“La Trinidad” es el término empleado para designar la
doctrina central de la religión cristiana: la verdad de que en la unidad de la
Divinidad, hay Tres Personas, el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo, que son
verdaderamente distintas una de la otra.
De este modo, en palabras del Credo de Atanasio: "El
Padre es Dios, el Hijo es Dios, y el Espíritu Santo es Dios, y, sin embargo, no
hay tres Dioses sino uno solo". En esta Trinidad de Personas, el Hijo es
engendrado del Padre por una generación eterna, y el Espíritu Santo procede por
una procesión eterna del Padre y el Hijo. Sin embargo, y a pesar de esta
diferencia en cuanto al origen, las Personas son co-eternas y co-iguales: todos
semejantes no creados y omnipotentes. Esto, enseña la Iglesia, es la revelación
respecto a la naturaleza de Dios que Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a la
tierra a entregarle al mundo, y la que la Iglesia propone al hombre como el
fundamento de todo su sistema dogmático.
En la Escritura, aún no hay ningún término por el cual
las Tres Personas Divinas sean designadas juntas. La palabra trias (de la cual
su traducción latina es trinitas) fue primeramente encontrada en Teófilo de
Antioquía (c. 180 d.C.). El habla de "la Trinidad de Dios (el Padre), el
Verbo y su
Sabiduría ("Ad. Autol.", II, 15, P.G. VI, 78). El término,
por supuesto, pudo haber sido usado antes de su tiempo. Más tarde aparece en su
forma en latín de trinitas en Tertuliano ("De pud". C. XXI). En el
siglo siguiente la palabra fue de uso general. Se encuentra en muchos pasajes
de Orígenes ("In Ps. XVII", 15). El primer credo en el cual aparece
es en el del discípulo de Orígenes, San Gregorio Taumaturgo. En su Ekthesis tes
pisteos compuesta entre los años 260 and 270, escribe:
“Por lo tanto, no hay nada creado, nada sujeto a otro en
la Trinidad; ni tampoco hay nada que haya sido añadido como si alguna vez no
hubiese existido, sino que ingresó luego. Por lo tanto, el Padre nunca ha
estado sin el Hijo, ni el Hijo sin el Espíritu, y esta misma Trinidad es
inmutable e inalterable por siempre.” (P.G., X, 986).
Es evidente que un dogma tan misterioso presupone una
revelación Divina. Cuando el hecho de la revelación, entendido en su sentido
pleno como el discurso de Dios al hombre, ya no es aceptado, el rechazo a la
doctrina le sigue como consecuencia necesaria. Por esta razón no tiene lugar en
el protestantismo liberal de hoy día. Los escritores de esta escuela sostienen
que la doctrina de la Trinidad, según profesada por la Iglesia, no aparece en
el Nuevo Testamento, sino que fue formulada por primera vez en el siglo II, y
que recibió su aprobación final en el siglo IV, como resultado de las
controversias arrianas y macedonias. En vista de esta afirmación es necesario
considerar con algún detalle la evidencia ofrecida por las Sagradas Escrituras.
Recientemente se han hecho algunos intentos por aplicar las teorías más
extremas de la religión comparada a la doctrina de la Trinidad, y por
explicarla mediante una ley imaginaria de la naturaleza que urge a los hombres
a agrupar los objetos de su culto en grupos de tres. Parece innecesario dar más
de una referencia a estas opiniones extravagantes, que los pensadores serios de
cada escuela rechazan como carentes de fundamento.
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