Bienaventurado el evangelizador que ha escuchado la “llamada
del Señor” y le ha dicho que sí.
Bienaventurado el evangelizador que invoca al Espíritu
Santo para que ponga en sus labios las palabras justas, la Palabra de Dios que
necesita escuchar la persona a la que evangeliza
Bienaventurado el evangelizador que está atento a la Voz
del Señor que le habla en su Palabra pero también en el clamor de su pueblo.
Bienaventurado el evangelizador que se sabe necesitado de
la vida comunitaria porque en ella se
conoce y ama, conoce y aprende a amar a
sus hermanos y conoce y ama al Dios que anuncia.
Bienaventurado el evangelizador que anuncia la Buena
Noticia a tiempo y destiempo.
Bienaventurado el evangelizador que es anuncio de Buena
Noticia con su propia vida.
Bienaventurado el evangelizador que hace de la
misericordia un modo de vida y contagia a los que lo rodean.
Bienaventurado el evangelizador que se sabe instrumento
de Dios, atento para hablar y también para callar en el momento justo.
Bienaventurado el evangelizador que practica la misericordia
cuidando a la hermana naturaleza e invitando a los demás a amarla y respetarla
como mensajera del amor de Dios.
Bienaventurado el evangelizador que se sabe necesitado de
ser evangelizado, porque sólo con actitud de discípulo podrá seguir
evangelizando.
Bienaventurado el evangelizador que pone a Cristo como centro de su mensaje y al Misterio Pascual como el gran signo y gesto del inmenso amor de Dios.
Bienaventurado el evangelizador que ha hecho de María su madre, intercesora, inspiración y guía al dejar que resuene en su corazón las palabras de las bodas de Caná: "hagan todo lo que Él les diga"
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