La Comunidad Cristiana
Trabajo:
¿Qué entendemos por comunidad cristiana?
Expresarlo en una palabra o en una frase corta.
“No puede haber vida cristiana sino en
comunidad” (D.A. 278 d).
1. Dios forma un pueblo
Dios lo llama a Abrám para, desde él, formar
un pueblo, su pueblo (cf. Gen. 12,1-3).
Dios eligió a su Pueblo (cf. Dt. 7,7; Is.
41,8-9) y a quien Él llama (cf. Is. 48,12a). La relación de Dios no fue con
individuos sino con el Pueblo, su Pueblo. Incluso las expresiones que
encontramos en singular, no es porque está relacionándose con individuos, sino
con el pueblo; por ejemplo “El Señor es mi pastor” (Salmo 23)
Luego vino la Alianza, y con ella Yahveh vino
a ser el Dios de Israel, e Israel el pueblo de Yahveh (cf. Dt. 29,11-12; Lev.
26,12; Jer. 7,23; Ez. 11,20).
Israel es el pueblo santo, consagrado a
Yahveh, puesto aparte para Él (cf. Dt. 7,6; 14,2), su bien propio (cf. Ex.
19,5; Jer. 2,3), su herencia (cf. Dt. 9,26). Es su rebaño (cf. Sal. 80,2;
94,7), su viña (cf. Is. 5,1; Sal. 80,9), su hijo (cf. Ex. 4,22; Os. 11,1), su
esposa (cf. Os. 2,4; Jer. 2,2; Ez. 16,8).
Ya en la Antigua Alianza se reveló la
estructura social del designio de salvación: el hombre no hallará a Dios en la
soledad de una vida religiosa separada del pueblo, no será salvado por Dios
evadiéndose de la historia. Se enlazará con Dios compartiendo la vida y el
destino de la comunidad elegida por Dios para que sea su pueblo.
2. Jesús invita a ser comunidad
Jesús, después de recibir el bautismo de Juan
y de ir al desierto y antes de su actividad en Galilea, elige a los Doce (cf.
Mt. 4,18-22), ante todo “para que estuvieran con Él” (Mc. 3,14). Lo primero que
procuró Jesús fue hacer la comunidad de discípulos.
Después de resucitar les ordenó: “Yo he
recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, entonces, y hagan que
todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que Yo les he
mandado. Y Yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt. 28,18-20).
Les pidió que “hagan discípulos” y no se
entiende un discípulo aislado, se es discípulo solamente en comunidad.
“No puede haber vida cristiana sino en
comunidad” (D.A. 278d).
Habernos encontrado con el Señor resucitado
nos lleva a vivir nuestra fe junto con otros hermanos. Como los discípulos de
Emaús que, después de reconocer a Jesús, fueron a compartir esa alegría con los
otros discípulos que estaban en Jerusalén (cf. Lc. 24,31-35).
Jesucristo se manifiesta a la comunidad, y no
individualmente. Así ocurrió con el apóstol Tomás (cf. Jn. 20,24-29).
Para que reciban el Espíritu Santo, Jesús les
pide que permanezcan unidos (cf. Lc. 24,49) y cuando “estaban todos reunidos en
el mismo lugar” (Hch. 2,1) descendió sobre ellos el Espíritu Santo.
San Pablo tenía bien claro que no sólo debía
anunciar la Buena Noticia, sino que debía formar comunidades donde se viviera
la fe. Así, en sus viajes misioneros fundó numerosas comunidades cristianas,
con las que seguía comunicado a través de sus cartas.
Si nos hemos encontrado con el Señor no
podemos pensar más en vivir la fe aisladamente, lo debemos hacer en comunidad.
“Quiso sin embargo el Señor, santificar y salvar a los hombres no
individualmente y aislados entre sí, sino constituir un pueblo que lo conociera
en la verdad y lo sirviera santamente” (L.G. 9).
No existe un cristiano aislado, solo y encerrado en sí mismo. El Señor
nos llama a vivir en Iglesia, en
comunidad.
3. La comunidad: expresión del
Reino de Dios en la tierra
La comunidad es la manera concreta de vivir el Reino de Dios. Es donde
mostramos que todo lo que anunció Jesús se puede vivir.
