tratar de expresar
su alabanza al Misterio Inexpresable.
(Luis Heriberto Rivas)
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