sábado, 10 de enero de 2015

Comentario al Evangelio del Domingo del Bautismo del Señor - Ciclo B ( Mc1, 7-11)




BAUTISMO DEL ESPÍRITU Y EL FUEGO.- Las aguas del Jordán exultaron dichosas al sumergirse en ellas el cuerpo de Jesús. El santo por excelencia, el único que realmente lo es, el Señor pasó por uno de tantos, por un pecador más, y se sometió al bautismo de Juan. El Precursor percibió la incongruencia aparente de aquel gesto y se resistió a bautizar al que traía un Bautismo infinitamente más eficaz que el suyo, el Bautismo del Espíritu y el fuego, capaz no sólo de limpiar de raíz el pecado del hombre, sino también de infundirle vida de un hijo de Dios.

El Verbo hecho carne, la Palabra de Dios vino para señalar el camino de los hombres, y quiso marcarlo claramente con el rastro de sus pisadas. Así, pues, su doctrina fue siempre viva, vibrante, precedida del propio ejemplo. Jesús nos enseñó tanto con su vida y muerte como con sus mismas
palabras. Por esto comienza su vida pública sometiéndose al bautismo de penitencia que Juan predicaba. De ese modo podría luego exhortarnos a la conversión, a reconocer humildemente nuestros pecados y a limpiarnos de ellos, mediante el Bautismo cuando nacemos; y a través de la Confesión sacramental, si tenemos la desgracia de volver a ofender al Señor.

La fiesta del Bautismo de Cristo es, por otra parte, una buena ocasión para recordar lo que significa sacramento que nosotros un día recibimos, las exigencias que comporta, las promesas y las realidades que nos ha otorgado. El Bautismo es de donde arranca nuestra vida espiritual, donde se fundamenta y empieza nuestra filiación divina, donde se nos capacita para dar culto a Dios en Espíritu y en verdad. De él brota nuestra vocación a la santidad, a cooperar según nuestras posibilidades apostólicas -más de las que creemos- a la realización del Reino de Dios sobre la tierra.




Recordemos, además, la conveniencia de bautizar a los hijos lo antes posible. Es una grave responsabilidad. Hay que tener en cuenta también que quienes consideran el bautismo de los niños como contrario a su libertad, y se lo niegan, están conculcando un derecho fundamental que Dios les ha otorgado: el de recibir los medios necesarios para poder entrar en la vida eterna, aunque el niño no pueda entonces reclamarlo por sí mismo.

El Bautismo nos configura con Cristo, infundiéndonos las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad, así como nos otorga los dones del Espíritu Santo que, asentado en el alma del bautizado, lo convierte en templo de la Santísima Trinidad y miembro vivo del Cuerpo místico de Cristo... Que todo esto nos estimule a valorar el Bautismo que recibimos y, sobre todo, a vivir como hijos de Dios.


(Autor: Antonio García-Moreno)

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