BAUTISMO DEL ESPÍRITU Y EL FUEGO.- Las
aguas del Jordán exultaron dichosas al sumergirse en ellas el cuerpo de Jesús.
El santo por excelencia, el único que realmente lo es, el Señor pasó por uno de
tantos, por un pecador más, y se sometió al bautismo de Juan. El Precursor
percibió la incongruencia aparente de aquel gesto y se resistió a bautizar al
que traía un Bautismo infinitamente más eficaz que el suyo, el Bautismo del
Espíritu y el fuego, capaz no sólo de limpiar de raíz el pecado del hombre,
sino también de infundirle vida de un hijo de Dios.
El Verbo hecho carne, la Palabra de Dios vino para señalar el
camino de los hombres, y quiso marcarlo claramente con el rastro de sus
pisadas. Así, pues, su doctrina fue siempre viva, vibrante, precedida del
propio ejemplo. Jesús nos enseñó tanto con su vida y muerte como con sus mismas