Después de un día de ayuno y oración, los servidores de la
misión de Bachajón se disponen a recibir su “cargo” o ministerio. Con toda
seriedad tienden sus petates, acomodan sus flores, las cruces, los signos, mil
pequeños detalles que expresan toda la importancia del servicio. Entre los
muchos servicios que cada año se inician o se renuevan, me llaman la atención
dos: los “jcanan lum” y los “jmucubtesej otanil”. Es decir los “cuidadores de
la tierra” y los “fortalecedores” o animadores del corazón. Mientras unos se
enfrentan a un ambiente consumista, destructor y saqueador de la madre tierra;
los segundos tienen que lidiar con el desaliento, las divisiones, los pequeños
y grandes problemas de las personas. Tanto unos como otros entienden su
responsabilidad como un verdadera servicio y se constituyen en “cuidadores”,
“centinelas” y “faros de luz”, que deben desgastarse para dar vida a su pueblo.
Los primeros proponen métodos orgánicos de cultivo, evitan la desforestación y
vigilan las reservas; los otros, tratan con las personas, buscan diálogos y
caminos de solución, proponen acuerdos. “La vigilancia y el cuidado los
entendemos como un servicio que debe realizarse con mucha ternura y comprensión
hacia la tierra y hacia las personas”
¿Necesitaremos hoy en día centinelas? Hay fraccionamientos,
edificios y colonias que tienen algo parecido, pero por desgracia no pueden dar
alerta sobre todos los males que perjudican a los ciudadanos. Ante la
inseguridad, la violencia y la corrupción suenan actuales y urgentes las
palabras
dirigidas a Ezequiel: “te he constituido centinela de la casa de
Israel”, que unidas a las palabras de Jesús respecto a la corrección fraterna
nos dan pistas muy valiosas para el momento presente. No parece que a Ezequiel
se le confíe el cargo de policía o de la flamante “gendarmería” destinada a
luchar contra el crimen organizado. No, Ezequiel no es un guardián que cuide el
orden y que deba corregir y detener a criminales. Su misión tiene un sentido
más profundo, es la responsabilidad de un hermano preocupado por su hermano.
Alguien que lo cuide, lo proteja, lo alerte y lo acompañe. No lo constituye el
Señor en guardián que vaya detrás de sus hermanos juzgando sus acciones y
haciendo la vida imposible. Esas funciones con frecuencia las adoptamos
nosotros y somos capaces de juzgar hasta lo que no sucede y de condenar a los
demás sin conocer sus verdaderas intenciones.
El centinela es como un faro en la oscuridad: tiene que
estar siempre allí para prevenir, para proteger, para iluminar. El centinela,
igual que el faro, tiene la obligación de alertar, de hacer sonar su sirena, y
no podrá estar tranquilo hasta que despierte la conciencia del otro. Un barco
que se estrella contra los acantilados es el peor fracaso del faro. El hermano
que se destruye o destruye la comunidad no solamente es culpa suya, también es
responsabilidad nuestra. Tenemos que tener muy clara la misión: no podemos
actuar por el otro, no podemos hacer las tareas del hermano, pero sí tenemos
que despertar la conciencia. No puedo hacer la tarea del otro, pero sí puedo
despertar su responsabilidad. Cuando es más densa la oscuridad y cuando arrecia
más la tormenta, entonces aparecen con mayor claridad y son más valiosas las
luces del faro. No puede el faro suprimir la oscuridad ni la tormenta, pero
puede manifestar los peligros y mostrar un camino seguro. Hay quienes cuando
llega la tormenta reniegan, despotrican e insultan, les echan la culpa a los
otros. El faro simplemente ilumina, llama y conduce. Abre caminos para el que
se sentía perdido, renueva la esperanza del que ya no tenía ganas de luchar.
El centinela deberá discernir y juzgar entre las cosas que
llegan a la ciudad, no manifiesta únicamente las cosas negativas, no es un juez
que esté al acecho para condenar. El centinela se goza y se alegra al descubrir
y anunciar buenas nuevas. Se siente feliz al señalar los triunfos y al resaltar
su presencia. Tendrá que ayudar a descubrir los pequeños gérmenes de verdad,
los indicios de justicia y las luchas nobles por la paz. Tendrá que despertar
esperanza y alentar los esfuerzos sinceros por el bienestar de la comunidad. Es
cierto que la convivencia en la familia, en la comunidad o en la sociedad, sea
del tipo que sea, se ve deteriorada constantemente por múltiples factores que
rompen y condicionan las relaciones entre compañeros, familiares y amigos. Pero
el centinela no está para condenar, sino para prevenir, para corregir y para
dar nuevos caminos y nuevas opciones.
Como a Ezequiel, a cada uno de nosotros se nos confía esta
misión. Es cierto que dentro de la Iglesia y de la sociedad hay personas que
tendrían una mayor obligación de cumplir esta tarea, pero todos tenemos la
responsabilidad de ser centinelas que ayuden a señalar, a conducir y a
encaminar. No podemos adoptar la actitud de Caín cuando se le pregunta por
Abel: “¿Soy acaso el guardián de mi hermano?”. Todos tenemos la obligación del
amor por el hermano. Todos debemos ser lo suficientemente críticos para develar
la mentira cuando se disfraza de honestidad, para desenmascarar las injusticias
y descubrir la maldad. Ah, pero tenemos que tener mucho cuidado porque podemos
deformar esta misión y convertirnos en criticones exacerbados de los demás,
mientras somos complacientes con nuestras propias faltas. La misión no es
condenar sino animar aun a aquel que con fatiga y esfuerzo va dando tumbos en
busca de la verdad y del bien.
Dentro de la comunidad nadie puede vivir aisladamente y a
todos nos toca ser responsables del caminar de la comunidad. Cristo lo expresa de
una manera muy bella al manifestar que cuando dos se ponen de acuerdo para
pedir algo seguramente lo lograrán. Cuando se rompe la coraza del
individualismo y se unen los esfuerzos para buscar el bien común, se alcanzan
objetivos nunca soñados. En cambio, cuando cada quien persigue sus propios
intereses, se va minando la confianza, se destruye la fraternidad. El mejor
ejemplo de corrección fraterna es el mismo Jesús. Todas las recomendaciones que
ahora nos da, las ha vivido de una manera plena. Nunca está de acuerdo con el
pecado, pero ama al pecador, se acerca a él, le muestra su interés, le descubre
su error y lo invita a la conversión. Pensemos cómo actuó con la samaritana, no
la condenó, la escuchó, le ofreció su agua, su luz y le ayudó a descubrir el manantial
que llevaba adentro. Recordemos a Zaqueo, tampoco lo condenó, simplemente lo
trató con dignidad y le ofreció la posibilidad de alcanzar una vida mejor.
Cristo es como un faro, como una luz, no hace daño a nadie, pero sí manifiesta
abiertamente la realidad. No está de acuerdo con la injusticia, la denuncia,
pero no condena sino que ofrece caminos de luz.
¿Asumimos nuestra responsabilidad frente a la
comunidad?¿Proponemos y nos comprometemos o solamente criticamos y destruimos?
¿Cómo resolvemos los conflictos en la familia, en los grupos y en la sociedad?
¿Educamos para la reconciliación, el perdón y la paz?
Padre bueno, Tú que quieres que cada comunidad sea
reflejo del amor Trinitario, concédenos el don del perdón, de la comprensión y
de la generosidad para vivir en unidad. Amén
Mons. Enrique Díaz Diaz
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