Miércoles 7 de noviembre (2012)- En la audiencia general de los miércoles Benedicto XVI,
continuando la catequesis sobre la fe católica, se centró hoy en "un
aspecto fascinante de la experiencia humana y cristiana: el hombre lleva en sí
un misterioso deseo de Dios".
Esta afirmación, dijo el Papa, “puede parecer una
provocación en el ámbito de la cultura occidental secularizada. Muchos de
nuestros contemporáneos podrían objetar que no sienten en ningún modo este
deseo de Dios. Para amplios sectores de la sociedad, El ya no es el esperado,
el deseado, sino más bien una realidad que deja indiferentes, ante la cual ni
siquiera hay que hacer el esfuerzo de pronunciarse".
"En realidad, lo que definimos como 'deseo de Dios' no
desapareció totalmente, y se asoma todavía hoy, en muchos modos, al corazón del
hombre. El deseo humano tiende siempre a determinados bienes concretos, que
frecuentemente no son nada espirituales, y sin embargo se sitúa ante la
pregunta sobre qué cosa es verdaderamente 'el' bien, y por tanto, se tiene que
confrontar con algo que es otro de sí, que el hombre no puede construir, pero
que es llamado a reconocer".
Seguidamente el Santo Padre, se preguntó: "¿qué es lo
que puede verdaderamente saciar el deseo del hombre?"
"En mi primera encíclica, “Deus caritas est”, intenté
analizar cómo este dinamismo se realiza en la experiencia del amor humano,
experiencia que en nuestra época es más fácilmente percibida como momento de
éxtasis, de salida de sí, como lugar en el que el hombre advierte que lo
atraviesa un deseo que lo supera”.
“Pero, prosiguió Benedicto XVI, ni siquiera la persona amada
"es capaz de saciar el deseo que vive en el corazón del hombre, es más,
cuanto más auténtico es el amor hacia el otro, tanto en mayor grado este deja
abierto el interrogante sobre su origen y su destino, sobre la posibilidad que
tiene de durar para siempre".
"También se podrían hacer consideraciones análogas a
propósito de otras experiencias humanas, como la amistad, la experiencia de la
belleza, el amor por el conocimiento. Todo buen experimentado por el hombre se
extiende hacia el misterio que envuelve al mismo hombre; todo deseo que se
asoma al corazón humano se hace eco de un deseo fundamental que no se sacia
nunca plenamente".
Por esto, dijo el pontífice, "el hombre conoce bien lo
que no lo sacia, pero no puede imaginar o definir lo que le haría experimentar
aquella felicidad cuya nostalgia lleva en el corazón. No se puede conocer a
Dios solo a través del deseo del hombre. Desde este punto de vista el misterio
resta: el hombre es un buscador del Absoluto, un buscador que camina con pasos
breves e inciertos".
También en nuestra época, aparentemente tan refractaria a la
dimensión trascendente, "es posible abrir un camino hacia el auténtico
sentido religioso de la vida, que muestra cómo el don de la fe no es absurdo,
no es irracional", afirmo Benedicto XVI que propuso "una pedagogía
del deseo que comprende al menos dos aspectos: en primer lugar, aprender o
re-aprender el gusto por las auténticas alegrías de la vida”.
El segundo aspecto de la pedagogía del deseo es "no
contentarse nunca de lo que se haya alcanzado. Precisamente porque las alegrías
verdaderas son capaces de liberar en nosotros la sana inquietud que lleva a ser
más exigentes -querer un bien más alto, más profundo- y a la vez, sentir
siempre con mayor claridad que nada finito puede colmar nuestro corazón.
Por último el Santo Padre dijo que "el dinamismo del
deseo está siempre abierto a la redención. También en el abismo del pecado no
se apaga en el hombre aquella chispa que le permite reconocer el verdadero
bien, saborearlo, y empezar así un recorrido de ascensión en el que Dios, con
el don de su gracia, no le hace faltar nunca su ayuda."
"No se trata de sofocar el deseo que está en el corazón
del hombre, sino de liberarlo, para que pueda alcanzar su verdadera altura.
Cuando en el deseo se abre la ventana hacia Dios, esto es ya una señal de la
presencia de la fe en el ánimo, fe que es una gracia de Dios", concluyó.+
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