Obispo: Damián Santiago Bitar |
“Perseveren firmemente fundados e inconmovibles en la fe y no se
aparten de la esperanza del Evangelio” (Col 1,23)
Unidos a toda la Iglesia y en comunión con el Papa Benedicto
XVI, abrimos las puertas del Año de la Fe, al
cumplirse cincuenta años del inicio del Concilio Vaticano II y veinte de la
publicación del Catecismo de la Iglesia Católica.
¿Por qué un Año de la Fe?
Porque la cuestión de Dios es, en cierto sentido la cuestión de las cuestiones. Nos remite a las preguntas
fundamentales del hombre, a las
aspiraciones de verdad, de felicidad y de libertad presentes en su corazón. Sí;
Dios, el único Dios, algo muy distinto a una cuestión filosófica. Este Dios tiene un rostro y nos ha hablado
en Jesucristo hecho hombre.
Por eso la fe en Jesucristo
es el bien más precioso de la Iglesia.
El no es uno entre tantos. El es el
Camino, la Verdad y la Vida. El nos revela al Padre y revela al hombre
quien es y cual es su destino. “Estamos convencidos de que no existe alternativa a la revelación de Dios en Jesucristo. La
Revelación responde a los grandes interrogantes de los hombres de todo tiempo…la
visión secular no basta. Por eso la
Revelación es un alivio, ya que no tenemos que buscar a toda costa las
respuestas. En Cristo el Dios
infinito se ha manifestado a nosotros. “
(Arz. Gerhard Ludwig
Müller-Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe).
Ahora bien, el Santo Padre con su invitación, quiere poner en el centro
de la atención eclesial “el encuentro
con Jesucristo y la belleza de la fe en El”. Desea que todos los fieles
cristianos comprendamos con mayor profundidad que el fundamento de la fe
cristiana, no es un sentimentalismo vacío, sino el encuentro con
un acontecimiento, con una persona, que da un
nuevo horizonte a la vida y con ello una orientación decisiva.
Por eso toda nuestra tarea evangelizadora y misionera debe conducirnos
a provocar este “encuentro”, especialmente en la Eucaristía, la Reconciliación,
la Palabra de Dios y en la vida de los más pobres y sufrientes.
Asimismo, porque Jesús nos dice que él es la Verdad, nuestra misión tiene una sustancia, un contenido, por eso la acción pastoral debe
conducir también, a través de la enseñanza
y la catequesis permanente a un conocimiento de los contenidos de la fe, asumiendo
el reto de combatir el “analfabetismo
catequístico” que ha llevado a que tantos
bautizados no tengan la mínima idea de la sabiduría, la belleza y la
coherencia de la Verdad. En tal sentido invito a todos los fieles a una
continua lectura y estudio del Catecismo
o de su Compendio, verdaderas
“joyas” del Magisterio de la Iglesia en las que se ilustra la fuerza y la
belleza de la fe.
Esta convocatoria del Santo Padre, no detiene
la marcha, sino por el contrario, nos invita a continuar con la
nueva evangelización impulsada por Aparecida
con su llamado a la Misión Continental, a partir de las líneas pastorales que
cada Iglesia Particular esté implementando.
Ahora bien, nuestra joven Iglesia
Diocesana, en esta encrucijada compleja y fascinante de la historia, se
pregunta como lo hizo el apóstol Tomás ¿Cómo vamos a conocer el camino? (Jn 14,5).
El Evangelio, con absoluta claridad nos
ofrece la respuesta: nuestra misión debe seguir los pasos de Jesús y adoptar sus actitudes: este es nuestro verdadero “programa pastoral”.
“Jesús recorría, toda Galilea enseñando en las sinagogas, proclamado la
Buena Noticia del Reino y sanando toda clase de enfermedades y dolencias (Mt
4,23)
a)
“Recorrer”
“Vayan por el mundo y hagan discípulos míos a todos los pueblos” (Cf.
Mt 28,20).
