viernes, 30 de noviembre de 2012

-CARTA PASTORAL CON MOTIVO DE LA CELEBRACION DEL AÑO DE LA FE- 11/10/2012- 24/11/2013

Obispo: Damián Santiago Bitar


“Perseveren firmemente fundados e inconmovibles en la fe y no se aparten de la esperanza del Evangelio” (Col 1,23)


Unidos a toda la Iglesia y en comunión con el Papa Benedicto XVI,  abrimos las  puertas del Año de la Fe, al cumplirse cincuenta años del inicio del Concilio Vaticano II y veinte de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica.


¿Por qué un Año de la Fe?

                                       Porque la cuestión de Dios es, en cierto sentido la cuestión de las cuestiones. Nos remite a las preguntas fundamentales del hombre,  a las aspiraciones de verdad, de felicidad y de libertad presentes en su corazón. Sí; Dios, el único Dios, algo muy distinto a una cuestión filosófica. Este Dios tiene un rostro y nos ha hablado en Jesucristo hecho hombre.
                                       Por eso la fe en Jesucristo es el bien más precioso de la Iglesia. El no es uno  entre tantos. El es el Camino, la Verdad y la Vida. El nos revela al Padre y revela al hombre quien es y cual es su destino. “Estamos convencidos de que no existe alternativa a la revelación de Dios en Jesucristo. La Revelación responde a los grandes interrogantes de los hombres de todo tiempo…la visión secular no basta. Por eso la Revelación es un alivio, ya que no tenemos que buscar a toda costa las respuestas. En Cristo el Dios infinito se ha manifestado a nosotros. “ (Arz. Gerhard Ludwig Müller-Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe).
                                      Ahora bien, el Santo Padre con su invitación, quiere poner en el centro de la atención eclesial el encuentro con Jesucristo y la belleza de la fe en El”. Desea  que todos los fieles cristianos comprendamos con mayor profundidad que el fundamento de la fe cristiana, no es un sentimentalismo vacío, sino el encuentro con
un acontecimiento, con una persona, que da un nuevo horizonte a la vida y con ello una orientación decisiva.
Por eso toda nuestra tarea evangelizadora y misionera debe conducirnos a provocar este “encuentro”, especialmente en la Eucaristía, la Reconciliación, la Palabra de Dios y en la vida de los más pobres y sufrientes.
                                      Asimismo, porque Jesús nos dice que él es la Verdad, nuestra misión tiene una sustancia, un contenido, por eso la acción pastoral debe conducir también, a través de la enseñanza y la catequesis permanente a un conocimiento de los contenidos de la fe, asumiendo el reto de combatir el “analfabetismo catequístico” que ha llevado a que tantos  bautizados no tengan la mínima idea de la sabiduría, la belleza y la coherencia de la Verdad. En tal sentido invito a todos los fieles a una continua lectura y estudio del Catecismo o de su Compendio, verdaderas “joyas” del Magisterio de la Iglesia en las que se ilustra la fuerza y la belleza de la fe.

                                      Esta convocatoria del Santo Padre, no detiene la marcha, sino por el contrario, nos invita a continuar con  la nueva evangelización impulsada por Aparecida con su llamado a la Misión Continental, a partir de las líneas pastorales que cada Iglesia Particular esté implementando.

                                     Ahora bien,  nuestra joven Iglesia Diocesana, en esta encrucijada compleja y fascinante de la historia, se pregunta como lo hizo el apóstol Tomás ¿Cómo vamos a conocer el camino? (Jn 14,5). El Evangelio, con absoluta claridad  nos ofrece la respuesta: nuestra misión  debe seguir los pasos de Jesús y adoptar sus actitudes: este es nuestro verdadero “programa pastoral”.

