Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la
creación sea nuestra propiedad, una posesión que podemos explotar a nuestro
agrado y de la cual no debemos dar cuenta a nadie. En el pasaje de la Carta a
los Romanos (8,19-27) del cual hemos apenas escuchado una parte, el Apóstol
Pablo nos recuerda en cambio que la creación es un don maravilloso que Dios ha
puesto en nuestras manos, para que podamos entrar en relación con Él y podamos
reconocer la huella de su designio de amor, a cuya realización estamos llamados
todos a colaborar, día a día.
Pero cuando se deja llevar por el egoísmo, el ser humano
termina por destruir incluso las cosas más bellas que le han sido confiadas.
Sucedió también así con la creación.
Pensemos en el agua. El agua es una cosa bellísima y muy
importante; el agua nos da la vida, nos ayuda en todo. Pero al explotar los
minerales se contamina el agua, se ensucia la creación y se
destruye la
creación. Este es sólo un ejemplo. Existen otros.
Con la experiencia trágica del pecado, rota la comunión
con Dios, hemos infringido la originaria comunión con todo aquello que nos
rodea y hemos terminado por corromper la creación, haciéndola así esclava,
sometida a nuestra caducidad. Y lamentablemente la consecuencia de todo esto
está dramáticamente ante nuestros ojos, cada día.
Cuando rompe la comunión con Dios, el hombre pierde su
propia belleza originaria y termina por desfigurar alrededor de sí cada cosa; y
donde todo antes hablaba del Padre Creador y de su amor infinito, ahora lleva
el signo triste y desolado del orgullo y de la voracidad humana. El orgullo
humano explotando la creación, destruye. El Señor entretanto no nos deja solos
y también ante este escenario desolador nos ofrece una perspectiva nueva de
liberación, de salvación universal.
Es aquello lo que Pablo pone en evidencia con alegría,
invitándonos a poner atención a los gemidos de la entera creación. Los gemidos
de la entera creación. Expresión fuerte.
Si ponemos atención, de hecho, alrededor nuestro todo
clama: clama la misma creación, clamamos nosotros los seres humanos y clama el
Espíritu dentro de nosotros, en nuestro corazón. Ahora, estos clamores no son
un lamento estéril, desconsolado, sino –como precisa el Apóstol– son los
gemidos de una parturienta; son los gemidos de quien sufre, pero sabe que está
por venir a la luz una nueva vida. Y en nuestro caso es de verdad así.
Nosotros estamos todavía luchando con las consecuencias
de nuestro pecado y todo, alrededor nuestro, lleva todavía el signo de nuestras
debilidades, de nuestras faltas, de nuestras cerrazones. Pero, al mismo tiempo,
sabemos de haber sido salvados por el Señor y ya se nos es dado contemplar y
pregustar en nosotros y en lo que nos rodea los signos de la Resurrección, de
la Pascua, que opera una nueva creación.
Este es el contenido de nuestra esperanza. El cristiano
no vive fuera del mundo, sabe reconocer en la propia vida y en lo que lo
circunda, los signos del mal, del egoísmo y del pecado.
Es solidario con quien sufre, con quien llora, con quien
es marginado, con quien se siente desesperado. Pero, al mismo tiempo, el
cristiano ha aprendido a leer todo esto con los ojos de la Pascua, con los ojos
del Cristo Resucitado. Y entonces sabe que estamos viviendo el tiempo de la
espera, el tiempo de un deseo que va más allá del presente, el tiempo del
cumplimiento.
En la esperanza sabemos que el Señor quiere sanar definitivamente
con su misericordia los corazones heridos y humillados y todo lo que el hombre
ha deformado en su impiedad, y que de este modo Él regenerará un mundo nuevo y
una humanidad nueva, finalmente reconciliada en su amor.
Cuantas veces nosotros cristianos estamos tentados por la
desilusión, por el pesimismo… A veces nos dejamos llevar por el lamento inútil,
o quizás nos quedamos sin palabras y no sabemos ni siquiera que cosa pedir, que
cosa esperar… Pero una vez más viene en nuestra ayuda el Espíritu Santo,
respiro de nuestra esperanza, el cual mantiene vivo el clamor y la espera de
nuestro corazón.
El Espíritu ve por nosotros más allá de las apariencias
negativas del presente y nos revela ya ahora los cielos nuevos y la tierra
nueva que el Señor está preparando para la humanidad. Gracias.
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