Una vocación es un regalo de Dios, pues como él dijo
"yo los he elegido". Cuando decimos sí a Dios, hemos de saber
exactamente que hay en ese sí. Sí significa (me entrego) total y absolutamente,
sin calcular el precio, sin hacer ningún análisis ni cuestionamiento ¿está bien
esto? ¿es conveniente? Nuestro sí a Dios se da sin ninguna reserva. El amor
inmenso no mide sólo se da.
La entrega total a Dios debe expresarse en pequeños
detalles.
La entrega total supone una amorosa confianza en él y para
esa entrega total debemos abandonamos sin límites en sus brazos.
Debemos afianzar nuestra pertenencia a Jesús, porque solo él
merece nuestro amor y entrega total. Nuestra tarea debe ser realizada con un
corazón humilde, con la humildad de Cristo, él nos utiliza para que seamos su
compasión y amor en el mundo a pesar de nuestras debilidades y flaquezas. No
importa cuanto damos, lo que importa es cuanto amor ponemos en lo que damos.
Según las palabras de nuestro Santo Padre, debemos ser
capaces de limpiar lo que está sucio, de calentar lo que está tibio, de
fortalecer lo que está débil y de iluminar lo que está oscuro.
No debemos tener miedo de proclamar el amor de Cristo ni de
amar como él nos amó, pero para eso es necesario alimentamos espiritualmente.
La Madre Teresa dice que si no queremos morir de una "anemia
espiritual" debemos alimentar nuestro espíritu. La oración es un proceso
que no termina, sino que es prolongación en toda nuestra vida. La vida
espiritual del catequista debe ser alimentada por la celebración y por la
vivencia de los sacramentos.
El catequista debe ser un hambriento de Dios.
Podemos y debemos convertir nuestro trabajo en oración.
Nunca podremos sustituir la oración por el
trabajo. Nunca debe ocurrir esto. A
menudo nos llenamos de compromisos, tareas y creemos que haciendo muchas cosas
es suficiente. Y perdemos ese hermoso contacto con nuestro Padre a través de la
oración.
Como catequistas debemos nutrirnos en la vida de oración, el
Papa Pablo VI nos dice que la oración ha de ir antes que todo, quien no lo
entienda así, quien no lo practique, no puede excusarse en la falta del tiempo,
lo que falta es el amor.
Debemos aprender a quedamos en algún momento de nuestro
tiempo, con nuestro Padre, ese quedarse con el Padre equivale a la expresión
"hablar con Dios", es diferente hablar con Dios, que pensar en Dios.
Siempre que hay trato con Dios hay oración.
Orar no es pedir. La oración fortalece nuestra fe y madura
nuestra entrega.
Orar es ponerse en manos de Dios, escucharlo. La oración es
un doble proceso de hablar y escuchar. Orar es mirar a Dios, es un contacto de
corazón y de los ojos. Nuestro trabajo es fructuoso en la medida que expresa
una oración realmente sincera.
Orar con generosidad no es suficiente, debemos orar con
devoción, con fervor, debemos ser perseverantes y constantes para crecer en
este compromiso asumido. Si no oramos todo lo que hagamos no tendrá valor. Los
que tomamos en serio este caminar junto a Dios, necesitamos de estos momentos
junto con los sacramentos para llevar una vida coherente con la que
transmitimos.
Cuando el catequista tiene su crisis de fe, es la crisis de
la espiritualidad. Por la fe buscamos a Dios y damos respuestas y entregas a su
llamado al compromiso, pero si esa fe no es alimentada espiritualmente, nuestro
compromiso y entrega, cada vez serán menos. Un cristiano es alguien que ha
descubierto a Dios. Un catequista no es solamente alguien que ha descubierto a
Dios, es alguien que también ha escuchado el llamado del Señor, para colaborar
con él y aceptar esa misión, tratando de crecer en el amor a Dios Padre, a su
Hijo y a su Espíritu.
El catequista debe crecer día a día en la fe.
Todos estamos llamados a crecer en ella.
El catequista, por vocación tiene muy presente este llamado
tanto por lo que el mismo se refiere, como con respecto a sus catequizados a
quienes debemos ayudar a crecer en la fe. Pero... ¿qué es la fe para un
cristiano catequista? ¿cómo podemos crecer en la fe?. Fundamentalmente, la fe
es aceptar a Cristo y su mensaje, pero no solamente con la inteligencia sino
con el corazón y en la vida. La fe es esa relación personal con Cristo Vivo.
Por eso los catequistas somos instrumentos de Dios y servidores de la Palabra,
ella debe ser el alimento cotidiano indispensable. San Agustín dice que no vale
menos la Palabra de Dios que el Cuerpo de Cristo.
Debemos tener conciencia de que es ser catequista.
Ser catequista es: Un don antes que un compromiso.
Ser catequista es: Una vocación antes que una opción
personal.
Ser catequista: Una respuesta de fe antes que un simple
servicio a nuestros hermanos.
El catequista es un hombre en camino, es un enviado por
Cristo y como Él va en busca de personas para anunciar la Buena Nueva.
El catequista debe ser maestro en humanidad, simples en
nuestro actuar, sencillos, abiertos, dispuestos.
Supone estar atento profundamente a la sensibilidad y
problemas del catequizado. No debemos caer nunca en la tentación de la
soberbia, de quien cree saberlo todo. Nuestro caminar debe ser una conversión
continua.
No solo debe preparar bien el encuentro sino también
responder a sus interrogantes. Por eso es muy importante una formación sólida y
permanente. No se debe improvisar. Debemos ser fiel a la tradición y escritura
contenida en la fuente Bíblica. Nuestra preocupación debe ser la de transmitir
las enseñanzas de Jesús no como una ciencia sino como se debe comunicar, como
una experiencia de vida.
La tarea del catequista compromete toda su persona. Debemos
ser coherentes y auténticos y esto se adquiere con mucha oración.
El catequista debe ser sembrador de la alegría y de la
Esperanza Pascual, que son dones del Espíritu Santo. El Santo Papa, define al
catequista como servidor de la verdad y dice, que el evangelizador no es dueño,
ni arbitro, sino depositario, heredero y servidor de la verdad. Por eso no se
vende, no disimula, no rechaza, no oscurece, no deja de estudiar, no avasalla
la verdad.
"Todo catequista debe caminar sobre los pasos de María
en nuestra misión catequística" A María Dios, nuestro Padre la eligió para
ser Madre de su Hijo, Madre nuestra y Madre de la Iglesia.
Por consiguiente María es la más perfecta discípula y
evangelizadora y modelo.
Su vida nos muestra como se abandonó a la acción del
Espíritu.
María nos ofrece las mejores lecciones de humildad. María es
la perfecta seguidora de Jesús, desde el anuncio del ángel hasta al pie de la
Cruz, ella se dejó conducir sin reservas, pues estaba llena del Espíritu Santo.
María vivió su santidad como una criatura normal. Es decir
caminó en la fe, escucho la Palabra de Dios, la recibió en su corazón y fue
absolutamente fiel a ella. María significa la presencia del Amor Materno de
Dios entre nosotros. Por eso debemos tener siempre presente el modelo de María
en nuestra actividad catequística para que nos enseñe como hizo con su Hijo
Jesús a ser manso y humildes de corazón y de esta manera dar gloria a nuestro
Padre que está en los cielos. Debemos como catequistas aprender abandonarnos en
los brazos de nuestro Padre como lo hizo María.
Autor: Cristina Baffeti
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