Queridos hermanos
y hermanas, ¡buenos días!
Ya hemos tenido
ocasión de señalar que los tres sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y
de la Eucaristía forman juntos el misterio de la "iniciación
cristiana", un único gran evento de gracia que nos regenera en Cristo.
Esta es la vocación fundamental que nos aúna a todos en la Iglesia, como
discípulos del Señor Jesús. Hay dos Sacramentos que corresponden a dos
vocaciones específicas: el Orden y el Matrimonio. Constituyen dos grandes vías
a través de las cuales, el cristiano puede hacer de su vida un don de amor,
siguiendo el ejemplo y en nombre de Cristo. Y así colaborar en la edificación
de la Iglesia.
El Orden, de tres
grados: episcopado, presbiterado y diaconado, es el Sacramento que permite el
ejercicio del ministerio, confiado por el Señor Jesús a los Apóstoles, para
apacentar su rebaño con el poder de su Espíritu, de acuerdo a su corazón.
Apacentar el rebaño de Jesús con la potencia no de la fuerza humana o la
propia
potencia, sino del Espíritu y según su corazón; el corazón de Jesús, que es un
corazón de amor. El sacerdote, el obispo y el diácono deben apacentar el rebaño
del Señor con amor. Si no lo hacen con amor, no sirve. Y, en este sentido, los
ministros que son elegidos y consagrados para este servicio prolongan en el
tiempo la presencia de Jesús, si lo hacen con el poder del Espíritu Santo, en
el nombre de Dios y con amor.
1. Un primer
aspecto. Los ordenados son colocados a la cabeza de la comunidad.
¡Ah¡ están “a la
cabeza”.
¡Sí! Sin embargo,
para Jesús significa poner la propia autoridad al servicio, como Él mismo lo ha
demostrado y enseñado a sus discípulos con estas palabras: "Saben que los
gobernantes de las naciones dominan sobre ellas, y sus líderes los oprimen. No
será así entre ustedes. El que quiera hacerse grande entre ustedes que se haga
servidor de todos. Y el que quiera ser el primero entre ustedes que se haga
esclavo de todos. Como el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para
servir y para dar su vida en rescate por muchos "(Mt 20:25-28 / / Mc
10,42-45). Un obispo que no está al servicio de la comunidad, no hace bien, un
sacerdote, un cura, que no está al servicio de la comunidad, no hace bien. Está
equivocado.
2. Otra
característica que deriva siempre de esta unión sacramental con Cristo es el
amor apasionado por la Iglesia. Pensemos en el pasaje de la Carta a los
Efesios, en la que San Pablo dice que Cristo "amó a la Iglesia y se
entregó por ella para hacerla santa, purificándola con el lavado del agua mediante
la Palabra y para presentarsela a sí mismo a la Iglesia toda gloriosa, sin
mancha ni arruga. (5:25-27). En virtud del Orden, el ministro dedica todo su
ser a su comunidad y la ama con todo su corazón: es su familia. El obispo, el
sacerdote aman a la Iglesia en su comunidad, y la aman fuertemente, ¿cómo? Como
Cristo ama a la Iglesia. Lo mismo dirá San Pablo del Matrimonio: el esposo ama
a su esposa como Cristo ama a la Iglesia. Es un misterio grande de amor este
del Ministerio ordenado y aquel del Matrimonio. Los dos Sacramentos, que son el
camino por el cual las personas habitualmente van al Señor.
3. Un último
aspecto. El apóstol Pablo le aconseja a su discípulo Timoteo que no abandone,
es más, que reavive el don que hay siempre en él, el don que le ha sido
conferido a través de la imposición de las manos. (cf. 1 Tim 4:14, 2 Tim 1 6 ).
Cuando no se alimenta el ministerio -el ministerio del obispo, el ministerio
del sacerdote-, con la oración, con la escucha de la Palabra de Dios y con la
celebración diaria de la Eucaristía y también con un interés cuidadoso y
constante del Sacramento de la Penitencia, se pierde inevitablemente de vista
el verdadero significado del propio servicio y la alegría que nace de una
profunda comunión con el Señor Jesús.
El obispo que no
reza, el obispo que no siente y escucha la Palabra de Dios, que no celebra
todos los días, que no va a confesarse regularmente, y lo mismo el sacerdote
que no hace estas cosas, al final pierden esta unión con Jesús y ellos se hacen
mediocres y esto no hace bien a la Iglesia. Por esto debemos ayudar a los
obispos, a los sacerdotes a rezar, a escuchar la Palabra de Dios que es el
alimento cotidiano, a celebrar cada día la Eucaristía y a ir a confesarse
habitualmente. Y esto es tan importante para la santificación de los obispos y
de los sacerdotes.
Yo quisiera
terminar también con una cosa que me viene a la mente:
¿cómo se debe
hacer para transformarse en sacerdote, dónde se venden las entradas?
No, no se venden,
¿eh?
Ésta es una
iniciativa que toma el Señor. El Señor llama, llama a cada uno que él quiere
que se haga sacerdote. Y, a lo mejor hay algunos jóvenes aquí que han sentido
esta llamada. Las ganas de hacerse sacerdotes, las ganas de servir a los otros
en las cosas de Dios, las ganas de estar toda la vida al servicio para
catequizar, bautizar, perdonar, celebrar la Eucaristía, sanar a los enfermos,
toda la vida así.
Si alguno de
ustedes ha escuchado esto en el corazón, es Jesús que lo ha puesto allí, ¿eh?
Cuiden esta invitación y recen para que esto crezca y dé frutos en toda la
Iglesia. Gracias.
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