Es en la comunidad donde seguimos creciendo en la fe, donde vivimos y
profundizamos el amor mutuo. Es allí donde vivimos el amor, el perdón, la
reconciliación, el servicio al prójimo y asumimos la misión. Es en comunidad
que construimos el Reino de Dios en la tierra.
Los primeros cristianos vivían profundamente esta realidad, eran un
testimonio viviente del Reino, era una invitación en la que nos decían: ‘Vengan
y vean’.
Las primeras comunidades cristianas creyendo
en Jesús vivían el Reino.
“Todos se reunían asiduamente para escuchar la
enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del
pan y en las oraciones. Un santo temor se apoderó de todos ellos, porque los
Apóstoles realizaban muchos prodigios y signos. Todos los creyentes se
mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus
bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno.
Íntimamente unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus
casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón; ellos alababan a
Dios y eran queridos por todo el pueblo...” (Hch. 2,42-47).
Esta manera de vivir de la comunidad era la
concreción del Reino de Dios que anunció Jesús. Los que habían creído en Jesús
y se adhirieron a Él formaban comunidades que vivían el Reino de Dios.
Estas comunidades se llamaban IGLESIA, que quiere decir “Asamblea de los
creyentes”. Aquellos hombres y mujeres que se convertían y eran bautizados, se
unían a la Iglesia y comenzaban a ser miembros partícipes y activos en la vida
de la comunidad.
El egoísmo está en la base de todo pecado,
quien se adhiere a Jesús por la fe deja de vivir aisladamente para sentirse
miembro vivo del Pueblo de Dios.
Somos personas convocadas por Jesucristo para
formar una comunidad.
“La vocación al discipulado misionero es
con-vocación a la comunión en su Iglesia… La fe nos libera del aislamiento del
yo, porque nos lleva a la comunión. Esto significa que una dimensión
constitutiva del acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad
concreta, en la que podamos vivir una experiencia permanente de discipulado y
de comunión con los sucesores de los Apóstoles y con el Papa” (D.A. 156).
“Todos los bautizados y bautizadas de América
Latina y El Caribe, a través del sacerdocio común del Pueblo de Dios, estamos
llamados a vivir y transmitir la comunión con la Trinidad, pues la
evangelización es un llamado a la participación de la comunión trinitaria”
(D.A. 157).
“...la Iglesia ‘atrae’ cuando vive en comunión,
pues los discípulos de Jesús serán reconocidos si se aman los unos a los otros
como Él nos amó (cf. Rom. 12,4-13; Jn. 13,34)” (D.A. 159).
“La
Iglesia es comunión en el amor. Esta es su esencia y el signo por la cual está
llamada a ser reconocida como seguidora de Cristo y servidora de la humanidad”
(D.A. 161).
Juan Pablo II, en Novo Millennio Ineunte, nos
planteaba este desafío en el año 2001: “Hacer de la Iglesia la casa y la
escuela de comunión: este es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el
milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder
también a las profundas esperanzas del mundo” (N.M.I. 43).
A Jesús lo vamos a reconocer en la comunidad,
donde hay dos o tres reunidos en su Nombre (cf. Mt. 18,20).
4. Integración a la comunidad
parroquial
Hablar de comunidad es hablar de un grupo
humano concreto. La comunión eclesial se vive en una comunidad en la cual todos
podemos compartir, conocernos, apreciarnos, valorarnos, ayudarnos, etc.
Dice Juan Pablo II en Christifideles Laici:
“La comunión eclesial, aún conservando siempre su dimensión universal,
encuentra su expresión más visible en la parroquia. Ella es la última
localización de la Iglesia; es, en cierto sentido, la misma Iglesia que vive
entre las casas de sus hijos y de sus hijas” (Ch.L. 26).
“Entre las comunidades eclesiales, en las que
viven y se forman los discípulos misioneros de Jesucristo, sobresalen las
Parroquias. Ellas son células vivas de la Iglesia y el lugar privilegiado en el
que la mayoría de los fieles tienen una experiencia concreta de Cristo y la
comunión eclesial” (D.A 170).
Muchas veces no encontramos una “comunidad
parroquial ideal”. No nos aflijamos; no la encontraremos nunca. Si bien es una
realidad construida por el Espíritu Santo, está conformada por hombres y
mujeres pecadores, pero que no se contentan con serlo.
5. Con la Eucaristía como centro
Cada Eucaristía debe ser la celebración de
nuestra comunión.
