Considero la liturgia del Jueves Santo la más
significativa de todo el año. Para mí, es la que mejor expresa lo
que fue Jesús
y su mensaje. Mañana recordaremos la muerte de Jesús, pero hoy se plantea el
significado de esa muerte, que es mucho más importante para nosotros que la
misma muerte. Ese significado lo encontramos en el relato que los cuatro
evangelios hacen de la última cena. La protesta de Pedro, en el relato de Juan,
deja claro que, en aquel momento, los discípulos no entendieron nada. No podemos
reprochárselo, porque tampoco nosotros somos capaces de hacerlo.
Aún no sabemos el sentido exacto que quiso dar Jesús a
aquellos gestos y palabras. El mismo Jesús le dice a Pedro que no lo puede
entender "por ahora". Sabemos que no fue un rito de purificación
(antes de comer estaba mandado lavarse las manos, no los pies). No responde a
una necesidad urgente (Los discípulos podían seguir con los pies más o menos
sucios). Tampoco podemos reducirlo a un acto formal de humildad. Jesús pasaba
de todo formalismo. Fue, sin duda una acción profética. La Biblia está plagada
de esta manera de trasmitir una verdad profunda, sobre todo en los profetas.
Esta es la razón por la que, el recuerdo de lo que Jesús hizo en la última
cena, se convirtió muy pronto en el sacramento de nuestra fe. Y no sin razón,
porque en esos gestos, en esas palabras está encerrado todo lo que fue Jesús
durante su vida y todo lo que
tenemos que llegar a ser nosotros.
En el mismo relato que acabamos de leer queda muy clara
la importancia que para aquella comunidad tenían los acontecimientos que
quieren recordar. Lo pone de manifiesto, la grandiosa obertura con que arranca
el texto: "Consciente Jesús de que había llegado su "hora", la
de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que estaban en
medio del mundo, les demostró su amor en el más alto grado". Pero no es
menos sorprendente el final del relato: "¿Entendéis lo que he hecho con
vosotros? Vosotros me llamáis el "Maestro" y el "Señor"; y
decís bien, porque lo soy. Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies,
sabed que también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros". En estas
frases tenemos la clave de la celebración de hoy. No importa que las haya
pronunciado el mismo Jesús, es el sentir de la comunidad de Juan y eso es para
nosotros lo importante.
Recordamos lo sucedido en la Última Cena, sobre todo la
institución de la eucaristía y el lavatorio de los pies. Nuestra reflexión va a
comenzar por el lavatorio de los pies. No porque sea más importante que la eucaristía,
sino porque espero que esta reflexión nos ayude a comprenderla mejor. En ese
gesto, Cristo está tan presente como en la celebración de la eucaristía. Si
entendemos esta equiparación, estaremos en condiciones de ahondar en el
significado de los dos hechos. Lavar los pies era un servicio que normalmente
solo hacían los esclavos. Jesús quiere manifestar que él está entre ellos como
el que sirve. Esto es lo que había hecho Jesús durante toda su vida, pero ahora
quiere hacer un signo que no deje lugar a la duda. Es importante el hecho en
sí, pero mucho más, lo que quiere significar.
Juan, el más espiritual y místico de los evangelistas, el
que más profundizó en el mensaje de Jesús, ni siquiera menciona la institución
de la eucaristía. Esto debía hacernos pensar en la importancia del signo de
lavar los pies. Sospecho que Juan quiso recuperar para la última cena el
carácter de recuerdo de Jesús como don, como entrega. "Yo estoy entre
vosotros como el que sirve." Jesús no renuncia a ninguna grandeza humana,
pero denuncia la falsedad de la grandeza humana que se apoya en el poder. La
verdadera grandeza humana está en parecerse a Dios que se da sin condiciones ni
reservas. Todo ser humano, también Jesús, es un proyecto que tiene que ser
llevado a la realización completa. Esa plenitud a la que puede llegar, está
marcada por su capacidad de darse a los demás.
Poco después del texto que hemos leído, dice Jesús:
"Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros como yo os he
amado". Esta es la explicación definitiva que da Jesús a lo que acaba de
hacer.
Cuando seguimos insistiendo en los diez mandamientos de
Moisés o los de la Iglesia, nos quedamos a años luz del mensaje de Jesús. Para
el que quiere seguir a Jesús, todo queda reducido a esto: ¡Amaros! No dijo que
debíamos amar a Dios, ni siquiera que debíamos amarle a él. Tenemos que
amarnos, eso sí, como Dios ama, como Jesús amó. Una eucaristía celebrada como
devoción, que comienza y termina en la iglesia, no es la eucaristía que celebró
Jesús. Celebrar la eucaristía es aceptar el compromiso de darse hasta el final.
