viernes, 3 de agosto de 2012

La Comunidad, lugar de la Iniciación Cristiana (Primer Bloque)



La Comunidad Cristiana

Trabajo:
¿Qué entendemos por comunidad cristiana? Expresarlo en una palabra o en una frase corta.

“No puede haber vida cristiana sino en comunidad” (D.A. 278 d).


1.                  Dios forma un pueblo

Dios lo llama a Abrám para, desde él, formar un pueblo, su pueblo (cf. Gen. 12,1-3).
Dios eligió a su Pueblo (cf. Dt. 7,7; Is. 41,8-9) y a quien Él llama (cf. Is. 48,12a). La relación de Dios no fue con individuos sino con el Pueblo, su Pueblo. Incluso las expresiones que encontramos en singular, no es porque está relacionándose con individuos, sino con el pueblo; por ejemplo “El Señor es mi pastor” (Salmo 23)
Luego vino la Alianza, y con ella Yahveh vino a ser el Dios de Israel, e Israel el pueblo de Yahveh (cf. Dt. 29,11-12; Lev. 26,12; Jer. 7,23; Ez. 11,20).
Israel es el pueblo santo, consagrado a Yahveh, puesto aparte para Él (cf. Dt. 7,6; 14,2), su bien propio (cf. Ex. 19,5; Jer. 2,3), su herencia (cf. Dt. 9,26). Es su rebaño (cf. Sal. 80,2; 94,7), su viña (cf. Is. 5,1; Sal. 80,9), su hijo (cf. Ex. 4,22; Os. 11,1), su esposa (cf. Os. 2,4; Jer. 2,2; Ez. 16,8).
Ya en la Antigua Alianza se reveló la estructura social del designio de salvación: el hombre no hallará a Dios en la soledad de una vida religiosa separada del pueblo, no será salvado por Dios evadiéndose de la historia. Se enlazará con Dios compartiendo la vida y el destino de la comunidad elegida por Dios para que sea su pueblo.



2.                  Jesús invita a ser comunidad

Jesús, después de recibir el bautismo de Juan y de ir al desierto y antes de su actividad en Galilea, elige a los Doce (cf. Mt. 4,18-22), ante todo “para que estuvieran con Él” (Mc. 3,14). Lo primero que procuró Jesús fue hacer la comunidad de discípulos.
Pero no sólo formó esa comunidad, sino que le pidió a sus discípulos que formaran comunidades.
Después de resucitar les ordenó: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que Yo les he mandado. Y Yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt. 28,18-20).
Les pidió que “hagan discípulos” y no se entiende un discípulo aislado, se es discípulo solamente en comunidad.

“No puede haber vida cristiana sino en comunidad” (D.A. 278d).

Habernos encontrado con el Señor resucitado nos lleva a vivir nuestra fe junto con otros hermanos. Como los discípulos de Emaús que, después de reconocer a Jesús, fueron a compartir esa alegría con los otros discípulos que estaban en Jerusalén (cf. Lc. 24,31-35).
Jesucristo se manifiesta a la comunidad, y no individualmente. Así ocurrió con el apóstol Tomás (cf. Jn. 20,24-29).
Para que reciban el Espíritu Santo, Jesús les pide que permanezcan unidos (cf. Lc. 24,49) y cuando “estaban todos reunidos en el mismo lugar” (Hch. 2,1) descendió sobre ellos el Espíritu Santo.
San Pablo tenía bien claro que no sólo debía anunciar la Buena Noticia, sino que debía formar comunidades donde se viviera la fe. Así, en sus viajes misioneros fundó numerosas comunidades cristianas, con las que seguía comunicado a través de sus cartas.
Si nos hemos encontrado con el Señor no podemos pensar más en vivir la fe aisladamente, lo debemos hacer en comunidad. “Quiso sin embargo el Señor, santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados entre sí, sino constituir un pueblo que lo conociera en la verdad y lo sirviera santamente” (L.G. 9).
            No existe un cristiano aislado, solo y encerrado en sí mismo. El Señor nos  llama a vivir en Iglesia, en comunidad.