“Jesús recorría, toda Galilea enseñando en las sinagogas, proclamado la Buena Noticia del Reino y sanando toda clase de enfermedades y dolencias (Mt 4,23)
a)    “Recorrer”

“Vayan por el mundo y hagan discípulos míos a todos los pueblos” (Cf. Mt 28,20).
                                    Estas palabras del Señor Resucitado son  “su gran mandamiento”, “su gran comisión”.Cumplir este encargo no es una tarea opcional sino parte integrante de la identidad cristiana. Todo bautizado, o es discípulo misionero o no es auténtico cristiano.
Por tal motivo, “la diócesis en todas sus comunidades y estructuras está llamada a ser una comunidad misionera,  que escucha con atención y discierne “lo que el Espíritu le dice” (Cf. Ap 2,29), a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta”.
Recorrer, misionar, “no para revolucionar el mundo, sino para transfigurarlo, tomando la fuerza de Jesucristo que nos convoca en la mesa de su Palabra y de la Eucaristía, para gustar el don de su presencia, formarnos en su escuela y vivir cada vez más conscientemente unidos a él, Maestro y Señor” (Benedicto XVI).
Recorrer, misionar, no consiste en imponer o presionar. “La Iglesia crece no por proselitismo sino “por atracción”: como Cristo; propone al hombre “la verdad que nos hace libres” debiendo atraer todo así con la fuerza del amor”. (Cf. DA 159)

b)    “Proclamar”

“No hay otro nombre dado a los hombres por el cual podamos  salvarnos, sino en el nombre de Jesús de Nazaret.” (Cf. Hch 4,12)
                                       Nunca como en este tiempo se han multiplicado palabras, escritos, opiniones y propuestas, pero también es cierto que nunca antes  la confusión y la desorientación han copado las conciencias, las familias y las  instituciones, dejándonos como un barco a la deriva…
Es urgente volver a proclamar el kerigma, porque sin Jesucristo la vida no cierra, sin El, no hay futuro; el hombre no sabe quien es y cual es su destino.
Urge proclamar a Jesús, el Crucificado-Resucitado, porque El es el Emmanuel, Dios con nosotros; la plenitud de la Revelación, la “perla preciosa” (Cf. Mt 13,45-46). Con el apóstol Pedro queremos decir: “Señor a quien iremos ¡Sólo tú  tienes palabras de vida eterna! (Jn 6,68)
 En Porta Fidei nos dice el Papa: “Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza. No por casualidad los cristianos en los primeros siglos estaban obligados a aprender de memoria el Credo. Esto les servía como oración cotidiana para no olvidar el compromiso con el bautismo.” (PF 9)

c) “Enseñar”

                                      Vivimos  una época de grandes y valiosos avances científicos y  tecnológicos, pero es indudable que los mismos  no son suficientes para ofrecer al hombre  el sentido pleno de la vida. El “eclipse” de Dios, decía  el Beato Juan Pablo II, ha oscurecido la Verdad, y sin verdad no hay valores, no hay  futuro…”Los desiertos exteriores crecen donde crecen los desiertos interiores” (Benedicto XVI).
Es necesario enseñar la verdad para enseñar a vivir. Para eso vino Jesús del Hogar de la Trinidad. Para eso nos dejó la “hoja de ruta”: El Evangelio, fuente de la verdadera sabiduría. En el no encontramos opiniones sujetas al vaivén de los consensos, de las encuestas o  modas; por eso no hay negociaciones con la Palabra de Dios ni se puede creer y al mismo tiempo no creer. Jesús  propone certezas, para que nadie viva en vano, para edificar sobre roca, para que nuestra esperanza sea cierta. Asimismo, esta única revelación de Dios en Jesucristo ha sido confiada a la Iglesia  quien a través de su Magisterio  custodia este “depósito” de la fe,  lo profundiza y enseña, iluminando la vida de los hombres en sus diversas circunstancias a los largo de la historia. Sería muy recomendable leer y asimilar los documentos del Concilio Vaticano II (1962-1965), como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia.

c)     “Sanar”

