Damián
Bitar, Obispo de Oberá
Sin
entrar en discusiones técnicas, muchos economistas afirman que si Argentina
entra en default, esta situación, entre otras cosas detiene la llegada de
capitales, las inversiones, la generación de puestos de trabajo, etc.
Sin
embargo, no es acerca de este default al que deseo referirme, sino a otro mucho
más complejo y nocivo: el default ético que azota nuestro país y gran parte de
las naciones de la tierra. Conocemos algunos de sus dolorosos efectos: la
corrupción generalizada, las desigualdades sociales, la explotación y descarte
de personas (abortos, abusos, trata, etc.), la crispación social y la
violencia, el crecimiento de la criminalidad, el avance del narcotráfico y el
consumo de drogas, la impunidad y la mentira; la “emergencia educativa”, el
“caos afectivo-sexual”, el quiebre de la institución familiar, la
situación de
miles de jóvenes “ni ni” (ni estudian ni trabajan)… son un muestreo de una
sociedad en estado de “default”, del que -está demostrado-, no saldremos sólo
con declaraciones, discursos, reuniones, congresos o elecciones. Urge una
verdadera revolución. ¡Una revolución moral!
Decía
al respecto el Papa Benedicto XVI: “En un tiempo de bonanza en cuanto a
posibilidades de crecimiento económico, se constata un rotundo fracaso en las
enfermedades del alma”. ¿No es ésta la raíz de nuestro default?
Reconozcamos
que mejorar económicamente es importante pero no es suficiente, que las
modernas tecnologías no bastan. Tampoco es “mágico” votar cada cuatro años,
porque los problemas vuelven a emerger y parecen recrudecer…
Debemos
sincerarnos y reconocer que poco a poco, quizá demasiado ocupados en consumir y
“pasarla bien”, hemos dejado enfermar el alma… y no es poca cosa, porque el
alma, el “corazón”, es la “sede” donde se definen nuestras opciones,
prioridades y acciones, para bien o para mal… Con absoluta claridad lo enseña
Jesús: “Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen
las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los
adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la
envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas, provienen
del interior y son las que manchan al hombre” (Marcos 7,20-23).
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