3.                  La comunidad: expresión del Reino de Dios en la tierra

            La comunidad es la manera concreta de vivir el Reino de Dios. Es donde mostramos que todo lo que anunció Jesús se puede vivir.
            Es en la comunidad donde seguimos creciendo en la fe, donde vivimos y profundizamos el amor mutuo. Es allí donde vivimos el amor, el perdón, la reconciliación, el servicio al prójimo y asumimos la misión. Es en comunidad que construimos el Reino de Dios en la tierra.
            Los primeros cristianos vivían profundamente esta realidad, eran un testimonio viviente del Reino, era una invitación en la que nos decían: ‘Vengan y vean’.
Las primeras comunidades cristianas creyendo en Jesús vivían el Reino.
“Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Un santo temor se apoderó de todos ellos, porque los Apóstoles realizaban muchos prodigios y signos. Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno. Íntimamente unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón; ellos alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo...” (Hch. 2,42-47).
Esta manera de vivir de la comunidad era la concreción del Reino de Dios que anunció Jesús. Los que habían creído en Jesús y se adhirieron a Él formaban comunidades que vivían el Reino de Dios.
            Estas comunidades se llamaban IGLESIA, que quiere decir “Asamblea de los creyentes”. Aquellos hombres y mujeres que se convertían y eran bautizados, se unían a la Iglesia y comenzaban a ser miembros partícipes y activos en la vida de la comunidad.
El egoísmo está en la base de todo pecado, quien se adhiere a Jesús por la fe deja de vivir aisladamente para sentirse miembro vivo del Pueblo de Dios.

Somos personas convocadas por Jesucristo para formar una comunidad.
“La vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia… La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión. Esto significa que una dimensión constitutiva del acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad concreta, en la que podamos vivir una experiencia permanente de discipulado y de comunión con los sucesores de los Apóstoles y con el Papa” (D.A. 156).
“Todos los bautizados y bautizadas de América Latina y El Caribe, a través del sacerdocio común del Pueblo de Dios, estamos llamados a vivir y transmitir la comunión con la Trinidad, pues la evangelización es un llamado a la participación de la comunión trinitaria” (D.A. 157).
“...la Iglesia ‘atrae’ cuando vive en comunión, pues los discípulos de Jesús serán reconocidos si se aman los unos a los otros como Él nos amó (cf. Rom. 12,4-13; Jn. 13,34)” (D.A. 159).
 “La Iglesia es comunión en el amor. Esta es su esencia y el signo por la cual está llamada a ser reconocida como seguidora de Cristo y servidora de la humanidad” (D.A. 161).
Juan Pablo II, en Novo Millennio Ineunte, nos planteaba este desafío en el año 2001: “Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de comunión: este es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo” (N.M.I. 43).
A Jesús lo vamos a reconocer en la comunidad, donde hay dos o tres reunidos en su Nombre (cf. Mt. 18,20).

4.                  Integración a la comunidad parroquial

Hablar de comunidad es hablar de un grupo humano concreto. La comunión eclesial se vive en una comunidad en la cual todos podemos compartir, conocernos, apreciarnos, valorarnos, ayudarnos, etc.
Dice Juan Pablo II en Christifideles Laici: “La comunión eclesial, aún conservando siempre su dimensión universal, encuentra su expresión más visible en la parroquia. Ella es la última localización de la Iglesia; es, en cierto sentido, la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas” (Ch.L. 26).
“Entre las comunidades eclesiales, en las que viven y se forman los discípulos misioneros de Jesucristo, sobresalen las Parroquias. Ellas son células vivas de la Iglesia y el lugar privilegiado en el que la mayoría de los fieles tienen una experiencia concreta de Cristo y la comunión eclesial” (D.A 170).
Muchas veces no encontramos una “comunidad parroquial ideal”. No nos aflijamos; no la encontraremos nunca. Si bien es una realidad construida por el Espíritu Santo, está conformada por hombres y mujeres pecadores, pero que no se contentan con serlo.