La Eucaristía nos hace uno: “La copa de
bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el
pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo?. Ya que hay un solo
pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque
participamos de ese único pan” (1 Cor. 10,16-17).
Nos dice Juan Pablo II en Mane Nobiscum
Domine: “...En efecto, es precisamente el único Pan eucarístico el que nos hace
un solo cuerpo...” (M.N.D. 20).
La comida eucarística lleva a plenitud la
comunión fraterna, y renueva, fortalece y profundiza la incorporación a la
Iglesia iniciada ya en el Bautismo.
Nos dice el Concilio Vaticano II que: “El
sacrificio eucarístico, fuente y cima de toda la vida cristiana” (L.G. 11).
No confundamos “Eucaristía” con “Santísimo
Sacramento”. Podemos caer en el error donde mi oración personal frente al
Santísimo se más importante que la celebración de la Eucaristía, que la
renovación del sacrificio redentor de Jesús.
Eucaristía es algo dinámico, Eucaristía es
entrega, es comunión, es amor, es servicio.
La Eucaristía del domingo es la fuente de
donde nos nutrimos y el la cima donde
llevamos al Señor y celebramos con los hermanos, toda la semana vivida.
“Al igual que las primeras comunidades
cristianas, hoy nos reunimos asiduamente para ‘escuchar la enseñanza de los
apóstoles, vivir unidos y participar en la fracción del pan y en las oraciones’
(Hch. 2,42). La comunión de la Iglesia se nutre con el Pan de la Palabra de
Dios y con el Pan del Cuerpo de Cristo… En la Eucaristía, se nutren las nuevas
relaciones evangélicas que surgen de ser hijos e hijas del Padre y hermanos y
hermanas en Cristo. La Iglesia que la celebra es casa y escuela de comunión,
donde los discípulos comparten la misma fe, esperanza y amor al servicio de la
misión evangelizadora” (D.A. 158).
La Eucaristía debe ser la celebración de vivir
la comunión del Reino.
La Eucaristía es el encuentro gozoso, en torno
a la mesa de la Palabra y a la mesa de la Eucaristía, con el Señor resucitado y
con los hermanos de la comunidad.
La Eucaristía de los domingos es la
celebración gozosa de lo vivido en la semana, de sus cruces y alegrías: “Sos la
Fiesta de cada semana que resume y celebra el amor” (Himno del Xº Congreso
Eucarístico Nacional)
La Eucaristía es compartir mi vida con los
hermanos: “Qué lindo es traer la vida a nuestra celebración, contarla a
nuestros hermanos y que se vuelva oración” (Qué lindo llegar cantando).
A la Misa llevamos nuestra vida y la Misa
continúa en la vida. Por dos veces el Documento de Aparecida habla de “la Misa
prolongada”: “…nuestra existencia cotidiana se convierte en una Misa
prolongada” (D.A. 354). Y citando al P. Alberto Hurtado: “¡Mi Misa es mi vida y
mi vida es una Misa prolongada!” (D.A. 191).
La Eucaristía es signo de la experiencia profunda de unión con Jesús, de
fraternidad con los demás y compromiso con una sociedad más justa e
igualitaria.
“… la Eucaristía dominical, que es momento
privilegiado del encuentro de las comunidades con el Señor resucitado” (D.A.
305).
“Todas
las comunidades y grupos eclesiales darán fruto en la medida en que la
Eucaristía sea el centro de su vida y la Palabra de Dios sea faro de su camino
y su actuación en la única Iglesia de Cristo” (D.A. 180).
“Sin una participación activa en la celebración
eucarística dominical y en las fiestas precepto, no habrá un discípulo
misionero maduro” (D.A. 252).
Pregunta para el Trabajo en grupos:
“...La Iglesia crece no por proselitismo sino
por ‘atracción’: como Cristo ‘atrae todo a sí’ con la fuerza de su amor. La
Iglesia ‘atrae’ cuando vive en comunión, pues los discípulos de Jesús serán
reconocidos si se aman los unos a los otros como Él nos amó (cf. Rom. 12,4-13;
Jn. 13,34)” (D.A. 159).
1- ¿Qué
cambios debemos hacer, en lo personal y en lo comunitario, para que nuestra
parroquia, movimiento o institución sea
una comunidad que atrae?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
COMENTARIOS DE NUESTROS LECTORES