Queridos hermanos y hermanas,
Cuando profesamos nuestra fe, nosotros afirmamos que la Iglesia es
"católica" y "apostólica". Pero, ¿cuál es efectivamente el
significado de estas dos notas características de la Iglesia? ¿Y qué valor
tienen para la comunidad cristiana y para cada uno de nosotros?
Católica significa universal. Una
definición completa y clara nos la ha ofrecido uno de los Padres de la Iglesia,
san Cirilo de Jerusalén, cuando afirma: 'La Iglesia sin duda es llamada
católica, es decir universal, por el hecho de que es difundida por todos lados,
desde una parte hasta la otra de los confines de la tierra; y porque
universalmente y sin deserción enseña todas las verdades que deben llegar al
conocimiento de los hombres, ya sea sobre las cosas celestes, que de las
terrestres".
Signo evidente de la catolicidad de la Iglesia es que habla todas las
lenguas. Y esto no es otra cosa que el efecto de Pentecostés: es el Espíritu
Santo, de hecho, que ha preparado a los Apóstoles y toda la Iglesia para hacer
resonar a todos, hasta los confines de la tierra, la Buena Noticia de la
salvación y del amor de Dios. La Iglesia así ha nacido católica,
"sínfónica" desde los orígenes, y no puede no ser católica,
proyectada a la evangelización y al encuentro con todos.
La Palabra de Dios hoy se lee en todas las lenguas, todos tienen el
Evangelio en la propia lengua, para leerlo y vuelvo a lo mismo. Siempre es
bueno tener con nosotros un Evangelio pequeño para
llevarlo en el bolsillo, y
durante el día leer un pasaje. Esto nos hace bien, el Evangelio está difundido
en todos los idiomas porque la Iglesia, el anuncio de Cristo Redentor, es en
todo el mundo. Y por eso se dice que la Iglesia es católica, porque es
universal.
Si la Iglesia ha nacido católica, quiere decir que ha nacido "en
salida", misionera. Si los Apóstoles se hubieran quedado allí, en el
Cenáculo, sin salir a anunciar el Evangelio, la Iglesia sería solamente la
Iglesia de ese pueblo, de esa ciudad, de ese Cenáculo. Todos han salido por el
mundo, desde el momento del nacimiento de la Iglesia, desde el momento que ha
venido el Espíritu Santo. Y por eso la Iglesia ha nacido en salida, es decir,
misionera.
Es eso lo que expresamos calificándola de apostólica. Porque el Apóstol es
el que lleva la Buena Noticia de la Resurrección de Jesús. Este término nos
recuerda que la Iglesia tiene su fundamento en los Apóstoles y en continuidad
con ellos. Son los Apóstoles que han ido y han fundado nuevas Iglesias, han
hecho nuevos obispos y así en todo el mundo en continuidad.
Hoy, todos nosotros estamos en continuidad con ese grupo de Apóstoles que
ha recibido el Espíritu Santo y luego han ido en salida a predicar. La Iglesia
es enviada a llevar a todos los hombres el anuncio del Evangelio, acompañándolo
con los signos de la ternura y del poder de Dios. También esto deriva del
evento de Pentecostés: es el Espíritu Santo, de hecho, quien supera cualquier
resistencia, vence la tentación de cerrarse en sí mismos, entre pocos elegidos,
y considerarse los únicos destinatarios de la bendición de Dios. Imaginemos que
un grupo de cristianos hace esto, nosotros somos los elegidos, sólo nosotros,
al final mueren, mueren primero en el alma después morirán en el cuerpo. Porque
no tienen vida, no son capaces de generar vida, otras personas, otros pueblos,
no son Apóstoles.
Y es el Espíritu quien nos conduce al encuentro con los hermanos, también
hacia los más distantes en cualquier sentido, para que puedan compartir con
nosotros el amor, la paz, la alegría que el Señor Resucitado nos ha dejado como
regalo.
¿Qué implica, para nuestras comunidades y para cada uno de nosotros, formar
parte de una Iglesia que es católica y apostólica? En primer lugar, significa
tener en el corazón la salvación de toda la humanidad, no sentirse indiferentes
o extraños frente a la suerte de tantos de nuestros hermanos, sino abiertos y
solidarios hacia ellos. Significa además tener el sentido de la plenitud, de lo
completo, de la armonía de la vida cristiana, rechazando siempre las posiciones
parciales, unilaterales, que nos cierran en nosotros mismos.
Formar parte de la Iglesia apostólica quiere decir ser consciente de que
nuestra fe está anclada en el anuncio y el testimonio de los mismos Apóstoles
de Jesús. Está anclada, es una larga
cadena que viene desde allí. Y por eso sentirse siempre enviado, mandado, en
comunión con los sucesores de los Apóstoles,
para anunciar, con el corazón lleno de alegría, a Cristo y su amor a
toda la humanidad.
Y aquí quisiera recordar la vida heroica de tantos, tantos misioneros y
misioneras que han dejado su patria para ir a anunciar el Evangelio en otros
países, en otros continentes. Me decía un cardenal brasileño que trabaja
bastante en Amazonia que, cuando él va a un lugar, en un pueblo de Amazonia, en
una ciudad, va siempre al cementerio y allí ve las tumbas de estos misioneros,
sacerdotes, hermanos, religiosas que han ido a predicar el Evangelio,
apóstoles. Y él piensa: todos estos pueden ser canonizados ahora, porque han
dejado todo para anunciar a Jesucristo. Damos gracias al Señor porque nuestra
Iglesia tiene muchos misioneros, ha tenido muchos misioneros y ¡necesita más
aún! Damos las gracias al Señor por esto. Quizá entre tantos jóvenes, chicos y
chicas que están aquí, alguno quiere hacerse misionero: ¡adelante! Esto es
bonito, llevar el Evangelio de Jesús. ¡Que sea valiente!
Pidamos entonces al Señor renovar en nosotros el don de su Espíritu, para
que toda comunidad cristiana y todo bautizado sea expresión de la santa madre
Iglesia católica y apostólica.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
COMENTARIOS DE NUESTROS LECTORES