I. Introducción
La palabra
“Adviento” significa “venida”. La Iglesia da este nombre a las cuatro semanas que
preceden a la Solemnidad de la Navidad y que nos ayudan a prepararnos de
corazón para festejar la “encarnación del Hijo de Dios” o el “Cumpleaños de
Jesús”.
1. Un tiempo diferente
Una de las primeras preocupaciones que debemos tener al
empezar el tiempo del Adviento, es lograr una clara conciencia que empieza un
tiempo distinto a las semanas que lo han precedido. Por tanto subrayar el
cambio de tonalidad de estos días dará vitalidad a las celebraciones, ayudará a
redescubrir matices importantes y quizá un tanto olvidados de la vida cristiana
e incluso podrá servir para alejar la rutina de unas celebraciones siempre idénticas,
o por lo menos, muy parecidas. Para despertar la novedad del Adviento será muy
importante:
-
Cuidar los detalles externos (ambientación del lugar, cantos, etc.).
-
Recalcar los diferentes enfoques de las lecturas (en estos días prácticamente no hay lectura
continua).
-
Y subrayar los contenidos de los textos eucológicos (oraciones presidenciales, prefacios).
2. Sentido del Adviento
El Adviento es fundamentalmente el tiempo de la venida del
Señor. Eso significa la palabra latina “adventus”: venida, advenimiento.
Una palabra que se aplicaba especialmente a la llegada de algún personaje
importante, y que ahora nosotros dedicamos al Señor Jesús, el único Salvador
del mundo, ayer,
hoy y siempre; principio y fin de la historia.
hoy y siempre; principio y fin de la historia.
El Santo Padre Benedicto XVI explica muy bien el sentido
cristiano y la exigencia espiritual de la palabra “adventus” al decirnos: “la palabra latina «adventus» se refiere a
la venida de Cristo y pone en primer plano el movimiento de Dios hacia la
humanidad, al que cada uno está llamado a responder con la apertura, la espera,
la búsqueda y la adhesión. Y al igual que Dios es soberanamente libre al
revelarse y entregarse, porque sólo lo mueve el amor, también la persona humana
es libre al dar su asentimiento, aunque tenga la obligación de darlo: Dios
espera una respuesta de amor. Durante estos días la liturgia nos presenta como
modelo perfecto de esa respuesta a la Virgen María, a quien el próximo 8 de
diciembre contemplaremos en el misterio de la Inmaculada Concepción” (S.S. Benedicto XVI, Ángelus, 4-XII-05)
El tiempo litúrgico del Adviento es pues el tiempo de la
espera de la acción divina, la espera del gesto de Dios que viene hacia
nosotros y que reclama nuestra acogida de fe y amor. Es con el Antiguo
Testamento, San Juan el Bautista, San José, y Santa María, la preparación de la
venida del Señor Jesús.
Nuestra espera en el Adviento, no es la espera de los
hombres y mujeres de la Antigua Alianza que no habían recibido aún al Salvador.
Nosotros ya hemos conocido su venida hace dos mil años en Belén. Pero la venida
histórica del Señor Jesús en la humildad de nuestra carne, deja en nosotros el
anhelo de una venida más plena. Por eso decimos que el Adviento celebra una
triple venida del Señor:
- En primer lugar, la histórica, cuando
asumió nuestra carne y nació de Santa María siempre Virgen.
-
En segundo lugar, la que se realiza en nuestra
existencia personal, iniciada por el Bautismo y continuada en los sacramentos,
especialmente en la Eucaristía, donde está real y sustancialmente presente. También
el Señor viene a nosotros en los sucesos de cada día, en los acontecimientos de
la historia y manifiesta así que la vida cristiana es permanente Adviento o
venida suya a nuestras vidas, lo que exige nuestra acogida de fe y nuestra
cooperación activa desde nuestra libertad.
-
Y en tercer lugar, la venida definitiva o escatológica,
al final de los tiempos, cuando el Señor Jesús instaure definitivamente el
Reino de Dios.
Todo esto lo celebramos en el Adviento gradualmente: los
primeros días la atención se dirige hacia la venida definitiva al final de los
tiempos, con la llamada a la vigilancia para estar bien dispuestos. Luego, nos
centramos más en la venida cotidiana, que vemos marcada por los anuncios del
precursor, San Juan el Bautista, y su invitación a preparar los caminos del
Señor. Finalmente, a partir del día 17 de Diciembre, nuestra mirada se dirige
de lleno a preparar la solemnidad de la Navidad, a conmemorar el nacimiento del
Señor Jesús en Belén, su primera venida, acompañados de la presencia maternal y
amorosa de Santa María y de su castísimo esposo, San José. Y todo ello
acompañados a lo largo de todo el Adviento por los oráculos de Isaías y de los
demás profetas, que nos hacen vivir en actitud de gozosa espera.
Gloria: no se canta el gloria
para darle realce la Nochebuena y el día de Navidad.
Color: es un morado más claro que el de cuaresma
(preferentemente) ya que indica proceso de conversión pero también “esperanza y
confianza en Dios”
Cantos: deben ser los propios de este tiempo. En nuestro libro
de canto hay propios de este tiempo ADVIENTO. Y hay otros como : “A casa de
Zacarías” (Nº 800), “Ave María, traes al mundo el amor” (Nº 803); “El ángel
vino de os cielos” (Nº 811); (Otros cantos Nº 529, 531, 816, 819, 823, 830, 841, 842)
Corona de Adviento: Es uno de los signos más expresivos del
Adviento. También se la conoce como “Corona de luces de Adviento”. Ella expresa
la alegría propia de este tiempo de espera. Está confeccionada con ramas
verdes, preferentemente de ciprés, pero sin flores (por razón de la austeridad del
Adviento), aunque en ella se pueden colocar algunos adornos. En la Corona se
colocan cuatro cirios que pueden ser de colores vistosos.
Éstos se encienden sucesivamente, cada domingo en la Misa
después del saludo litúrgico del celebrante y antes del acto penitencial,
mientras se entona un canto apropiado. Cada domingo los cirios pueden ser
encendidos por diferentes tipos de personas, por ejemplo el primer domingo un
niño, el segundo un joven, el tercer domingo un matrimonio, y el cuarto domingo
un consagrado o consagrada.
El encender, semana tras semana, los cirios de la Corona
manifiesta la ascensión gradual hacia la plenitud de la luz de la Navidad. El
color verde de la Corona significa la vida y la esperanza. La Corona de
Adviento, es pues, un símbolo de que la luz y la vida (símbolos del Señor
Jesús) triunfarán sobre las tinieblas y la muerte. Tiene tradicionalmente forma
de corona porque el que viene a nosotros es nuestro Rey, el Señor de la
historia, el alfa y el omega, el principio y el fin.
Si la disposición de la iglesia hace difícil una colocación
de la Corona que resulte estética, los cuatros cirios podrían ser colocados de
otra manera que resulte bella y festiva, por ejemplo, a la manera de un centro
de mesa o sobre un tronco cubierto de ramas verdes. Nunca se deberá colocar la
Corona sobre el altar o delante de él tapándolo. El lugar más aconsejable para
ubicarla es al costado del ambón de la Palabra.
Una vez concluido el Adviento, las ramas verdes de la
Corona, pueden ponerse en el nacimiento debajo de la imagen del Niño Dios para
simbolizar que nuestra espera ha dado su fruto y que el Señor cumple siempre
con sus promesas. De ahí que la esperanza puesta en Él no defrauda.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
COMENTARIOS DE NUESTROS LECTORES