                                       Si al borde de los caminos de la vida nos encontramos con muchos  niños, jóvenes, adultos y ancianos  heridos en su dignidad a causa de la disgregación familiar, la violencia, los abusos,  la pobreza, la explotación, las adicciones, la injusticia social, el relativismo moral…“sanar”, a imitación de Jesús, el Buen Samaritano,  será inclinarnos ante cada uno de ellos  sin distinción,  para  ofrecer “el aceite del consuelo y el vino de la esperanza”, es entrar en la dinámica del servicio, con el  imperativo de hacernos prójimos, especialmente con el que sufre, ayudando a generar una sociedad sin excluidos. “La Iglesia no puede separar la alabanza de Dios del servicio de los hombres. El único Dios Padre y Creador es el que nos ha constituido hermanos: ser hombre es ser hermano y guardián del prójimo”. (Benedicto XVI, México, marzo 2012)

                                         Hermanos queridos: este estilo, más que grandes planificaciones y estructuras  exige  hombres y mujeres nuevos, renovados por la novedad del Evangelio como discípulos de Jesucristo y misioneros de su Reino.
¡Todos necesitamos recomenzar desde Cristo! ¡Todos necesitamos aprender de él y adquirir los  sentimientos de su corazón! ¡Todos tenemos que permitirle a Dios la posibilidad de seguir siendo convertidos por él!

Por tal motivo vuelvo a proponer las tres actitudes prioritarias, destacadas por  Comisión Permanente del Episcopado (7/03/12) que deben marcar nuestro estilo pastoral de discípulos misioneros,  las cuales  tienen su fuente en el estilo evangelizador de Jesús.

                              La alegría: es la puerta para el anuncio de la Buena Noticia y también la consecuencia de vivir la fe. Como don de Dios, la alegría surge naturalmente del encuentro personal con el Resucitado. Es fundamental en este tiempo que los agentes de pastoral expresemos con nuestro testimonio de vida, la alegría de creer en Cristo, de ser sus amigos, amados y llamados por él,  depositarios y testigos de la Verdad que nos hace libres, herederos de la vida que no tiene fin.

                               El entusiasmo: palabra que significa “que lleva un dios dentro”. Es la experiencia de un Dios activo dentro de nosotros, para ser guiados por su fuerza y sabiduría. Se manifiesta como fervor, audacia y empeño. Se opone al desaliento, al desinterés, a la apatía y frialdad. El “Dios activo dentro” de nosotros es el regalo que nos hizo Jesús en Pentecostés, es el don del Santo Espíritu. ¡Necesitamos un nuevo Pentecostés!

                               La cercanía: El Dios de Jesús se revela como Dios cercano y amigo del hombre. El estilo de Jesús se distingue por la sencillez y la familiaridad. La misión por tanto es relación y se despliega a través de la cercanía, el respeto, la delicadeza. La misión es básicamente un sí a todo aquello que hay de digno, bueno, verdadero, bello y noble en la persona humana. La Iglesia es básicamente un sí, ¡no un no!

                                   Es verdad que nuestra diócesis es un “pequeño rebaño” y que son grandes los  desafíos que debemos afrontar, pero al pequeño rebaño Jesús le dice “no tengas miedo”; por eso queremos llevar a cabo este servicio con alegría y esperanza. Una certeza nos sostiene: es el Señor el que nos llama y envía. El nos ha dicho “Estaré siempre con ustedes” (Mt 28,20). Por eso, como los apóstoles, también nosotros le decimos: “Señor, confiando en tu palabra, tiraremos las redes”.

                                            Encomendemos a la Madre de Dios, proclamada “bienaventurada porque ha creído” (Lc 1,45), este tiempo de gracia.

+ Damián Santiago, Obispo


Iglesia Catedral, Oberá, 11 de octubre de 2012
                                                                


Nota
La presente Carta Pastoral contiene diversas enseñanzas  de Benedicto XVI.
Además he citado al Beato Juan Pablo II; los Documentos  Porta Fidei; Aparecida; Carta Pastoral de la Comisión Permanente de la CEA; Homilía Inicio de Ministerio pastoral en Oberá (04-12-2010) y Homilía Misa Crismal en Oberá (2012)

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