La fiesta de San José Obrero, que celebraremos el día 1°
de mayo, nos conecta directamente con la realidad del trabajo. Es una buena
ocasión para meditar sobre la espiritualidad que conlleva esta tarea humana de
cada día.
San José, que, como nos dice el evangelio, era un judío
justo (cf. Mt 1,19 ), seguramente participaba de la espiritualidad y valoración
del trabajo propia del pueblo judío. Esta consideración del trabajo se
basa en las palabras del Génesis:“Yavé Dios tomó al hombre y lo puso en el
jardín de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara.” (Gén 2, 15)
Toda obra humana sobre la creación, cultivando y
cuidando, es una continuación de la obra creadora de Dios. Con su trabajo, el
ser humano hace brotar de las cosas toda su utilidad y belleza. Un tronco que
estaba en medio de un bosque pasa a ser una mesa donde una familia se reúne. La
lana de una oveja se convierte en un hermoso tejido que abriga. El trabajo
humano es el que realiza este proceso de transformación, y así el hombre y la
mujer ejercen sobre el mundo el señorío que Dios les ha confiado. Por eso dice
la espiritualidad judía que trabajar es “perfeccionar el mundo” (en hebreo,
tikum olam), porque es hacer que surja de las cosas creadas la luz que Dios ha
puesto en ellas. Desde esta perspectiva, no hay ningún trabajo, por más pequeño
que