viernes, 6 de junio de 2014

Carta del Espíritu Santo



Recibí esta sencilla carta con la que quiero hacerme más presente en tu vida y ayudarte a descubrir cómo actúo en tu corazón.

Son demasiados los cristianos que se contentan todavía con orar únicamente al Espíritu Santo cuando tienen que tomar una decisión importante... ¡O cuando tienen que pasar un examen difícil!  Si la vida cristiana merece ser llamada vida “espiritual” es por ser una vida suscitada y mantenida por el Espíritu.

¿Sabías que yo, el Espíritu Santo, habito en vos? Sos tan hijo de Dios que el Padre te concede exactamente el mismo don que hizo a su Hijo amado. No cesa de enviarme a vos, que soy el beso perpetuo del Padre a sus hijos. Sos mi templo vivo. Por eso, debes cuidarte mucho, en todos los sentidos. Y, también, a los demás.

¿Sabías que yo, el Espíritu Santo, te divinizo? Mi presencia en vos es dinámica, transformadora. Por mí, el Padre te hace partícipe de “la naturaleza divina” (2P 1, 4), te comunica su propia vida (Cf. Jn 3, 3-5). Esta transformación del fondo de tu ser te vuelve “gracioso” a los ojos del Padre y capaz de complacerle de verdad. 

¿Sabías que yo, el Espíritu Santo, te purifico? ¿A que es verdad que necesitas renovarte, convertirte,
purificarte? Porque no vivís siempre como debiera un hijo de Dios. Te purifico ayudándote a reconocer tu verdadera culpabilidad ante Dios (Cf. Jn 16, 8-10). Suavizo tu corazón para que no persistas en tu orgullo. Curo tus heridas y renuevo el fondo de tu corazón. Los sacramentos son auténticos baños de juventud que te invitan a dejarte rejuvenecer. ¿Recordas esta oración, tomada de la liturgia de la Iglesia, con la que me pedís: “Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero”.

¿Sabías que yo, el Espíritu Santo, te animo? Estoy al principio de tu fe. Decía Pablo a los corintios: “Nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, si no es en el Espíritu” (1 Cor 12, 3). También decía Jesús a sus apóstoles que nadie puede ir a Él sin que le traiga el Padre. Es decir, sin el Espíritu que el Padre te envía para que te proyecte hacia su Hijo Jesús. Estoy al principio de tu esperanza. Decía Pablo a los romanos: “Que sobreabunde la esperanza en ustedes por la virtud del Espíritu Santo” (Rm 15, 13). Gracias a mí podés vivir intensamente el momento presente y afrontar y vencer las tentaciones cotidianas y frecuentes de la vanidad, el desánimo, la inquietud o la angustia.
También estoy al principio de tu caridad. Gracias a mí podés amar al Padre con todo tu corazón y ofrecerte a El. Gracias a mí también podés amar a Jesucristo y amar a tus hermanos, con el mismo corazón de Dios, con ese “corazón nuevo” que pedís que Dios te dé. Por último, estoy al principio de tu conducta moral. Gracias a mí podés vivir las Bienaventuranzas evangélicas. Podés vivir algunos de estos frutos (del Espíritu Santo), de los que habla Pablo: “amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio de sí” (Gál 5, 22-23).

¿Sabías que yo, el Espíritu Santo te ayudo a orar? Soy, de manera especialísima, el animador de tu vida de oración, porque “nosotros no sabemos pedir como conviene, mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rm 8, 26). Te ayudo, cuando oras, a acogerme como el don que el Padre te da por su Hijo Jesús. Entonces tu oración se vuelve apertura al amor del Padre. Y te dejas invadir por el río de agua viva que viene del Padre y pasa por su Hijo Jesús. Te ayudo, cuando oras, a dejarte llevar por el impulso del Hijo hacia el Padre, que te hace repetir con amor y confianza: “¡Abba! ¡Padre!”. En lo más hondo de vos me uno a tu corazón para que puedas exclamar: “¡Abba! ¡Padre!”. Te invito, al orar, que me acojas como el que viene a colmar tu corazón y a regenerarlo. Y, también como el que te lleva al Padre.

¿Sabías que yo, el Espíritu Santo, te impulso con mis dones? ¿Percibís, en el fondo de tu corazón, mi impulso? ¿Te sentís movido por mi? Decía Pablo a los romanos: “Los verdaderos hijos de Dios son aquellos que están movidos por el Espíritu de Dios” (Rm 8,14). Si lo percibís y lo sentís, te darás cuenta de que ya no hace ninguna falta que remes con la fuerza de tus puños para avanzar hacia Dios: el Viento sopla las velas de tu vida. La tradición cristiana llama dones (del Espíritu Santo) a estas velas que, bien desplegadas, te permiten aprovechar plenamente mis invitaciones y sugerencias. Estos dones son, también, radares, unas antenas muy finas que te permiten captar nuevos mensajes. Antenas que funcionan tanto mejor cuando lo hacen a menudo. Eso supone que has de estar a la escucha de mis enseñanzas interiores que sólo se revelan a los corazones que son muy sencillos y que están persuadidos de no merecer nada. El silencio de la oración te ayudará a todo esto.

¿Has tenido la experiencia, alguna vez, de que te “golpeara” algún pasaje del Evangelio con una enorme fuerza? ¿Qué pasó en ese momento? Fui yo el que hizo resonar en tu corazón esas palabras de Jesús, que tu memoria había grabado sin concederle mucha importancia. Fui yo el que provocó ese cambio profundo en tu existencia.

Si querés crecer en la vida cristiana debes dejarte invadir y transformar cada vez más por mí. Sintiéndote lleno de mí podés lanzarte hacia Dios y hacia tus hermanos con un gran corazón dilatado.

¿Sabes cuáles son mis dones? Recordá lo que decía el profeta Isaías: “Brotará un retoño de la cepa de Jesé (padre del rey David). Sobre él reposará el Espíritu del Señor, Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de fortaleza, Espíritu de conocimiento y de temor de Dios” (Is 11, 1-2).

*Con el temor filial quiero que descubras tu condición de criatura necesitada. Que experimentes la bienaventuranza de los pobres de espíritu. Que te llenes de sencillez. Que desees evitar todo aquello que ofenda la infinita ternura que Dios te tiene.
*Con la piedad filial quiero que avances hacia Dios con sencillez y confianza. Sin ningún temor y lleno de gozo.
*Con el consejo quiero que aprendas a discernir espiritualmente, a ver lo que tenés que hacer para complacer a Dios. A saber acompañar a los demás en su búsqueda de Dios.
*Con la fortaleza quiero comunicarte la energía misma de Dios para que sepas combatir en la lucha diaria, buscando cumplir la voluntad de Dios. Con ella sabrás vivir y afrontar todas las dificultades.
*Con la ciencia quiero que aprendas a ver a Dios actuando en el mundo, en la naturaleza y en los acontecimientos de la historia. También, que descubras su providencia obrando en el mundo y actuando en tu vida.
*Con la inteligencia quiero que comprendas mejor los misterios de Dios. Que sepas leer e interpretar los mensajes de amor de Dios. Que llegues a la Verdad. Dios desea que descubras su amor a través del gran libro de la naturaleza y de la historia, pero también y sobre todo a través de los libros de la Biblia.
*Con la sabiduría quiero que gustes el sabor de Dios: “Gusten y vean qué bueno es el Señor” (Salmo 34 (33), 9). Dios quiere que gustes en lo más hondo de tu corazón la alegría de estar invadido por mí.

El Espíritu de Dios

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