“¿Cómo hablar de Dios en nuestro tiempo? ¿Cómo comunicar el
Evangelio para abrir caminos a su verdad salvadora?”. Estos fueron los
interrogantes a los que el Santo Padre quiso responder con la catequesis de la
audiencia general de los miércoles, que tuvo lugar en el Aula Pablo VI.
“En Jesús de Nazaret- dijo el Papa- encontramos el rostro de
Dios que bajó de su Cielo, para sumergirse en el mundo de los hombres y
enseñarnos el “arte de vivir”, el camino de la felicidad, para liberarnos del
pecado y hacernos plenamente Hijos de Dios”.
“Hablar de Dios -prosiguió- significa, ante todo, tener
claro lo que debemos transmitir a los hombres y mujeres de nuestra época: Dios
ha hablado con nosotros, no un Dios abstracto, una hipótesis, sino un Dios
concreto, un Dios que existe, que entró en la historia y está presente en la
historia; el Dios de Jesucristo, como respuesta a la pregunta fundamental de
por qué y cómo vivir”.
"Por eso hablar de Dios requiere un continuo
crecimiento en la fe, una familiaridad con Jesús y su Evangelio,
un profundo
conocimiento de Dios y una fuerte pasión por su proyecto de salvación, sin
ceder a la tentación del éxito, sin temor a la humildad de los pequeños pasos y
confiando en la levadura que entra en la masa y hace que crezca lentamente”.
“Al hablar de Dios, en la obra de la evangelización, bajo la
guía del Espíritu Santo, necesitamos recuperar la simplicidad, regresar a lo
esencial del anuncio: la Buena Nueva del Dios concreto, que se interesa por
nosotros, del Dios-amor que se acerca a nosotros en Jesucristo, hasta la Cruz,
y que en la Resurrección nos da esperanza y nos abre una vida que no tiene fin,
la vida eterna”.
El Papa recordó que para San Pablo, comunicar la fe “no
significa manifestar el propio yo sino decir abierta y públicamente lo que ha
visto y sentido en el encuentro con Cristo, lo que experimentó en su vida ya
transformada por ese encuentro. El Apóstol no se contenta de proclamar con las
palabras, sino que implica toda su existencia en la gran obra de la fe”.
“Para hablar de Dios, hay que dejarle sitio, con la
confianza de que es Él quien actúa en nuestra debilidad: dejarle espacio sin
miedo, con sencillez y alegría, con la profunda convicción de que cuanto más el
centro sea Él y no nosotros, más será fructífera nuestra comunicación. Y esto
es válido también para las comunidades cristianas que están llamadas a mostrar
la acción transformadora de la gracia de Dios, superando individualismos,
cierres, egoísmos, indiferencia y viviendo en las relaciones diarias el amor de
Dios. Tenemos que ponernos en marcha para ser siempre y realmente anunciadores
de Cristo y no de nosotros mismos”.
En este punto, prosiguió, debemos preguntarnos “cómo
comunicaba Jesús. Jesús habla de su Padre -Abba lo llama- y del Reino de Dios,
con los ojos llenos de compasión por los sufrimientos y las dificultades de la
existencia humana. En los evangelios vemos cómo se interesa por todas las
situaciones humanas que encuentra, se sumerge en la realidad de los hombres y
mujeres de su tiempo, con una plena confianza en la ayuda del Padre”.
“En Él, anuncio y vida están entrelazados: Jesús actúa y
enseña, siempre a partir de una relación profunda con Dios Padre. Esta forma se
convierte en una indicación fundamental para los cristianos: nuestro modo de
vivir en la fe y en la caridad se transforma en un hablar de Dios hoy, porque
demuestra, con una existencia vivida en Cristo, la credibilidad y el realismo
de lo que decimos con palabras”.
“Tenemos que prestar atención a interpretar los signos de
los tiempos en nuestra época, a individuar el potencial, los deseos y los
obstáculos de la cultura contemporánea; en particular el deseo de autenticidad,
el anhelo de trascendencia, la sensibilidad por la salvaguardia de la creación,
y comunicar sin temor la respuesta que ofrece la fe en Dios”.
“Hablar de Dios significa, por lo tanto, hacer entender con
nuestras palabras y nuestras vidas que Dios no es un competidor de nuestra
existencia, sino, al contrario el verdadero garante, el garante de la grandeza
de la persona humana. Así que volvemos al principio: hablar de Dios es
comunicar, con la fuerza y la sencillez, con la palabra y la vida, lo que es
esencial: el Dios de Jesucristo, ese Dios que nos ha mostrado un amor tan
grande como para encarnarse, para morir y resucitar por nosotros; ese Dios que
nos invita a seguirlo y dejarnos transformar por su amor inmenso para renovar
nuestra vida y nuestras relaciones; el Dios que nos dio a la Iglesia, para
caminar juntos y, a través de la Palabra y los Sacramentos, renovar toda la
ciudad de los hombres para que pueda llegar a ser la Ciudad de Dios”, concluyó
el Santo Padre.
(Fuente: aica.org)
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