Queridos hermanos y hermanas: ¡Buenos días!
Hoy reanudamos las catequesis del Año de la fe. En el Credo
repetimos esta expresión: "El tercer día resucitó según las
Escrituras." Es "precisamente el evento que estamos celebrando: la
Resurrección de Jesús, el centro del mensaje cristiano, que resonó desde el
principio y ha sido transmitió para llegara hasta nosotros. San Pablo escribe a
los cristianos de Corinto: "Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo
mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue
sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a
Pedro y después a los Doce." (1 Corintios 15:3-5).
Esta breve confesión de fe anuncia precisamente el Misterio
Pascual, con las primeras apariciones del Resucitado a Pedro y a los Doce: la
Muerte y la Resurrección de Jesús son justo el corazón de nuestra esperanza.
Sin esta fe en la muerte y en la Resurrección de Jesús nuestra esperanza será
débil, ya no será ni siquiera esperanza. Y precisamente la muerte y la
Resurrección de Jesús son el corazón de nuestra esperanza. El Apóstol afirma:
"Y si Cristo no resucitó, la fe de ustedes es inútil y sus pecados no han
sido perdonados". (1Cor 15, 17)
Por desgracia, a menudo se ha tratado de oscurecer la fe de
la Resurrección de Jesús, e incluso entre los propios creyentes se han
insinuado dudas. Un poco una fe "al agua de rosas", como decimos nosotros.
No es la fe fuerte. Y esto por superficialidad, a veces por indiferencia,
ocupados por miles de cosas que se consideran más importantes que la fe, o por
una visión puramente horizontal de la vida.
Pero es precisamente la Resurrección la que nos abre a la
esperanza más grande, porque abre nuestra vida y la vida del mundo al futuro
eterno de Dios, a la felicidad plena, a la certeza de que el mal, el pecado y
la muerte pueden ser derrotados. Y ello lleva a vivir con mayor confianza las
realidades cotidianas, a afrontarlas con valentía y con empeño. La Resurrección
de Cristo ilumina con una luz nueva estas realidades cotidianas ¡la
Resurrección de Cristo es nuestra fuerza!
¿Pero cómo se nos ha transmitido la verdad de la fe de la
Resurrección de Cristo? Hay dos tipos de testimonios en el Nuevo Testamento:
algunos son en forma de profesión de fe, es decir, son fórmulas sintéticas que
indican el centro de la fe; mientras que otros están en forma de relato del
evento de la Resurrección y de los hechos relacionados con ella. La primera: la
forma de la profesión de la fe, por ejemplo, es la que acabamos de escuchar, o
la de la Carta a los Romanos en la que San Pablo escribe: "Si confiesas
con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de
entre los muertos, serás salvado."(10:09).
Desde los primeros pasos de la Iglesia es clara y firme la
fe en el Misterio de la Muerte y Resurrección de Jesús. Hoy, sin embargo,
quisiera centrarme en la segunda, en los testimonios que toman la forma de un
relato, que encontramos en los Evangelios. Sobre todo observamos que los
primeros testigos de este evento fueron mujeres. Al amanecer, ellas van al
sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús, y encontraron el primer signo: el
sepulcro vacío (cf. Mc 16:01). Sigue después el encuentro con un Mensajero de Dios
que anuncia: Jesús de Nazaret, el crucificado, no está aquí, ha resucitado (cf.
vv 5-6). Las mujeres son llevadas por el amor y saben acoger este anuncio con
fe: creen, y de inmediato lo transmiten, no lo tiene para sí mismas. Lo
transmiten.
La alegría de saber que Jesús está vivo y la esperanza que
llena el corazón no se pueden contener. Esto debería suceder también en nuestra
vida ¡Sintamos la alegría de ser cristianos! ¡Nosotros creemos en un Resucitado
que venció el mal y la muerte! ¡Tengamos la valentía de ‘salir’ para llevar
esta alegría y esta luz a todos los lugares de nuestra vida! ¡La Resurrección
de Cristo es nuestra mayor certeza; es el tesoro más precioso! ¡Cómo no
compartir con los demás este tesoro, esta certeza! No es sólo para nosotros, es
para transmitirla, para darla a los demás, compartirla con los demás. Es
nuestro testimonio.