La eucaristía no es más que el signo (sacramento) de la entrega. Si no se da
esa entrega, lo que hacemos se queda en un puro garabato.
En este relato del lavatorio de los pies, no se dice nada
que no se diga en el relato de la eucaristía, pero evita el peligro de
quedarnos en la espiritualización del misterio. Tenemos que hacer un esfuerzo
por descubrir el verdadero significado de la eucaristía a la luz del lavatorio
de los pies. Jesús toma un pan y mientras lo parte y lo reparte les dice: esto
soy yo. Meteos bien en la cabeza, que yo estoy aquí para partirme, para dejarme
comer, para dejarme masticar, para dejarme asimilar, para desaparecer dándome a
los demás. Yo soy sangre, (vida) que se derrama para todos, que llega a todos,
que da vida a todos, que saca de la tristeza y de la muerte a todo el que se
deja empapar por esa Vida.
Las palabras finales son muy importantes. Jesús no dice
que repitamos el gesto no para "conmemorar" el hecho, sino para que
tomemos conciencia de su significado y lo vivamos.
Lo que Jesús quiso decirnos en estos gestos es que él era
un ser para los demás, que el objetivo de su existencia era darse; que había
venido no para que le sirvieran, sino para servir a todos. Manifestando de esta
manera que su meta, su fin, su plenitud humana solo la alcanzaría cuando se
diera totalmente, cuando llegara al sacrificio total con la muerte asumida y
aceptada. De ahí la profunda relación que tienen los acontecimientos del Jueves
Santo con los del Viernes. Jesús des-trozado puede ser asimilado e integrado en
nuestro propio ser. Solo cuando muramos a todos nuestros egos, llegaremos a la
plenitud del amor.
Aunque Juan no menciona la eucaristía en la última cena,
no se ha desentendido de un sacramento que tuvo tanta importancia para la
primera comunidad. En el c. 6 del evangelio de Juan, encontramos la verdadera
explicación de lo que es la eucaristía. "Yo soy el pan de vida". Para
explicar esto, dice a continuación: "Quien viene a mí, nunca pasará
hambre; el que me presta su adhesión, nunca pasará sed". Está muy claro
que comer materialmente el pan y beber literalmente la sangre, no es más que un
signo (sacramento) de la adhesión a Jesús, que es lo verdaderamente importante.
Se trata de identificarse con su manera de ser hombre, resumida en el servicio
a los demás hasta deshacerse por ellos.
En el mismo c. 6, dice un poco más adelante: "El
Padre que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me
"come" vivirá por mí". Para mí, no hay en todo el NT una
explicación más profunda de lo que significa este sacramento. Jesús tiene la
misma Vida de Dios, y todo el que le siga tendrá también la misma Vida, la
definitiva, la trascendente, la que no se verá alterada por la muerte
biológica.
Para hacer nuestra esa Vida, tenemos que aceptar la
"muerte", no la física (aunque también), sino la muerte a todo lo que
hay en nosotros de caduco, de terreno, de transitorio, de individualismo, de
egoísmo. Sin esa muerte, nunca podrá haber verdadera Vida. No se trata de
renunciar a nada, sino de conseguirlo todo, al elegir la más alta posibilidad
de plenitud humana.
Volviendo al lavatorio de los pies. Esta actitud de Jesús
a los pies de sus discípulos, pulveriza la idea de Dios "Señor" al
que hay que servir. Jesús hace presente a un Dios que no actúa como soberano
celeste, sino como servidor del hombre. Dios está a favor de cada hombre no
imponiendo su voluntad desde arriba sino trasformando al hombre desde abajo,
desde lo hondo del ser humano y levantando al hombre a su mismo nivel.
Todo poder, sobre todo el ejercido en nombre de Dios, es
contrario al mensaje de Jesús. Ni siquiera el deseo de hacer bien, puede
justificar ponerse por encima de los demás para violentarles.
Meditación-contemplación
Jesús manifiesta lo
que es Dios poniéndose al servicio de los demás.
Deshaciéndose,
alcanza la plenitud.
Hoy lo descubrimos
en el signo del lavatorio y la eucaristía.
Mañana, con la
realidad de su muerte.
......................
Jesús dijo: Yo soy
pan partido y repartido.
Yo soy sangre
(Vida) que se derrama en todas direcciones.
Eso tengo que
llegar a ser yo
si quiero alcanzar
la plenitud humana.
..........................
Si soy capaz de
morir a mi egoísmo,
alcanzaré la
plenitud de Vida.
Si soy capaz de
darme hasta la muerte,
permaneceré para
siempre en la verdadera Vida.
............
Fray Marcos
(Fuente: feadulta.com)
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