Estas palabras del Señor Resucitado son
“su gran mandamiento”, “su gran comisión”.Cumplir este encargo no es una
tarea opcional sino parte integrante de la identidad cristiana. Todo bautizado,
o es discípulo misionero o no es auténtico cristiano.
Por tal motivo, “la diócesis en todas sus comunidades y estructuras
está llamada a ser una comunidad misionera,
que escucha con atención y discierne “lo que el Espíritu le dice” (Cf.
Ap 2,29), a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta”.
Recorrer, misionar, “no para revolucionar el mundo, sino para transfigurarlo,
tomando la fuerza de Jesucristo que nos convoca en la mesa de su Palabra y de
la Eucaristía, para gustar el don de su presencia, formarnos en su escuela y
vivir cada vez más conscientemente unidos a él, Maestro y Señor” (Benedicto XVI).
Recorrer, misionar, no consiste en imponer o presionar. “La Iglesia
crece no por proselitismo sino “por atracción”: como Cristo; propone al hombre
“la verdad que nos hace libres” debiendo atraer todo así con la fuerza del
amor”. (Cf. DA 159)
b)
“Proclamar”
“No hay otro nombre dado a los hombres por el cual podamos salvarnos, sino en el nombre de Jesús de
Nazaret.” (Cf. Hch 4,12)
Nunca como en este tiempo se han multiplicado palabras, escritos,
opiniones y propuestas, pero también es cierto que nunca antes la confusión y la desorientación han copado las conciencias, las familias y
las instituciones, dejándonos como un
barco a la deriva…
Es urgente volver a proclamar el
kerigma, porque sin Jesucristo la
vida no cierra, sin El, no hay futuro; el hombre no sabe quien es y cual es su
destino.
Urge proclamar a Jesús, el Crucificado-Resucitado, porque El es
el Emmanuel, Dios con nosotros; la plenitud de la Revelación, la “perla
preciosa” (Cf. Mt 13,45-46). Con el apóstol Pedro queremos decir: “Señor
a quien iremos ¡Sólo tú tienes palabras
de vida eterna! (Jn 6,68)
En Porta Fidei nos dice el Papa: “Deseamos que este Año suscite en todo creyente la
aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y
esperanza. No por casualidad los cristianos en los primeros siglos estaban
obligados a aprender de memoria el Credo.
Esto les servía como oración cotidiana para no olvidar el compromiso con el
bautismo.” (PF 9)
c) “Enseñar”
Vivimos una época de grandes y
valiosos avances científicos y
tecnológicos, pero es indudable que los mismos no son suficientes para ofrecer al
hombre el sentido pleno de la vida. El
“eclipse” de Dios, decía el Beato Juan
Pablo II, ha oscurecido la Verdad, y sin verdad no hay valores, no hay futuro…”Los
desiertos exteriores crecen donde crecen los desiertos interiores” (Benedicto
XVI).
Es necesario enseñar la verdad
para enseñar a vivir.
Para eso vino Jesús del Hogar de la Trinidad. Para eso nos dejó la “hoja de
ruta”: El Evangelio,
fuente de la verdadera sabiduría. En el no encontramos opiniones sujetas al
vaivén de los consensos, de las encuestas o
modas; por eso no hay negociaciones con la Palabra de Dios ni se puede
creer y al mismo tiempo no creer. Jesús propone certezas, para que nadie viva en
vano, para edificar sobre roca, para que nuestra esperanza sea cierta. Asimismo,
esta única revelación de Dios en Jesucristo ha sido confiada a la Iglesia quien a través de su Magisterio custodia
este “depósito” de la fe, lo profundiza
y enseña, iluminando la vida de los hombres en sus diversas circunstancias a
los largo de la historia. Sería muy recomendable leer y asimilar los documentos
del Concilio Vaticano II
(1962-1965), como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la
Tradición de la Iglesia.
