Queridos hermanos y hermanas:
El Credo, que comienza calificando a Dios como "Padre
Todopoderoso", como ya meditamos la semana pasada, añade luego que Él es
"el Creador del cielo y de la tierra", y así retoma la afirmación con
la que empieza la Biblia. En el primer versículo de la Sagrada Escritura, se
lee, en efecto, como hemos escuchado: "Al principio Dios creó el cielo y
la tierra" (Génesis 1,1): es Dios el origen de todas las cosas y en la
belleza de la creación se despliega su omnipotencia de Padre amoroso.
Dios se manifiesta como Padre en la creación, como origen de la vida,
y, al crear, muestra su omnipotencia. Las imágenes utilizadas por la Sagrada
Escritura a este respecto son muy sugestivas (cf. Is 40,12, 45,18, 48,13,
Salmos 104,2.5, 135,7, Pr 8, 27-29). Él, como Padre bueno y poderoso, cuida
todo lo que ha creado con un amor y una fidelidad que nunca faltan (cf. Sal
57,11, 108,5, 36,6). Repiten los Salmos. De este modo, la creación se convierte
en un lugar donde conocer y reconocer la omnipotencia de Dios y su bondad, y se
convierte en una llamada a la fe de nosotros los creyentes para que proclamemos
a Dios como Creador. "Por la fe - escribe el autor de la Carta a los
Hebreos - comprendemos que la Palabra de Dios formó el mundo, de manera que lo
visible proviene de lo invisible " (11,3). La fe implica pues saber
reconocer lo invisible, reconociendo su huella en el mundo visible. El creyente
puede leer el gran libro de la naturaleza y comprender su lenguaje; el universo
nos habla de Dios, pero es necesaria su Palabra de revelación, que suscita la
fe, para que el hombre pueda alcanzar la plena conciencia de la realidad de
Dios como Creador y Padre.
Es en el libro de la Sagrada Escritura donde la inteligencia humana
puede encontrar, a la luz de la fe, la clave interpretativa para comprender el
mundo. En particular, tiene un lugar especial el primer capítulo del Génesis,
con la presentación solemne de la obra creadora divina, que se despliega a lo
largo de siete días: en seis días Dios lleva a término la creación y el séptimo
día, el sábado, deja toda actividad y descansa. Día de libertad para todos, día
de la comunión con Dios y así, con esta imagen, el Libro del Génesis nos indica
que el primer anhelo de Dios era el de encontrar un amor que respondiera a su
amor. Y el segundo, el de crear un mundo material donde colocar este amor, a
estas criaturas que libremente le respondan.
Esta estructura hace que el texto esté marcado por algunas repeticiones
significativas. Durante seis veces, por ejemplo, se repite la frase: "Y
Dios vio que era bueno" (vv. 4.10.12.18.21.25) y, finalmente, la séptima
vez, después de la creación del hombre: "Dios miró todo lo que había
hecho, y vio que era muy bueno "(v. 31). Todo lo que Dios crea es bello y
bueno, impregnado de sabiduría y de amor; la acción creadora de Dios pone
orden, infunde armonía, dona belleza.
En el relato del Génesis emerge luego que el Señor crea en su palabra:
durante diez veces se lee en el texto, el término "dijo Dios" (vv.
3.6.9.11.14.20.24.26.28.29), es la palabra, el logos de Dios el origen de la
realidad del mundo, al decir ‘Dios dijo’ subraya el poder eficaz de la Palabra
divina. Así canta el Salmista: ‘La palabra del Señor hizo el cielo, y el
aliento de su boca, los ejércitos celestiales... porque él lo dijo, y el mundo
existió, él dio una orden, y todo subsiste’. La vida surge y el mundo existe
porque todo obedece a la Palabra divina.
Pero nuestra pregunta hoy es ¿tiene sentido, en la era de la ciencia y
de la técnica, seguir hablando de la creación? ¿Cómo debemos comprender la
narración del Génesis?
La Biblia no quiere ser un manual de ciencias naturales; lo que sí
quiere es hacer comprender la verdad auténtica y profunda de las cosas. La
verdad fundamental, que las narraciones del Génesis, nos desvelan es que el
mundo no es un conjunto de fuerzas contrastantes entre sí, sino que tiene su
origen y su estabilidad en el Logos, en la Razón eterna de Dios, que continúa
sosteniendo el universo. Hay un diseño sobre el mundo que nace de esta Razón,
del Espíritu creador. Creer que en la base de todo hay esto, ilumina cada
aspecto de la existencia y da la valentía necesaria para afrontar con confianza
y con esperanza la aventura de la vida.