Otro elemento. En las profesiones de fe del Nuevo
Testamento, como testigos de la Resurrección vienen recordados sólo los
hombres, los Apóstoles, pero no las mujeres. Esto se debe a que, de acuerdo con
la Ley judaica de aquel tiempo, las mujeres y los niños no podían dar un
testimonio fiable, creíble. En los Evangelios, sin embargo, las mujeres tienen
un papel primordial, fundamental. Aquí podemos ver un elemento a favor de la
historicidad de la Resurrección: si se tratara de un hecho inventado, en el
contexto de aquel tiempo no hubiera estado relacionado al testimonio de las
mujeres. Los evangelistas, en cambio, simplemente se limitan a narrar lo que
sucedió: las mujeres son los primeros testigos.
Ello nos dice que Dios no elige según criterios humanos: los
primeros testimonios del nacimiento de Jesús son los pastores, gente sencilla y
humilde. Y las primeras en ser testimonios de la Resurrección son las mujeres.
Y ello es bello, es un poco la misión de las mujeres, de las mamás, de las
abuelitas. Dar testimonio a sus hijos y nietos de que Jesús está vivo, vive ha
resucitado. Mamás y mujeres ¡adelante con este testimonio!
Lo que cuenta para Dios es el corazón, cuán abiertos estamos
para Él, si somos como niños que se fían. Pero esto nos hace reflexionar
también sobre cómo las mujeres, en la Iglesia y en el camino de la fe, hayan
tenido y sigan teniendo aún hoy un papel especial en el abrir las puertas al
Señor, en seguirlo y en comunicar su Rostro, porque la mirada de fe necesita
siempre la mirada sencilla y profunda del amor.
A los Apóstoles y a los discípulos les cuesta más creer, a
las mujeres no. Pedro corre al sepulcro, pero se detiene ante la tumba vacía; Tomás
debe tocar con sus manos las heridas del cuerpo de Jesús. También en nuestro
camino de fe es importante saber y percibir que Dios nos ama, no tener miedo de
amarlo: la fe se profesa con la boca y con el corazón, con las palabras y con
el amor.
Después de las apariciones a las mujeres, siguen otras:
Jesús se hace presente de un modo nuevo: es el Crucificado, pero su cuerpo es
glorioso; no ha vuelto a la vida terrenal, sino en una nueva condición. Al
principio no lo reconocen, y sólo a través de sus palabras y sus gestos los
ojos se abren: el encuentro con el Resucitado transforma, da un nuevo vigor a
la fe, un fundamento inquebrantable. También para nosotros, hay muchos signos
con los que el Resucitado se da a conocer: la Sagrada Escritura, la Eucaristía
y los demás Sacramentos, la caridad, los gestos de amor que llevan un rayo del
Resucitado.
¡Dejémonos iluminar por la Resurrección de Cristo, dejémonos
transformar por su fuerza, para que, también a través de nosotros, en el mundo
los signos de muerte dejen lugar a los signos de la vida!
He visto que hay tantos jóvenes en la plaza, chicos y
chicas, aquí están. Les digo: lleven adelante esta certeza, el Señor está vivo
y camina a nuestro lado en la vida. Ésta es la misión de ustedes. Lleven
adelante esta esperanza.
Estén anclados a esta esperanza, esta ancla que está en el
cielo. Sujétense fuerte a la cuerda, queden anclados y lleven adelante la
esperanza. Ustedes, testimonios de Jesús, testimonien que Jesús está vivo y
ello nos dará esperanza y dará esperanza a este mundo algo envejecido por las
guerras, por el mal y por el pecado ¡Adelante jóvenes!
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