5.                  Con la Eucaristía como centro

Cada Eucaristía debe ser la celebración de nuestra comunión.
La Eucaristía nos hace uno: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo?. Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan” (1 Cor. 10,16-17).
Nos dice Juan Pablo II en Mane Nobiscum Domine: “...En efecto, es precisamente el único Pan eucarístico el que nos hace un solo cuerpo...” (M.N.D. 20).
La comida eucarística lleva a plenitud la comunión fraterna, y renueva, fortalece y profundiza la incorporación a la Iglesia iniciada ya en el Bautismo.
Nos dice el Concilio Vaticano II que: “El sacrificio eucarístico, fuente y cima de toda la vida cristiana” (L.G. 11).
No confundamos “Eucaristía” con “Santísimo Sacramento”. Podemos caer en el error donde mi oración personal frente al Santísimo se más importante que la celebración de la Eucaristía, que la renovación del sacrificio redentor de Jesús.
Eucaristía es algo dinámico, Eucaristía es entrega, es comunión, es amor, es servicio.
La Eucaristía del domingo es la fuente de donde nos nutrimos y el la cima  donde llevamos al Señor y celebramos con los hermanos, toda la semana vivida.
“Al igual que las primeras comunidades cristianas, hoy nos reunimos asiduamente para ‘escuchar la enseñanza de los apóstoles, vivir unidos y participar en la fracción del pan y en las oraciones’ (Hch. 2,42). La comunión de la Iglesia se nutre con el Pan de la Palabra de Dios y con el Pan del Cuerpo de Cristo… En la Eucaristía, se nutren las nuevas relaciones evangélicas que surgen de ser hijos e hijas del Padre y hermanos y hermanas en Cristo. La Iglesia que la celebra es casa y escuela de comunión, donde los discípulos comparten la misma fe, esperanza y amor al servicio de la misión evangelizadora” (D.A. 158).
La Eucaristía debe ser la celebración de vivir la comunión del Reino.
La Eucaristía es el encuentro gozoso, en torno a la mesa de la Palabra y a la mesa de la Eucaristía, con el Señor resucitado y con los hermanos de la comunidad.
La Eucaristía de los domingos es la celebración gozosa de lo vivido en la semana, de sus cruces y alegrías: “Sos la Fiesta de cada semana que resume y celebra el amor” (Himno del Xº Congreso Eucarístico Nacional)
La Eucaristía es compartir mi vida con los hermanos: “Qué lindo es traer la vida a nuestra celebración, contarla a nuestros hermanos y que se vuelva oración” (Qué lindo llegar cantando).
A la Misa llevamos nuestra vida y la Misa continúa en la vida. Por dos veces el Documento de Aparecida habla de “la Misa prolongada”: “…nuestra existencia cotidiana se convierte en una Misa prolongada” (D.A. 354). Y citando al P. Alberto Hurtado: “¡Mi Misa es mi vida y mi vida es una Misa prolongada!” (D.A. 191).
            La Eucaristía es signo de la experiencia profunda de unión con Jesús, de fraternidad con los demás y compromiso con una sociedad más justa e igualitaria.
“… la Eucaristía dominical, que es momento privilegiado del encuentro de las comunidades con el Señor resucitado” (D.A. 305).
 “Todas las comunidades y grupos eclesiales darán fruto en la medida en que la Eucaristía sea el centro de su vida y la Palabra de Dios sea faro de su camino y su actuación en la única Iglesia de Cristo” (D.A. 180).
“Sin una participación activa en la celebración eucarística dominical y en las fiestas precepto, no habrá un discípulo misionero maduro” (D.A. 252).


Pregunta para el Trabajo en grupos:

“...La Iglesia crece no por proselitismo sino por ‘atracción’: como Cristo ‘atrae todo a sí’ con la fuerza de su amor. La Iglesia ‘atrae’ cuando vive en comunión, pues los discípulos de Jesús serán reconocidos si se aman los unos a los otros como Él nos amó (cf. Rom. 12,4-13; Jn. 13,34)” (D.A. 159).

1-  ¿Qué cambios debemos hacer, en lo personal y en lo comunitario, para que nuestra parroquia,  movimiento o institución sea una comunidad que atrae?

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