Por lo tanto la Escritura nos dice que el origen de la existencia del
mundo, y de la nuestra no es lo irracional y la necesidad, sino la razón, el
amor y la libertad. Ésta es la alternativa: o prioridad de lo irracional y de
la necesidad, o prioridad de la razón, de la libertad, del amor. Nosotros
creemos en esta posición.
Pero me gustaría decir unas palabras sobre lo que es el culmen de todo
lo creado: El hombre y la mujer, el ser humano, el único "capaz de conocer
y amar a su Creador" (Constitución Pastoral Gaudium et Spes, 12). El
salmista mirando los cielos se pregunta: " Al ver el cielo, obra de tus
manos, la luna y la estrellas que has creado: ¿qué es el hombre para que
pienses en él, el ser humano para que lo cuides?"(8,4 a 5). El ser humano,
creado con amor por Dios, es algo muy pequeño ante la inmensidad del universo;
a veces, mirando fascinados los espacios enormes del firmamento, también
nosotros percibimos nuestro ser limitados. El ser humano está habitado por esta
paradoja: nuestra pequeñez y caducidad conviven con la grandeza de lo que el
amor eterno de Dios ha querido para nosotros.
Los relatos de la creación en el Libro del Génesis también nos
introducen en este misterioso ámbito, ayudándonos a conocer el plan de Dios
para el hombre. En primer lugar afirmando que Dios formó al hombre del polvo de
la tierra (cf. Gn 2:7). Esto significa que no somos Dios, no nos hemos hecho
solos, somos tierra; pero también significa que somos la buena tierra, a través
de la obra del Creador bueno. A esto se suma otra realidad fundamental: todos
los seres humanos son polvo, más allá de las distinciones hechas por la cultura
y la historia, más allá de cualquier diferencia social; somos una única
humanidad plasmada con la sola tierra de Dios. Hay también un segundo elemento:
el ser humano se origina porque Dios sopla el aliento de vida en el cuerpo
moldeado por la tierra (cf. Gn 2:7). El ser humano está hecho a imagen y
semejanza de Dios (cf. Gn 1:26-27). «Todos, entonces, llevamos en nosotros el
aliento vital de Dios y cada vida humana – nos dice la Biblia – está bajo la
particular protección de Dios. Ésta es la razón más profunda de la
inviolabilidad de la dignidad humana, contra toda tentación de evaluar a la
persona según criterios utilitaristas y de poder». Ser a imagen y semejanza de
Dios indica que el hombre no está encerrado en sí mismo, sino que tiene una
referencia esencial en Dios.
En los primeros capítulos del Libro del Génesis encontramos dos
imágenes significativas: el jardín con el árbol del conocimiento del bien y del
mal y la serpiente (cf. 2:15-17; 3,1-5). El jardín nos dice que la realidad en
la que Dios ha puesto al ser humano no es un bosque salvaje, sino un lugar que
protege, nutre y sustenta; y el hombre debe reconocer el mundo no como
propiedad para ser saqueada y explotada, sino como don del Creador, signo de su
voluntad salvífica, un don que ha de cultivar y cuidar, hacer crecer y
desarrollar con respeto, en armonía, siguiendo los ritmos y la lógica, de acuerdo
con el plan de Dios (cf. Gn 2,8-15).
La serpiente es una figura que viene de los cultos orientales de la
fecundidad, que tanto fascinaban a Israel y que eran una constante tentación
para abandonar la misteriosa alianza con Dios. A la luz de esto, la Sagrada
Escritura presenta la tentación a la que vienen sometidos Adán y Eva como el
núcleo de la tentación y el pecado. ¿Qué dice la serpiente? No niega a Dios,
pero insinúa una falsa pregunta: "¿Así que Dios les ordenó que no comieran
de ningún árbol del jardín?».(Génesis 3:1). De esta manera, la serpiente
suscita la sospecha de que la alianza con Dios es como una cadena que ata, que
priva de la libertad y de las cosas más bellas y preciosas de la vida.
La tentación invita a construirse el propio mundo en el que vivir, no
acepta las limitaciones del ser criatura, los límites del bien y del mal, de la
moral; la dependencia del amor del Dios Creador es vista como una carga de la
que liberarse. Éste es siempre el núcleo de la tentación. Pero cuando se distorsiona
la relación con Dios, poniéndose en su lugar, todas las demás relaciones se
alteran. Entonces, el otro se convierte en un rival, en una amenaza: Adán,
después de haber sucumbido a la tentación, acusa de inmediato a Eva (cf. Gn
3:12), y los dos se ocultan de la vista de aquel Dios con quien hablaban con
amistad (ver 3.8 - 10); el mundo ya no es el jardín para vivir en armonía, sino
un lugar para ser explotado y lleno de insidias ocultas (cf. 3:14-19), la
envidia y el odio hacia el otro entran en el corazón del hombre: ejemplar es
Caín que mata a su propio hermano Abel (cf. 4,3-9). Yendo contra su Creador, en
realidad el hombre va en contra de sí mismo, reniega su origen y por lo tanto
su verdad; y el mal entra en el mundo, con su triste cadena de dolor y de
muerte. Y si todo lo que había creado Dios era bueno, muy bueno, después de
esta libre decisión del hombre, de mentir contra la verdad, el mal entra en el
mundo.