c)
“Sanar”
Si al borde de los caminos de
la vida nos encontramos con muchos
niños, jóvenes, adultos y ancianos
heridos en su dignidad a causa de la
disgregación familiar, la violencia, los abusos, la pobreza, la explotación, las adicciones, la
injusticia social, el relativismo moral…“sanar”, a imitación de Jesús, el Buen
Samaritano, será inclinarnos ante cada
uno de ellos sin distinción, para
ofrecer “el aceite del consuelo y
el vino de la esperanza”, es entrar en la dinámica del servicio, con el
imperativo de hacernos prójimos, especialmente con el que sufre,
ayudando a generar una sociedad sin excluidos. “La Iglesia no puede
separar la alabanza de Dios del servicio de los hombres. El único Dios
Padre y Creador es el que nos ha constituido hermanos: ser hombre es ser
hermano y guardián del prójimo”. (Benedicto XVI, México, marzo 2012)
Hermanos queridos: este estilo, más que grandes planificaciones y
estructuras exige hombres y mujeres nuevos, renovados por la novedad del Evangelio
como discípulos de Jesucristo y misioneros de su Reino.
¡Todos necesitamos recomenzar desde Cristo! ¡Todos necesitamos aprender
de él y adquirir los sentimientos de su
corazón! ¡Todos tenemos que permitirle a Dios la posibilidad de seguir siendo
convertidos por él!
Por tal motivo vuelvo a proponer las tres actitudes prioritarias, destacadas por Comisión Permanente del Episcopado (7/03/12)
que deben marcar nuestro estilo pastoral de discípulos misioneros, las cuales tienen su fuente en el estilo evangelizador de
Jesús.
La alegría: es la puerta para el anuncio de la Buena
Noticia y también la consecuencia de vivir la fe. Como don de Dios, la alegría surge naturalmente del encuentro personal con
el Resucitado. Es fundamental en este tiempo que los agentes de pastoral
expresemos con nuestro testimonio de vida, la alegría de creer en Cristo, de
ser sus amigos, amados y llamados por él,
depositarios y testigos de la Verdad que nos hace libres, herederos de
la vida que no tiene fin.
El entusiasmo: palabra que significa “que lleva un dios
dentro”. Es la experiencia de un Dios activo dentro de nosotros, para ser
guiados por su fuerza y sabiduría. Se manifiesta como fervor, audacia y empeño.
Se opone al desaliento, al desinterés, a la apatía y frialdad. El “Dios
activo dentro” de nosotros es el regalo que nos hizo Jesús en
Pentecostés, es el don del Santo
Espíritu. ¡Necesitamos un nuevo
Pentecostés!
La cercanía: El Dios de Jesús se revela como Dios cercano y
amigo del hombre. El estilo de Jesús se distingue por la sencillez y la
familiaridad. La misión por tanto es relación y se despliega a través de la
cercanía, el respeto, la delicadeza. La misión es básicamente un sí a todo
aquello que hay de digno, bueno, verdadero, bello y noble en la persona humana.
La Iglesia es básicamente un sí, ¡no un
no!
Es verdad que nuestra
diócesis es un “pequeño rebaño” y que son grandes los desafíos que debemos afrontar, pero al
pequeño rebaño Jesús le dice “no tengas miedo”; por eso queremos
llevar a cabo este servicio con alegría y esperanza. Una certeza nos sostiene: es
el Señor el que nos llama y envía. El nos ha dicho “Estaré siempre con ustedes” (Mt
28,20). Por eso, como los apóstoles, también nosotros le decimos: “Señor,
confiando en tu palabra, tiraremos las redes”.
Encomendemos a la Madre de Dios, proclamada “bienaventurada porque ha creído”
(Lc 1,45), este tiempo de gracia.
+ Damián Santiago, Obispo
Iglesia Catedral, Oberá, 11 de octubre de 2012
Nota
La presente Carta Pastoral contiene diversas enseñanzas de Benedicto XVI.
Además he citado al Beato Juan Pablo II; los Documentos Porta Fidei; Aparecida; Carta Pastoral de la Comisión
Permanente de la CEA; Homilía Inicio de Ministerio pastoral en Oberá
(04-12-2010) y Homilía Misa Crismal en Oberá (2012)
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