Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Después de haber reflexionado sobre el valor de la fiesta
en la vida de la familia, hoy nos detenemos sobre el elemento complementario,
que es el trabajo. Ambos forman parte del designio creador de Dios. La fiesta y
el trabajo.
El trabajo, se dice comúnmente, es necesario para
mantener a la familia, para crecer a los hijos, para asegurar a los seres
queridos una vida digna. De una persona seria, honesta, lo más bello que se
puede decir: ‘es un trabajador’, es uno que trabaja, es uno que en la comunidad
no vive a expensas de los otros. Hay tantos argentinos hoy que he visto y diré
como decimos nosotros ‘no vive de arriba’.
Y de hecho, el trabajo, en sus mil formas, a partir de
aquel hogareño, cuida también el bien común. Y ¿dónde se aprende este estilo de
vida laborioso? Primero que nada se aprende en familia. La familia
educa al
trabajo con el ejemplo de los padres: el papá y la mamá que trabajan por el
bien de la familia y de la sociedad.
En el Evangelio, la Sagrada Familia de Nazaret aparece
como una familia de trabajadores, y Jesús mismo es llamado ‘hijo del
carpintero’ o incluso ‘el carpintero’. Y San Pablo no dejará de advertir a los
cristianos: ‘el que no quiera trabajar, que no coma’. Es una bella receta para
adelgazar esta: no trabajas, no comes.
El apóstol se refiere explícitamente al falso
espiritualismo de algunos que, de hecho, viven a expensas de sus hermanos y
hermanas ‘sin hacer nada’. El compromiso del trabajo y la vida del espíritu, en
la concepción cristiana, no están en absoluto en oposición entre ellas. ¡Es
importante entender bien esto! Oración y trabajo pueden y deben estar juntos en
armonía, como enseña San Benito. La falta de trabajo daña también al espíritu,
como la falta de oración daña también la actividad práctica.
Trabajar –repito, en mil modos– es propio de la persona
humana. Expresa su dignidad de ser creada a imagen de Dios. Por eso se dice que
el trabajo es sagrado, el trabajo es sagrado. Por eso la gestión de la
ocupación es una gran responsabilidad humana y social, que no puede ser dejada
en las manos de pocos o descargado sobre un ‘mercado’ divinizado. Causar una
pérdida en puestos de trabajo significa causar un grave daño social.
Yo me entristezco cuando veo que no hay trabajo, que hay
gente sin trabajo, que no encuentra trabajo y que no tiene la dignidad de
llevar el pan a casa; y me alegro tanto cuando veo que los gobernantes ponen
tanto esfuerzo, trabajo, para encontrar puestos de trabajo, para buscar que
todos tengan un trabajo. El trabajo es sagrado, el trabajo da dignidad a una
familia y debemos rezar para que no falte el trabajo a ninguna familia.
Por lo tanto, también el trabajo, como la fiesta, forma
parte del designio de Dios Creador. En el libro del Génesis, el tema de la
tierra como casa-jardín, confiada al cuidado y al trabajo del hombre, es
anticipado con un pasaje muy conmovedor:
‘Cuando el Señor Dios hizo la tierra y el cielo, aún no había ningún arbusto
del campo sobre la tierra ni había brotado ninguna hierba, porque el Señor Dios
no había hecho llover sobre la tierra. Tampoco había ningún hombre para
cultivar el suelo, pero un manantial surgía de la tierra y regaba toda la
superficie del suelo’. (2, 4b-6a).
No es romanticismo, es revelación de Dios; y nosotros
tenemos la responsabilidad de comprenderla y asimilarla hasta el final. La
Encíclica Laudato Si’, que propone una ecología integral, contiene también este
mensaje: la belleza de la tierra y la dignidad del trabajo están hechas para
estar unidas. La tierra se convierte en bella cuando es trabajada por el
hombre, van juntas.
Cuando el trabajo se separa de la alianza de Dios con el
hombre y la mujer, cuando se separa de sus cualidades espirituales, cuando es
rehén sólo de la lógica de la ganancia y desprecia los afectos de la vida, la
degradación del alma contamina todo: también el aire, el agua, la hierba, la
comida… La vida civil se corrompe y el hábitat se descompone. Y las
consecuencias golpean sobre todo a los más pobres y a las familias más pobres.
La moderna organización del trabajo muestra a veces una
peligrosa tendencia a considerar la familia un gravamen, un peso, una pasividad
para la productividad del trabajo. Pero preguntémonos: ¿cuál productividad? ¿Y
para quién? La llamada ‘ciudad inteligente’ es indudablemente rica en servicios
y organizaciones: pero, por ejemplo, es frecuentemente hostil a los niños y a
los ancianos.
A veces quienes proyectan están interesados en la gestión
de fuerza–trabajo individual, para ensamblar y utilizar o descartar según la
conveniencia económica. La familia es un gran lugar de prueba. Cuando la
organización del trabajo la tiene como rehén, o incluso le obstaculiza el
camino, entonces estamos seguros de que la sociedad humana ha comenzado a
trabajar ¡en contra de sí misma!
Las familias cristianas reciben de esta coyuntura un gran
desafío y una gran misión. Ellas ponen en juego los fundamentos de la creación
de Dios: la identidad y el vínculo del hombre y de la mujer, la generación de
los hijos, el trabajo que hace doméstica la tierra y habitable el mundo.
La pérdida de estos fundamentos es un asunto muy serio, y
en la casa común ¡hay ya demasiadas grietas! La tarea no es fácil. A veces
puede parecer a las asociaciones de las familias que son como David frente a
Goliat… pero ¡sabemos cómo terminó ese desafío! Se necesitan fe y astucia.
Que Dios nos conceda acoger con alegría y esperanza su
llamada, en este momento difícil de nuestra historia. La llamada al trabajo
para dar dignidad a sí mismo y a la propia familia. Gracias.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
COMENTARIOS DE NUESTROS LECTORES