De los relatos de la creación, me gustaría destacar una última
enseñanza: el pecado engendra el pecado y todos los pecados de la historia
están interrelacionados. Este aspecto nos lleva a hablar de lo que ha sido
llamado el "pecado original". ¿Cuál es el significado de esta
realidad, difícil de entender? Quisiera sólo dar algún elemento. En primer
lugar, debemos tener en cuenta que ningún hombre está encerrado en sí mismo,
nadie puede vivir de sí mismo y para sí mismo; nosotros recibimos la vida del
otro y no sólo en el nacimiento, sino todos los días. El ser humano es
relación: Yo soy yo mismo solo en el tú y a través del tú, en la relación de
amor con el Tú de Dios y el tú de los otros. Pues bien, el pecado perturba o
destruye la relación con Dios, su presencia destruye la relación con Dios, la
relación fundamental, toma el lugar de Dios.
El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que con el primer pecado el
hombre ‘hizo elección de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su
estado de criatura y, por tanto, contra su propio bien’ (n. 398). Perturbada la
relación fundamental, son puestos en peligro o destruidos también los otros
polos de la relación, el pecado arruina las relaciones, así lo destruye todo,
porque nosotros somos relación.
Ahora bien, si la estructura relacional de la humanidad viene malograda
desde el principio, todo hombre entra en un mundo marcado por esta alteración
de las relaciones, entra en un mundo perturbado por el pecado, que le marca
personalmente; el pecado inicial daña y hiere la naturaleza humana (cf.
Catecismo de la Iglesia Católica, 404-406). Y el hombre, por sí solo, no puede
salir de esta situación; sólo el Creador puede restaurar las justas relaciones.
Sólo si Aquel, del que nos hemos desviado, viene hacia nosotros y nos tiende la
mano con amor, las justas relaciones pueden reanudarse. Esto se realiza en
Jesucristo, que cumple exactamente el recorrido inverso al de Adán, como
describe el himno del segundo capítulo de la Epístola de San Pablo a los
Filipenses (2:5-11): mientras que Adán no reconoce su ser criatura y quiere
ponerse en el lugar de Dios, Jesús, el Hijo de Dios, está en una perfecta
relación filial con el Padre, se abaja, se convierte en el siervo, recorre el
camino del amor humillándose hasta la muerte en la cruz, para reordenar las
relaciones con Dios. La Cruz de Cristo se convierte así en el nuevo Árbol de la
vida.
Queridos hermanos y hermanas, vivir la fe quiere decir reconocer la
grandeza de Dios y aceptar nuestra pequeñez, nuestra condición de criaturas
dejando que el Señor la colme con su amor y así crezca nuestra verdadera
grandeza. El mal, con su carga de dolor y de sufrimiento, es un misterio que
queda iluminado por la luz de la fe, que nos da la certeza de poder ser
liberados de él, la certeza de que es bueno ser hombre.
(El Papa ha dicho en español:)
Queridos hermanos y hermanas:
El Credo llama a Dios «Padre todopoderoso», y añade que es «Creador del
cielo y de la tierra», como se dice al inicio de la Escritura: «Al principio
creó Dios el cielo y la tierra». Dios es Padre en cuanto origen de la vida y,
al crear, muestra su omnipotencia. Dios pone orden, armonía y belleza en todas
las cosas, y no deja de su mano a sus criaturas.
Así, el mundo creado muestra vestigios de la acción divina, bondadosa y
cercana, que permiten vislumbrar la profunda verdad de la creación y el amor de
que está impregnada, más allá de un examen meramente fáctico. Por la
revelación, el creyente puede leer en el gran libro de la naturaleza quién es
Dios como Creador y Padre.
La cumbre de la creación es el hombre y la mujer, el ser humano: un ser
pequeño respecto a la inmensidad del universo, pero el único que ha sido hecho
«a imagen de Dios», capaz de entender la sabiduría de su obra, reconociendo y
alabando a través de ella al Creador. Por eso goza de la especial protección de
Dios, que fundamenta la inviolabilidad de la dignidad humana, frente a la
tentación de ver en las personas simples objetos inanimados para la propia
utilidad.
Benedicto XVI
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