La Iglesia, Pueblo de Dios, según la definición del Concilio
Vaticano II, fue el centro de la reflexión de la catequesis del papa Francisco
en la audiencia general celebrada hoy, miércoles 12 de junio, ante miles de
fieles presentes en la Plaza de San Pedro. El Santo Padre explicó el concepto
de Pueblo de Dios, a través de una serie de preguntas: “Que quiere decir ser
Pueblo de Dios? ¿Cómo se forma parte de él? ¿Cúal es su ley, su misión y su
fin?
Ser Pueblo de Dios, dijo Francisco “significa en primer
lugar que Dios no es propiedad de ningún pueblo porque es Él quien nos llama y
esta invitación está abierta a todos, sin distinción, porque la misericordia de
Dios quiere la salvación de todos. Jesús no dice ni a los Apóstoles ni a
nosotros que formemos un grupo exclusivo, una élite. Jesús dice: Vayan y hagan
discípulos a todas las naciones”.
“Me gustaría decir a aquellos que se sienten lejos de Dios y
de la Iglesia, a los que tienen miedo o son indiferentes, a los que piensan que
ya no pueden cambiar: El Señor te llama también a ti a ser parte de su pueblo y
lo hace con gran respeto y amor”. Se entra a formar parte de este pueblo “no a
través del nacimiento físico, sino de un nuevo nacimiento: el Bautismo y través
de la fe en Cristo, el don de Dios que hay que cuidar y cultivar en toda
nuestra vida”.
¿Cuál es la ley del pueblo de Dios? “Es la ley del amor,
amor a Dios y amor al prójimo que no es un sentimentalismo estéril o algo vago,
sino el reconocer Dios como único Señor de la vida y, al mismo tiempo, al
prójimo como un verdadero hermano las dos cosas van de la mano ¡Cuánto camino
nos queda por
recorrer para vivir en concreto esta nueva ley!”
“¿Cómo puede haber tantas guerras entre los cristianos, como
vemos en los periódicos o en la televisión? -se preguntó el Santo Padre-
¡Cuántas guerras dentro del Pueblo de Dios! En los barrios, en los lugares de
trabajo, ¡cuántas guerras por envidia o celos! Y también en la familia ¡cuántas
guerras internas! Tenemos que pedir al Señor que nos haga entender bien esta
ley de amor. ¡Que bello es amarse como verdaderos hermanos¡”. “Todos tenemos
simpatías y no simpatías; quizás muchos están enfadados con algún otro
-observó- Digamos, entonces, al Señor: Señor, estoy enfadado con éste o con
ésta; te pido por él y por ella. Rezar por las personas con las que estamos
enfadados es un paso adelante en esta ley de amor. ¿Lo hacemos? Empezamos hoy.”
“La misión de este pueblo –prosiguió el Papa- es llevar al
mundo la esperanza y la salvación de Dios: la de ser un signo del amor de Dios
que nos llama a todos a la amistad con El”.
“Basta abrir un periódico para ver que en nuestro alrededor
existe la presencia del mal, que el diablo actúa. Pero quiero decir en voz
alta: ¡Dios es más fuerte! Vamos a decirlo todos juntos ¡Dios es más fuerte! Y
añadiría que la realidad más oscura, marcada por el mal, puede cambiar, si
nosotros en primer lugar encendemos la luz del Evangelio, sobre todo en
nuestras vidas. Si en un momento dado, aquí en el Estadio Olímpico de Roma, o
en el de San Lorenzo en Buenos Aires en una noche oscura, una persona enciende
una luz, se entrevé apenas, pero si cada uno de los setenta mil espectadores
hace lo propio, el estadio se ilumina. Hagamos que nuestra vida sea una luz de
Cristo, y juntos iluminemos con la luz del Evangelio toda la realidad”.
El fin de este pueblo es “el Reino de Dios que El ya comenzó
en la tierra, pero que debe dilatarse hasta su consumación, cuando se
manifieste Cristo, vida nuestra. El objetivo es, pues, la plena comunión con el
Señor, la familiaridad con Él, entrar en su misma vida divina, donde viviremos
la alegría de su amor sin medida”.
“Ser Iglesia, ser pueblo de Dios -concluyó Francisco-
significa ser fermento de Dios en nuestra humanidad, significa proclamar y
llevar la salvación de Dios a este mundo nuestro, que a menudo se siente
desorientado y necesita respuestas de aliento y esperanza para proseguir con
vigor el camino. ¡Que la Iglesia sea el lugar de la misericordia y la esperanza
de Dios, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y animado
a vivir según la vida buena del Evangelio! Y para que el prójimo se sienta
acogido, amado, perdonado y animado la Iglesia tiene que tener las puertas
abiertas para que todos puedan entrar. Y nosotros tenemos que salir por esas
puertas y anunciar el Evangelio”. (Fuente: aica.org)
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